NEUROCIENCIA

El día Mundial del Cerebro y el futuro

La educación construye la denominada "resiliencia cognitiva", una especie de red de protección ante el envejecimiento

Ibrusco

Desde hace poco más un de una década, la Federación Mundial de Neurología nos recuerda cada 22 de julio que el cerebro merece contar con una fecha en el calendario, no solo por su complejidad sino también porque es el órgano que nos permite pensar, sentir, recordar, aprender, decidir, crear y ser quienes somos. Sin embargo, esa maravilla evolutiva que nos distingue también es vulnerable. Y si bien gran parte del discurso público sobre el cerebro suele asociarse a enfermedades como el Alzheimer o el Parkinson, la buena noticia es que cada vez sabemos más sobre cómo protegerlo, incluso en contextos difíciles.

Uno de los grandes desafíos del siglo XXI es el envejecimiento poblacional. Vivimos más años pero no siempre con la calidad de vida que deseamos. El concepto de "envejecimiento exitoso" aparece entonces como un horizonte deseable, en el que el cerebro ocupa un lugar central. Pero ¿cómo se envejece bien y qué tiene que ver el Día del Cerebro con eso?

Las neurociencias confirmaron que la educación, junto con la nutrición y el entorno social, no solo influye en el presente sino que literalmente moldea la arquitectura cerebral. Durante los primeros años de vida, el cerebro crece a un ritmo vertiginoso, alcanzando el 70% de su tamaño adulto a los 2 años. En esa etapa, una alimentación inadecuada o la falta de estimulación pueden tener consecuencias irreversibles. Pero también puede ser una oportunidad: una infancia bien nutrida y estimulada equivale a una base sólida para toda la vida.

Robert Sapolsky, neurocientífico de Stanford, propuso que nuestro cerebro evolucionó para volvernos "supersociables". Cuanto más grande y conectado es el cerebro, más sofisticadas pueden ser nuestras relaciones, nuestras ideas e incluso nuestras sociedades. La educación actúa aquí como un fertilizante neuronal, ampliando nuestras redes sinápticas y nuestro repertorio tanto emocional como intelectual.

No es casual que las personas con mayor escolarización tengan cerebros con mayor volumen de materia gris, mejor conectividad y menor riesgo de padecer demencia. Según la Comisión Lancet 2020, no completar la educación básica duplica o triplica el riesgo de desarrollar Alzheimer. ¿Por qué? Porque la educación construye lo que se conoce como "resiliencia cognitiva", una especie de red de protección ante las injurias del envejecimiento.

Cómo mejorar nuestra salud cerebral

Entre otros aspectos, controlar la glucemia, la hipertensión arterial, la obesidad, la audición y el estrés, así como también mantener una vida activa, es fundamental para mejorar la salud del cerebro.

Un estudio reciente publicado en Nature Medicine, con participación de investigadores de la Facultad de Medicina de la UBA, desarrolló un reloj que mide la edad biológica del cerebro. Allí se observó que los cerebros envejecen más rápido en América latina que en otras regiones del mundo debido a factores como la desigualdad, la contaminación y el bajo nivel de acceso a educación de calidad. La vulnerabilidad no es solamente genética, también es social.

La plasticidad cerebral no termina en la infancia. Durante la adolescencia y la juventud, el cerebro experimenta un nuevo pico de reorganización donde se consolidan habilidades como el pensamiento crítico, la creatividad y la autorregulación emocional. La neuroeducación, un campo en auge, demuestra que el aprendizaje continuo (incluso en adultos mayores) mantiene activa la conectividad neuronal. 

Técnicas como la autoevaluación, el aprendizaje espaciado y la motivación positiva también ayudan a sostener la atención y la memoria. Y, a la inversa, el perfeccionismo excesivo, el estrés crónico y el aislamiento social son enemigos de la salud mental. Por eso, aquellos programas educativos integrales que combinen buena nutrición desde la gestación con estímulo cognitivo en entornos socialmente activos se presentan como una inversión en salud cerebral a largo plazo.

El envejecimiento no es un fenómeno lineal. Actualmente sabemos que existen al menos tres formas de medir el paso del tiempo: la edad cronológica (la del DNI), la edad biológica (marcada por el estado físico, celular y metabólico) y la edad cerebral (que puede medirse a través de imágenes y biomarcadores). No siempre coinciden. Una persona puede tener 60 años cronológicos y acusar un cerebro de 45. Y también puede suceder a la inversa.

De hecho, investigaciones recientes lograron identificar patrones de envejecimiento cerebral precoz que anticipan el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas.

El trabajo del neurocientífico Christos Davatzikos, por ejemplo, analizó 50.000 escáneres cerebrales y encontró cinco patrones distintos de atrofia. Por su parte, algunos estudios longitudinales como Mark Age muestran que el envejecimiento biológico tiene saltos abruptos hacia los 44 y los 60 años, cuando aparecen cambios metabólicos, inmunológicos y neurológicos. Son momentos críticos en los cuales la prevención y el estilo de vida hacen la diferencia.

Dormir no es perder tiempo. Es, de hecho, una de las tareas más productivas que puede hacer nuestro cerebro. Durante el sueño profundo se activa el sistema glinfático, encargado de "limpiar" los desechos tóxicos acumulados a lo largo del día, incluidas las proteínas beta-amiloide y tau asociadas con el Alzheimer. Cuando no dormimos bien, tanto por insomnio como por estrés, apnea o simplemente malos hábitos, este sistema falla y el cerebro envejece más rápido.

Las llamadas "zonas azules" del mundo, como Okinawa o Cerdeña, nos dan pistas: sus habitantes viven más y mejor. No se trata solamente de genética sino también de estilo de vida: alimentación equilibrada, ejercicio regular, fuertes lazos sociales, poco estrés y una vida con sentido. En paralelo, los avances en edición genética, inteligencia artificial y neurociencia abren aún más el abanico de posibilidades para prolongar la funcionalidad cerebral, aunque también plantean nuevos dilemas éticos: ¿quiénes accederán a estos tratamientos? ¿Cómo evitar que amplíen las desigualdades?

La verdadera revolución no será solo tecnológica, también será política y social: garantizar que todos los cerebros, sin importar su origen o condición, puedan envejecer con dignidad.

El Día Mundial del Cerebro es una invitación para repensar las prioridades como sociedad. Invertir en educación desde la infancia, garantizar acceso a una buena nutrición y promover el descanso, la actividad física y los vínculos sociales no es solo cuidar el presente, es construir un futuro con más salud, autonomía y calidad de vida.

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