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¿Argentina está preparada para la semana laboral de cuatro días?

Antes de reducir la jornada, hay que optimizar cómo se trabaja

sbasso

En varios países de Europa se está probando la jornada laboral de cuatro días aunque no todos lo hacen de la misma manera. Es mucho más que una moda: es un experimento global que combina promesas de bienestar y productividad con dudas legítimas sobre su viabilidad.

Distintos estudios relevados por Forbes encontraron beneficios como estos:

Productividad estable o mayor: la mayoría de los estudios no registraron caídas; en algunos casos hubo mejoras. Mejor bienestar: menos agotamiento, mayor satisfacción con el trabajo, mejoras en salud mental y física. Conciliación vida-trabajo: más tiempo libre para desarrollo personal, familia y ocio. Mayor motivación y compromiso: empleados más contentos, menor rotación laboral. Impacto en ventas y resultados: en algunos sectores, como ventas, quienes trabajan 4 días alcanzan más metas que quienes hacen horas extra. Eficiencia: se trabaja lo mismo en menos tiempo, lo que obliga a priorizar tareas y reducir reuniones innecesarias.

Sin embargo, no todo es color de rosa. También hay limitaciones y críticas. Muchos estudios se basan en autoinformes de empleados y no en métricas objetivas de productividad. También presenta un riesgo para las empresas ya que, sin datos sólidos, se pueden tomar decisiones costosas basadas más en entusiasmo que en evidencia.

También hay que considerar que la medición puede ser insuficiente: la verdadera productividad debería evaluarse con indicadores concretos como el uso de aplicaciones, la finalización de tareas y la eficiencia del flujo de trabajo.

Un punto adicional es la percepción versus la realidad: sentirse más productivo no siempre equivale a serlo.

Es necesario asimismo repensar procesos: antes de reducir la jornada, hay que optimizar cómo se trabaja, que haya menos desperdicio de tiempo y más eficiencia. Si se comprimen las mismas horas en menos días sin rediseñar tareas, puede aumentar la sobrecarga en lugar de reducirla.

Qué hicieron en otros países

Los países que ya aplican la reducción de jornada laboral semanal tomaron diferentes estrategias:

Países Bajos. No existe un plan estatal para reducir la semana laboral, sino que es algo que se está dando de manera orgánica: datos de Eurostat revelaron que en 2023 la jornada media fue de 32,2 horas semanales, muy por debajo de las 36,4 horas de España o las 35,5 de Irlanda.

En los empleos a tiempo completo, la cifra apenas llega a 39,1 horas semanales, una de las más bajas de Europa. El resultado es que buena parte de los trabajadores concentra su actividad en cuatro días, dejando un quinto libre, sin que exista ninguna norma que lo obligue.

Como el trabajo a tiempo parcial no está mal visto, es algo que eligen casi la mitad de los trabajadores, que pasaron a organizar su trabajo alrededor de su vida, y no al revés. ¿El resultado? Una productividad de 45,3 euros por hora trabajada. Los salarios medios, ajustados por poder adquisitivo, rondan los 16,2 euros por hora, frente a los 14,9 de la media europea.

En otras palabras: trabajan menos, pero cobran más. En vez de trabajar más para ganar más, se trabaja menos sin perder ingresos.

Grecia. "Trabajo Justo para Todos" se llama el proyecto de ley de 88 artículos, actualmente en consulta pública, que contempla la posibilidad de trabajar cuatro días a la semana con jornadas de 10 horas, pero también habilita escenarios de hasta 13 horas diarias en aquellas empresas que no ofrecen descansos cortos.

Es decir: las horas de más en un periodo pueden compensarse con reducciones en otro, según acuerden empresa y trabajador. Además, se fija un incremento salarial del 40% para las horas extras legales, que podrán llegar a cuatro por día y hasta 150 al año.

En la práctica, más que una semana laboral corta, el modelo griego parece abrir la puerta a jornadas más largas bajo la promesa de compensaciones salariales.

Polonia. Desde junio se puso en marcha un modelo experimental orientado a reducir la jornada laboral como parte de una estrategia demográfica. Frente a la baja natalidad, envejecimiento poblacional y debilitamiento de los vínculos familiares, el gobierno busca formas de hacer más atractiva la oferta laboral.

Para eso, introdujo opciones más flexibles, como la semana de cuatro días, jornadas de seis horas o días libres adicionales. Pero no es una imposición uniforme: son las empresas las que decidirán cómo organizar sus horarios, mientras los trabajadores acceden a opciones que les permitan pasar más tiempo con sus familias.

Bélgica. A principios de 2022, el gobierno belga introdujo una nueva reforma del mercado laboral que permite a los trabajadores elegir trabajar una semana laboral de 4 días. Sin embargo, es una reducción mentirosa: no trabajan menos horas, sino menos días. Es decir: si querés un finde de tres días, tenés que trabajar más horas de lunes a jueves.

Pero al menos son flexibles: pueden solicitar a sus empleadores un periodo de prueba de seis meses de la semana laboral de cuatro días, tras el cual pueden optar por volver a la semana laboral tradicional de cinco días si así lo prefieren.

Islandia. Los países nórdicos siempre dan la nota en temas como este. E Islandia no es la excepción: visionarios, los islandeses ensayaron una semana corta entre 2015 y 2019 con el 1% de la población (apenas 2.500 personas, vale aclarar).

Los resultados hablaron: trabajadores menos estresados, más productivos e igualmente remunerados. Así que el ensayo se convirtió en una política de Estado.

"Esto ha supuesto un avance hacia una mayor igualdad, ya que nuestra semana laboral más corta también ha permitido que quienes trabajaban 36 horas a tiempo parcial (en su mayoría mujeres) tengan un trabajo a tiempo completo con el mismo horario"

El ajuste islandés implicó transformar hábitos: menos reuniones improductivas, más foco, más autonomía. Las organizaciones que adoptaron el modelo reportaron una mejora del clima laboral y una reducción notable del ausentismo.

Los números acompañan la narrativa. Entre 2019 y 2024, el PBI creció a un ritmo sostenido, incluso durante los años pandémicos. La tasa de empleo se mantuvo estable y el gasto público no se disparó.

Desde Comunidad BAE, sumamos un par de preguntas:

¿El beneficio pierde valor si todos lo tienen? Parte del atractivo actual de la semana de 4 días es que no todos acceden a ella. Quienes la disfrutan sienten una ventaja diferencial. Si se extendiera a toda la sociedad, seguiría siendo útil, pero perdería esa sensación de privilegio. ¿Qué pasa si todos usan su día libre al mismo tiempo? Hoy muchos aprovechan ese tiempo extra para hacer trámites, viajar o disfrutar de servicios con menor demanda. Si toda la población tuviera libre el mismo día, podrían generarse cuellos de botella en transporte, turismo o actividades recreativas. ¿Seguiría siendo tan satisfactorio el tiempo libre? El disfrute también depende de que ese día "rinda" más. Si las ciudades, comercios o espacios de ocio se saturan, ese descanso adicional podría no sentirse tan valioso como ahora.

¿La motivación extra se diluiría al volverse norma? Como beneficio exclusivo, motiva y retiene talento. Pero si se convierte en estándar universal, perdería poder como incentivo y sería solo una condición más del mercado laboral.

Lo cierto es que, mientras en Europa los jueves ya tienen sabor a viernes, nosotros seguimos mirando de reojo y preguntándonos: ¿estamos listos para cambiar la forma en que entendemos el trabajo o todavía nos queda camino por recorrer?

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