Extimidad: cuando la intimidad se hace pública
No somos todo lo que mostramos en las redes sino lo que elegimos que se vea
Una fuerte autoestima permite construir una imagen sólida del "yo" y, con ella, disfrutar una vida auténtica. Cuando uno tiene claro quién es no necesita la apobación de nadie. Porque pocas sensaciones son tan liberadoras como la de vivir sin necesidad de demostrar algo, siendo auténticos, dueños de nuestras propias decisiones y arquitectos de un alma sabia y libre.
Lamentablemente, el mundo es como un escenario teatral donde alguien establece qué es lo normativo o qué es lo esperable y lo adecuado para que, sin demorarnos demasiado, todos nos pongamos a bailar a ese compás. Día a día, y sin que nos demos cuenta, nos convertimos en tristes actores secundarios de historias inventadas que nada tienen que ver con nuestra identidad.
Vivimos en una realidad en la que la extimidad o la exhibición de lo íntimo, especialmente, a través de las redes sociales es casi una necesidad. Porque si no estamos ahí parace que no existimos y tener visibilidad en ese mundo es para algunos casi más importante que tener presencia en el mundo real. La extimidad, entendida como ese acto en que lo privado se hace público, está transformando por completo la forma de entender el mundo.
Admitámoslo, cada vez nos cuesta menos publicar ese pensamiento que acabamos de tener, lo que estamos desayunando o la música que estamos escuchando. Todo el mundo lo hace. Las nuevas tecnologías impulsaron la construcción de una esfera común y compartida en la cual todos somos inocentes mirones y discretos exhibicionistas.
Divulgar, compartir o publicar información privada no es solo una forma de crear comunidad con quienes también lo hacen. Hacer público lo privado nos visibiliza, nos da presencia en un escenario tecnológico y digital. Y, en ese marco, la extimidad llegó para quedarse.
El vocablo extimidad representaba un estado en el que el ser humano se definía por disponer de ciertas áreas muy íntimas que solo adquieren sentido en el mundo externo. Extimidad, hoy, no es un estado sino un proceso en el que la tecnología nos impulsa a mostrar una parte de nuestra intimidad y vida psíquica en la esfera pública, o más concretamente en el mundo digital.
No somos, exactamente, exhibicionistas. Cada cual elige qué quiere mostrar y a menudo, lo que publicamos no es ni siquiera real. Es más, por término medio elegimos muy bien qué mostrar, cómo y cuándo. No somos todo lo que se ve en las redes, somos lo que elegimos que se vea.
Nos gusta observar, es cierto. Nos interesa poner la mirada en las vidas ajenas para descubrir, ver, entender, anhelar, admirar, aprender y hasta envidiar. No obstante, lo que también nos gusta es sentir emociones. La extimidad es un recurso idóneo para crear impacto emocional en quienes nos observan.
Las grandes marcas, los gurúes de las redes y los instagramers saben que un modo de captar seguidores es dejando entrever pequeñas intimidades. Gracias a ello, personas que no conocemos de pronto nos son cercanas al revelarnos cosas de su vida, al abrir la puerta de sus privacidades bien elegidas. Sin embargo, ese acercamiento no significa en absoluto que estemos viendo lo que es una persona con autenticidad y sinceridad, vemos más bien lo que ellas quieren representar.
La extimidad se define por una característica muy particular: la inmediatez. "Desayunando con mi pareja", "ya en el colectivo rumbo al trabajo", "entrenando"... Cuando uno abre su teléfono móvil, la extimidad se revela a través de lo que sucede aquí y ahora. Lo pasado ayer o anteayer carece de relevancia. En los tiempos actuales, lo que la mayoría ansiamos "consumir" o ver es lo que acontece en este mismo segundo.
La mayoría publica fotos, videos, ideas e incluso pensamientos de manera voluntaria. Ahora bien, en ocasiones, pasamos por alto que existe otro tipo de extimidad camuflada. Las aplicaciones que usamos y las redes sociales en las que nos registramos tienen algoritmos y bots que analizan cada cosa que hacemos en estos mundos digitales. Somos observados, escuchados y analizados. Nuestra intimidad se hace pública debido al peligro inherente de una tecnología orientada a recoger la máxima información sobre nosotros y poder vendérsela a grandes empresas.
"El perfil de Clara en la red social era una pieza de orfebrería emocional. Cada estado, cada fotografía, representaba una pincelada cuidadosamente seleccionada de su existencia.
Un jueves gris, mientras esperaba el colectivo, vio a un hombre llorar desconsoladamente al otro lado de la calle. Lloraba sin sonido. Era una intimidad desordenada. La gente pasaba a su lado, ocupada en sus móviles. Clara sintió una punzada extraña. Sacó su teléfono. No para grabar al hombre, ya que eso sería invadir una privacidad que, paradójicamente, estaba desnuda en lo público, sino para subir una "historia": una taza de café perfecta que había tomado hacía dos días.
Al deslizar el dedo y ver las primeras reacciones instantáneas sintió una validación suave. El hombre continuaba llorando su verdad pero, en el universo de Clara, la intimidad ya no era lo que se sentía sino lo que se compartía.
El colectivo llegó, separando a la verdad sin público de la pose con audiencia. Clara subió y el vapor de su aliento empañó el cristal."