Tenía 98 años

Adiós a Manuel Antin, el hombre que dio vuelta el cine argentino

A los 98 años, falleció en Buenos Aires Manuel Antin, figura clave -y pocas veces ese término es tan preciso- del cine argentino contemporáneo, tanto desde lo estético como desde la gestión cultural. Su trabajo como realizador, como funcionario democrático y como educador transformó de modo definitivo la pantalla nacional.

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Alto, desgarbado y de hablar siempre elegante: ese fue Manuel Antin, creador de algunas de las mejores películas del cine argentino moderno. Pero no fue sólo un artista, sino también la persona que terminó definitivamente con la censura en la Argentina y quien abrió las puertas a por lo menos tres generaciones de cineastas que transformaron una cinematografía siempre a punto de surgir como la argentina en una realidad que trascendió fronteras. No hay manera de menospreciar su aporte a la cultura argentina.

Nacido en Las Palmas, Chaco, en febrero de 1927, formó parte de la generación de realizadores que, entre fines de los años sesenta y principios de los sesenta, bajo el influjo del cine moderno europeo y de quien lo representaba de cierto modo en nuestro país, Leopoldo Torre Nilsson, crearon una nueva forma de hacer películas. Más realistas o más fantásticas, formalmente más sofisticadas, llenas de actores entonces nuevos pero que rompieron el molde de la tradición teatral o declamantiva. Antin tuvo como compañeros de ruta a Rodolfo Kuhn, David José Kohon o el más joven de esa camada, Leonardo Favio. Como todos ellos, estaba interesado tanto en la experimentación formal como en plasmar temas modernos. Como todos, además, estaba interesado en la literatura (fue, también, un cumplido narrador).

La literatura para el primer Antin fue Julio Cortázar y su primer largometraje fue Circe, adaptación de uno de los mejores cuentos del escritor, de cuya muerte se cumplieron este año cuatro décadas. Circe incluía en su reparto a la actriz que mejor representaría ese cambio de paradigma en la pantalla, Graciela Borges, acompañada por Alberto Argibay. La historia de una joven sensual pero reprimida cuyos novios se suicidaban sigue siendo puro clima, puro misterio gracias a la mirada de Antin. La colaboración con Cortázar siguió con su otro clásico de los sesenta, La cifra impar, donde Lautaro Murúa (de los grandes actores modernos, quizás el mayor con Walter Vidarte) y María Rosa Gallo trataban de resolver la presencia de un fantasma que también era una traición. Ambas películas se cuentan entrelas mejores adaptaciones de la obra cortazariana.

Antin realizó un filme más cercano a lo experimental, Los venerables todos, que tuvo su estreno en Cannes pero no en la Argentina, donde sólo se vio por primera vez en televisión en los años ochenta. Pero no sólo se dedicó a esta forma misteriosa de retratar a la burguesía argentina. Hay tres películas que hablan sobre el pasado histórico, sobre mitos que se desvanecen. Son su Juan Manuel de Rosas, con Rodolfo Bebán interpretando al caudillo, su versión casi perfecta de Don Segundo Sombra, la novela final de lo gauchesco escrita por Ricardo Güiraldes, y Allá lejos y hace tiempo, una mirada plácida y crítica, casi onírica, sobre el campo argentino según el recuerdo de Guillermo Enrique Hudson. En esas tres películas se decanta "lo argentino" más allá del estereotipo.

Hay un caso curioso en su obra: la comedia negra y tragedia La sartén por el mango, una obra original de Javier Portales en la que una despedida de soltero se complica con la muerte de una prostituta. Antin logra transmitir la sensación claustrofóbica que representa el estado desesperado de sus criaturas, seres ínfimos aplastados por un crimen involuntario que deja salir su verdadera faz. Su última película, en 1982, fue La invitación, un drama ambientado en la Patagonia con Rodolfo Bebán y Graciela Alfano que, sin ser lo mejor de su obra, no desentona en cuanto a uso de la puesta en escena y desarrollo de climas.

En 1983, Raúl Alfonsín lo designó a cargo del Instituto Nacional de CInematografía, antecesor del INCAA. Allí terminó con el Ente de Calificación Cinematográfica, la oficina que se encargaba no sólo de establecer para qué edad era cada película sino de decir, a veces con orgullo, qué películas no eran para ninguna edad. Es decir, el trono de la censura cinematográfica. Se avanzó entonces en el actual sistema de calificación e incluso se legalizó la pornografía. Mucho cine prohibido entró, como el agua tras la ruptura de un dique, a las carteleras argentinas. Quedaron los censores en ridículo: nadie podía entender qué le molestaba de esos filmes a una persona normal. Moraleja: no eran personas normales. 

Como funcionario, Antin privilegió la realización de operas primas. Creía que había que renovar el aire, y si bien fue un primer paso jaqueado por las crisis económicas, esa experiencia generó otra que habría de cambiar para siempre el cine nacional. Tras la salida del alfonsinismo del gobierno y con la llegada de Carlos Menem al poder (Antin fue primero reemplazado por Octavio Getino y luego por el empresario Guido Parissier) don Manuel creó la Fundación Universidad del Cine.

Momento virtuoso: las primeras camadas de la FUC coincidieron con un cambio de nombres en la crítica cinematográfica y un cambio de legislación que permitió el crecimiento de la producción. De la FUC salieron Pablo Trapero, Lucrecia Martel, Daniel Burman, Israel Adrián Caetano, Bruno Stagnaro, Ana Katz, Celina Murga, Juan Villegas, Mariano Llinás, Damián Szifrón, Santiago Mitre, Ezequiel Acuña y muchos más. Es decir, el núcleo de lo que fue el cine importante y viajero de la Argentina entre 1995 y la actualidad. Sin la visión de Manuel Antin, tal cosa no habría sucedido.

Y, como se dijo, era una persona amable, alta, desgarbada y con habla elegante con la que siempre había algo para hablar. No parecía demasiado celoso de su "obra", sino más orgulloso de lo que otros lograron gracias a él. Una carrera ejemplar en casi todo terreno, un hombre que creía que el cine era cultura y la cultura requería educación. Es decir, un ejemplar ya escaso en su tiempo, y mucho, muchísimo más, hoy.

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