De Kubrick y Altman a los cuentos de hadas: adiós a Shelley Duvall, jugadora del cine
Seguramente el gran público la recuerda por su rol de esposa de Jack Torrance en El resplandor, el clásico de terror dirigido por Stanley Kubrick. Pero la altísima, delgadísima Shelley Duvall fue una imagen fuerte del cine más realista de los setenta de la mano de Robert Altmann. Y luego, el verdadero hada de la TV. Venga y vea.
Murió Shelley Duvall a los 75 años. Hacía bastante que se había retirado, voluntariamente, del cine, y luchaba contra una enfermedad mental que no había elegido. Pero esa parte triste (¿qué muerte no tiene una parte triste, qué vida no la tiene?) no va a aparecer en esta nota que pretende rescatar a la muy luminosa Shelley Duvall. Se fue y logró cumplir con la cima a la que puede aspirar cualquier estrella de cine, fugaz o permanente: tener una actuación, un personaje, una imagen que se fija icónicamente en el imaginario global. En su caso, es el horror de ojos muy abiertos mientras un hacha atraviesa una puerta en El Resplandor, la adaptación que Stanley Kubrick realizó de la novela de Stephen King, protagonizada por Jack Nicholson. Imposible en una nota sobre su muerte no mencionar tal película en el título. Pero Shelley Duvall fue mucho más: fue la actriz fetiche de un realizador que (aunque no nos guste) marcó una parte importante del cine de los años setenta, Robert Altmann, con quien realizó siete películas. Para comparar: es el equivalente de la colaboración entre Scorsese y De Niro. Y fue una de las más grandes productoras de entretenimiento infantil de calidad de la historia.
Podríamos contar su vida, su formación, etcétera. Mejor hablemos de lo que queda para siempre: sus películas. No fue una carrera pequeña e incluye por lo menos tres películas (la mauyoría de los actores famosos apenas tienen una) que figuran en la mayoría de los cánones. Una es El resplandor, por supuesto. Pero las otras son Nashville y Dos extraños amantes. ¿Qué tenía Shelley Duvall para que tres directores tan distintos como Kubrick, Woody Allen y Altmann le otorgaran papeles que, breves o largos, son inolvidables?
Primero, su imagen: Shelley Duvall no se parecía a nadie. No era una bomba sexy llena de curvas a la manera de las divas de los sesenta. No era, tampoco, la de mirada pícara y provocativa como su contemporánea Jane Fonda. Shelley Duvall era alta, delgadísima, con un rostro que era puro ojos y puro labios, como si la nariz hubiera pedido permiso para permanece fuera de la fotografía. Daba una impresión de languidez y, también, de sexualidad escondida, un misterio flexible. Por cierto, esa flexibilidad que sirgía de su imagen también se aplica a su calidad interpretativa. Dicho de otro modo, fuera el que fuese el tono, no falló nunca.
Aunque su primer papel importante fue en el western revisionista y coral Del mismo barro -a Altman siempre hay que adosarle "revisionismo" y "coral", así son sus películas de M.A.S.H. en adelante- su joven forzada a servir en un sucio prostíbulo del Oeste muestra un control absoluto de la interpretación. Incluso si don Robert tendía a dejar a los actores por las suyas (lo que muchas veces los llevaba a la inanidad o la sobreactuación, sin medias tintas), Duvall conmueve. Altman dicen que le dijo "sabía que eras buena, no sabía que eras genial".
De esa colaboración quedaron Los delincuentes, El volar es para los pájaros, Buffallo Bill y los indios (seamos piadosos y olvidémosla), Popeye (volveremos sobre esta) y las dos mejores y de lo mejor de la actriz: Nashville y Tres mujeres. En todas, su personaje tiene dos características: un aire inocente y un poco excéntrico, y un corazón en peligro. En Nashville interpreta con no poca ironía a una chica que, mientras se desarrolla un evento musical en apoyo a un político, ejerce la promiscuidad de un modo cercano a lo satírico.
En Tres mujeres (de lo mejor de Altman, de paso) es otra "chica fácil" y pagada de sí misma que empieza a reflejarse en otra (la enorme Sissy Spacek), de carácter opuesto. Es un film psicológico muy preciso, donde las actuaciones de las dos actrices mantiene la tensión constante incluso si por momentos parece que al director la historia le importa menos que sus personajes. Pero está bien, incluso muy bien: es ese ejercicio Duvall-Spacek el que transformó el film en clásico.
Dijimos que Popeye quedaba aparte. Fue una producción de Disney y uno de los primeros protagónicos de Robin Williams como el tuerto marinero. Proablemente nunca naya habido un acierto de cast más perfecto que Duvall como Olivia (cualquier foto muestra que nació para interpretarla) y si bien el film parece pedir otro director, hay que reconocer que Altman, al adoptar (era su estilo) la estructura de secuencias casi autoconclusivas y permitir a Williams y Duvall jugar con sus personajes, logró que la película fuera mucho más reivindicable de lo que se dijo luego. Puro juego.
De El resplandor hay muchísimo escrito. Incluso se dijo que Duvall dejó de actuar por lo mal que lo pasó en el rodaje. Falso de toda falsedad: fue un rodaje complicadísimo por su logística (sí, claro, además fue un rodaje de Kubrick, que están codo a codo en cuanto a dificultad con los de James Cameron) pero nadie maltrató a Duvall. Quizás la idea proviene de que la escena del hacha incluye reacciones reales de la actriz que no sabía en ese momento cuándo iba a caer el golpe. Y que la frase "aquí está Johnny" (que viene del Tonight Show de Johnny Carson, una institución de la TV americana por décadas) fue una improvisación total de Nicholson y ella no lo esperaba. Sí, Kubrick exprimió al máximo a la Shelley y al Jack, pero sólo una persona estuvo disconforme con el resultado, un tal Stephen King.
Hay otro papel genial de Duvall que la mostró, además, como una gran actriz cómica sin necesidad de hacer morisquetas: interpreta a la periodista de Rolling Stone con la que el personaje de Woody Allen sale después de cortar con Annie en Dos extraños amantes. Hay que escucharla decir seria, con la cara de ojos grandes, sin expresión "Hacer el amor con vos es una experiencia kafkiana...ojo que lo digo como elogio". Gran momento de una de las grandes películas del realizador de Crímenes y pecados.
Hay más, pero ninguna nota sobre Shelley Duvall estaría completa si no se reconociera lo que hizo por los cuentos de hadas. En los años ochenta, creó una serie para televisión donde grandes directores y actores de Hollywood reversionaban clásicos del género en versiones para toda la familia pero con pimienta. El Shelley Duvall's Faerie Tale Theatre (en la Argentina se editó sólo en VHS). Para que el lector se dé una idea (puede encontrar muchos episodios en YouTube, de paso), Francis Ford Coppola dirigió una versión de Rip Van Winkle con Harry Dean Stanto de protagonista.
Duvall misma dirigió y actuó una Rapunzel (acá tiene el episodio completo en castellano) cuyo príncipe era un muchacho llamado Jeff Bridges. Los fondos se basaban en grandes ilustradores y pintores, de Aubrey Beardsley a Jean Cocteau, y todo lo que va en el medio. ¿Quieren más? Entre los directores, aparecen también Peter Medak, Roger Vadim (sí, el que descubrió a Brigitte Bardot y Jane Fonda) y un pibe de las inferiores, Tim Burton. Seis temporadas brillantes con actores como Vincent Price, Teri Garr, Malcom McDowell, Mick Jagger (!!), la debutante Sofia Coppola, Susan Sarandon, Helen Mirren, Eric Idle. La lista es interminable.
Y ya que mencionamos a Tim Burton: el muchacho hizo su primera película con actores, un corto de 22 minutos, en 1984, llamado Frankenweenie, que décadas más tarde transformafía en largometraje animado (puede ver ambos en Disney+). La mamá del niño protagonista (un Víctor Frankenstein que resucita a su perrito mascota) fue interpretada por Shelley Duvall, todo ternura (y la vecinita rubia con peluca era Sofía Coppola, ya que estamos). Para terminar: aunque la recuerden por el terror y por sus películas ásperas con Altman, Shelley Duvall fue un hada juguetona del cine y la televisión, una persona feliz que dio felicidad. Eso de ser "icono" es un valor agregado.