El Oscar más importante para el negocio en las últimas décadas

El premio define un futuro modelo para la exhibición

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Se acercan, finalmente, los Oscar. En general se trata de premios poco relevantes que generan algo de efervescencia en los alrededores de la entrega y después, se olvidan. Desafiamos desde esta página a mencionar cinco de los últimos quince ganadores como Mejor película; también a sacar la cuenta de cuántos de esos filmes -en las últimas dos décadas, digamos- vio. En la última década y media, el premio ha perdido popularidad y ha sido demasiado voluble a la corrección política y a las críticas hacia el arte más "comercial" de Hollywood. No es que el utilitarismo cinematográfico haya estado ausente en las premiaciones desde -por lo menos- finales de los años sesenta, sino que hoy se ha generado un estado de cosas que complica todo. La exhibición en salas está prácticamente monopolizada por los espectáculos gigantes, las películas fantásticas que cada vez salen más caras y, por lo tanto, cada vez requieren más público. Lo que, en una espiral que no se detiene, obliga a hacerlas más caras para conformar a más público y eso no parece tener un final que no sea, como en cualquier proceso inflacionario sin freno, catastrófico. El resto del cine, el que no implica un espectáculo inmersivo, encuentra cada vez más espacio en el SVOD y Netflix, recién llegada al mundo de los productores cinematográficos, es el vector más grande en ese sentido.

Pero los exhibidores "de sala" son un lobby importante. No solo por las películas, sino por las enormes ganancias derivadas de snacks, bebidas, servicios colaterales al cine, etcétera, algo que no solo transforma a la exhibición cinematográfica como una enorme empleadora, sino que casi decuplica con estos agregados las ventas de tickets. Por eso es que el próximo Oscar es importante. La película con más posibilidades de ganar, la favorita de la crítica, la que se ganó un Gran Festival (Venecia en este caso), la popular, etcétera, es Roma. Pero Roma fue mucho más vista en la pantalla de Netflix que en los cines -donde se estrenó solo como "evento especial" y para calificar a los Oscar, que exigen lanzamiento en salas antes del 31 de diciembre. Por eso no es extraño que, en los últimos días, Steven Spielberg -no solo un gran director, sino una voz empresaria muy influyente- abogara por la supervivencia del cine en salas, y por qué The Guardian publicara una nota cuyo título es "Por qué Pantera Negra debería ganar el Oscar a Mejor Película".

Si Roma gana, avalaría el modelo "day-and-date": estrenar en plataformas de streaming y en cines al mismo tiempo, algo que los exhibidores no quieren. Si Black Panther lo hace, habría una "pax romana" con una película inatacable: filme de superhéroes con elenco masivamente afroamericano. Los Globos de Oro encontraron una vía ecuánime: premiar Bohemian Rhapsody, alternativa popular y también más o menos inatacable. Como sea, por una vez el Oscar implicará un cambio radical en la industria audiovisual: básicamente, describir su futuro definitivo.

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