En los meses fríos, el uso intensivo de calefacción —ya sea a gas, eléctrica o con estufas— reduce la humedad ambiental. Esto no solo seca la piel y las mucosas: también acelera la pérdida de calor corporal. Un ambiente muy seco puede hacernos sentir más fríos, aunque el termómetro marque una temperatura adecuada.

Una solución simple y económica es colocar recipientes con agua cerca de la fuente de calor. El vapor que se libera compensa parte de la humedad perdida. También se pueden usar humidificadores de vapor frío, especialmente en habitaciones donde se duerme o trabaja durante muchas horas.

Aunque no haya datos oficiales locales sobre este fenómeno, la observación doméstica lo confirma: un ambiente con humedad equilibrada —entre 40% y 60%— se percibe como más cálido y confortable, incluso sin subir la calefacción. En invierno, también se respira mejor cuando el aire no lastima.