Cortos experimentales más allá del erotismo
El cartoon no nació como cosa de chicos, sino como juego de grandes
Alguna vez, Andy Warhol y Gore Vidal fueron jurados del Erotic Film Festival de Nueva York. Se realizó a principios de los años setenta y en realidad no duró demasiado, apenas un par de ediciones. De esas ediciones, circula en varios servidores porno (lo encontré en Xhamsters, pero circula en otros lugares) una compilación llamada, casi de modo redundante, The Best of the New York Erotic Film Festival. Contiene una serie de cortos que resultaron ganadores del evento en 1974 y 1975, más un par de cortos animados históricos de la década de los años 20 del siglo pasado. Antes de seguir con una descripción del asunto, les pido encarecidamente que dejen de lado todo prejuicio respecto de la pornografía y corran a buscarlo. Estos cortos tienen más ideas cinematográficas, y de cualquier tipo, de lo que puede encontrarse hoy en la producción audiovisual.
En general están orientados hacia el humor. Por ejemplo, Life with video, donde una chica comienza mirando un televisor, seduce al señor que está en la pantalla y terminan haciéndolo de un modo, digamos, interactivo. Es un gag, más que nada, pero tiene una gran coordinación (primero se graba en video lo que hace el personaje que aparece en la TV, luego la chica actúa sobre ese video) y un par de buenas ideas, siempre en un plano fijo. Otro con esta característica es The Appointment, filmado en blanco y negro a la manera del cine mudo y que narra el encuentro sexual de una pareja en un departamento clandestino, espiados por varias personas. El hecho es que su faena erótica es desaforada y rompe todo (literalmente), lo que lleva a un desastre del más puro slapstick. No, difícilmente esta película esté realizada para erotizar a alguien sino para divertirlo.
Hay dos bastante similares temáticamente: implican la fantasía de una chica sola y cómo satisface su deseo. The Stripper muestra a una bella afroamericana (se dice así, se supone) fantaseando en ser una desnudista frente a un espejo, y cómo tal fantasía la excita y la lleva al placer. El otro se llama Sports y nos muestra a otra chica, rubia, que se excita mirando deportes y hace el amor -eufemismo- con una pelota de fútbol (del nuestro, cosa rara en una pelicula estadounidense). En ambos casos, la habilidad de los cineastas consiste en evitar lo explícito y mantener el efecto de sorpresa y el suspenso, imprescindibles en todo tipo de narración, pero mucho más en el erotismo, que implica mostrar lo justo y ocultar lo demás.
Dos cortos son bien experimentales y están por encima del resto en cuanto a calidad. Uno se llama Eyetoon; el otro, Noren Ten. En el primer caso, se mezclan varias influencias que incluyen a independientes como Jonas Mekas (las tomas de la vida cotidiana, montadas con una gran precisión), Stan Brackhage (el movimiento de objetos) y Norman McLaren (animaciones sobre película montadas a ritmo musical y pixilation). Esto se combina con planos de una bella mujer masturbándose y de una pareja teniendo relaciones sexuales en cámara lenta. Noren Ten muestra una relación sexual, tiene sexo explícito pero va más allá del plano detalle de genitales frecuente en el género. Mucho más allá: pone la cámara tan cerca que el sexo, las bocas, las partes del cuerpo, pierden casi su significado y se vuelven completamente abstractos. Esto combinado con planos realizados con filtros de colores y algunas sobreimpresiones. De algún modo, aunque parece totalmente irreal, es la película que mejor refleja no un acto sexual sino cómo lo vivimos en la realidad: siempre de modo fragmentario (piensen: ¿cuándo vieron su cuerpo y el de su o sus partenaires al mismo tiempo en plano general como en las películas?). Es una película además bella, que uno puede recomendar a amigos. Bueno, a algunos amigos que no se ofendan fácil, por lo menos.
Dijimos además que el compilado incluye dos cortos animados de los años veinte. Uno de ellos, Out of Order, no es más que una sucesión de gags con penes y vaginas moviéndose en pantalla de modo un poco aleatorio, sin una historia que hile los gags entre sí. Pero al menos permite entender que los tatarabuelos también solían divertirse con el viejo uno dos. El otro es pura historia y ya forma parte del canon cinematográfico. Se llama Buried Treasure o Eveready Harton, y fue realizado en 1929, aunque otras fuentes dicen que se hizo en 1924. El estilo es muy similar al de los cortos de Otto Messmer con Félix el Gato, de la misma época: pocos detalles, personajes sin volumen y gags surreales donde un objeto cambia de sentido para generar un efecto humorístico. En este caso, el objeto, que parece dotado de vida propia, es el sexo enorme de nuestro héroe Eveready Horton, que hace honor a su nombre de "Siempre Listo". El pobre pene sufre varios golpes y maltratos que su dueño repara, algo imprescindible dado que es casi tan grande como él y debe transportarlo con ruedas, cuando no usarlo como espada contra un rival saturnino. La animación, de paso, es muy buena y los movimientos, muy fluidos.
Lo que nos lleva a su historia. Parece ser que la hicieron animadores profesionales de tres estudios: Winkler (que hacía la serie Mutt y Jeff y en esos años contrató a Disney para que creara a Oswald The Rabbit), Fleischer (los papás de Betty Boop y Popeye) y Terrytoons (que crearía al Súper Ratón a fines de los cuarenta). Cada animador hizo una parte pero nadie sabía lo que le tocaba a los demás, y solo se enterarían al mostrarse en una fiesta privada. Que, según narra Ward Kimball, genio de los Estudios Disney que creó a Pepe Grillo y animó a los enanos de Blancanieves (y ganó el Oscar con su propio corto Es difícil ser un pájaro en los años sesenta), era en honor del padre del cartoon clásico, el dibujante Winsor McCay, creador de la historieta Little Nemo (gloriosa) y del primer personaje animado exitoso, la dinosaurio Gertie. También cuenta la leyenda que, entre los animadores de Eveready figura nada menos que Walter Lantz (nada raro: trabajaba para Winkler y fue quien "heredó" Oswald The Rabbit cuando el estudio se peleó con Disney y se quedó con el personaje), que es el creador de Andy Panda y, sobre todo, del Pájaro Loco. Otra prueba más de que el cartoon no nació como cosa de chicos, sino como juego de grandes.