ENFOQUE

Jorge Lanata: un periodista que nos obligó a pensar

Jorge Lanata  falleció  este lunes tras estar varios meses internado.  Libró toda las batallas contra la corrupción y obligó en el periodismo a que primara la buena escritura. Y su aparición en la televisión creó un semillero del que surgiría toda una generación de periodistas

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Los icebergs, dicen, ocultan nueve décima partes debajo del agua; lo que podemos ver es esa punta, la décima parte. Por muy gigante que sea, hay mucho debajo, mucho a lo que no accedemos. Pero en el periodismo argentino hemos tenido el único iceberg que mostró sus diez partes. Ese iceberg, esa montaña, se llama Jorge Lanata. 

Quienes tenemos más de cincuenta años lo recordamos movilero de Sin anestesia -mítica emisión radiofónica de Eduardo Aliverti cuando, en los primeros ochenta, todavía era peligroso hablar-, su fulgurante y disruptiva invención de Página/12, aquel que libró toda las batallas contra la corrupción y donde primaba la buena escritura, su aparición en la televisión dirigiendo un semillero del que saldría toda una generación de periodistas (sea con Día D, Hora 25, Periodismo Para Todos o sus espacio en radio) y, más tarde, como un showman de la noticia; como el tipo que decidió fundar un diario -Crítica de la Argentina- cuando nadie pensaba que tal cosa era viable. Y el escritor, y el tipo con mil problemas de salud, y el hombre de las noticias que es noticia en sí mismo. De Lanata sabemos todo y nos cambió bastante la vida. ¿En qué sentido? Cada uno sabe.

Las últimas noticias sobre su salud, sobre su vida, no han sido las mejores: tensiones familiares, circo involuntario, mala leche a raudales. No hay que pensar en eso. Tampoco en si Jorge Lanata cambió de modo de pensar. Él mismo diría que todo el mundo cambia de opinión y seguramente utilizaría palabras altisonantes para que no volvieran a preguntarle eso.

 Pero -otra vez el iceberg- es menos lo que cambió el país de lo que cambió Lanata. El tipo que peleaba contra la corrupción e iba a fondo con cualquier negociado lo siguió haciendo siempre: un imperativo moral y ético que, alternativamente, podía tocar a quienes nos caían bien o a quienes nos caían mal. Problema de ellos y nuestro: el compromiso con la verdad -incluso cuando se ha equivocado más de una vez- no parece haberse quebrado nunca.

Para bien y mal -también, seguramente, Jorge Lanata sería el primero en admitirlo-, cambió no el periodismo (aunque sí, claro: era el tipo que decía en una reunión de sumario que el periodismo era contar historias, aunque no es eso, o no sólo eso) sino nuestra relación con el periodismo. Al ir a fondo, al permitir el detalle cuando se investigaba, al no tener pelos en la lengua, al romper algunas reglas no escritas y melindrosas de la profesión, puso en pie de igualdad al lector y al que producía las noticias. Nos involucraba al romper la asepsia que los medios tradicionales nos habían insuflado a fuerza de una falsa objetividad formal. Para Lanata el periodista no debía ser objetivo: debía, sobre todo, ser ecuánime. Es una diferencia enorme la que separa ambos términos; quizás algo que aprendió de otro showman del periodismo al que admiraba aunque no coincidiera con él, Bernardo Neustadt. Ninguno de los dos dejó que su propia ideología lo apartara de quien tenía algo que decir, de aquel a quien se debía preguntar.

El periodismo no es contar historias sino comunicar, pese a quien le pese y caiga quien caiga, lo que es pertinente para el ciudadano del modo más -repitamos- ecuánime posible. Lanata lo hizo y no ocultó siquiera sus propias miserias y sus propios fracasos. Pocos en esta profesión han sido tan transparentes en ese sentido. Pocos han mostrado sus vicios y errores como él. Hay algo más, y esto lo sabemos quienes tuvimos la suerte de trabajar con él: ha sido generoso y jamás rencoroso. Lo segundo es absolutamente indispensable para ganarse la confianza de una fuente, para conseguir un dato, para comunicar lo necesario.

¿El gran periodista argentino? Nadie lo sabe y, por cierto, a nadie le importaría menos que a él estar en un panteón, en una placa de bronce o en un busto. Nada de eso: con todos sus mil defectos (el iceberg los mostraba absolutamente) lo que lo impulsaba era la pasión por el periodismo. El periodismo, nunca está de más recordarlo, es un oficio: se aprende en el hacer -aunque haya estudiado, aunque haya aprendido las herramientas a base de currículas- y es su ejercicio el que transforma a alguien en autoridad para decir cosas. Lanata nunca dejó de ser creíble incluso cuando se equivocaba, porque decía que se equivocaba. E incluso si fue él el que creó el término “grieta” (muchas veces usado de excusa perezosa incluso por políticos perezosos) La única ideología pertinente en este caso es ser justo con lo que se dice, aunque sea duro y aunque ofenda.

El detractor puede aquí hacer una lista de sus errores, de sus defectos y de aquello que no le gusta de él; el problema es que llega tarde porque Lanata no sólo la hizo sino que además, pasó a otra cosa. Trabajar en un medio dirigido por él, estar cerca, siempre fue vértigo. A nadie se le exigía compromiso: simplemente lo generaba de tal modo que cualquiera que -otra vez, como el autor de estas notas- se le acercaba con timidez, salía con la adrenalina altísima. A veces, claro, para estrellarse contra una pared. Pero si hay que meter la pata, que sea con la propia voz y de modo espectacular, porque eso también es el periodismo.

Y sin embargo, si hoy sabemos que aquel político nos robó, que detrás de aquella sonrisa había rapiña, que de todo aquel que ejerce el poder hay que desconfiar (sanamente, siempre hay que desconfiar del poder), de que no hay santos absolutos ni pecadores irredimibles, es porque, desde los medios, Jorge nos obligó a pensar incluso lo que él escribía con absoluta convicción. En última instancia, una sociedad verdaderamente democrática se basa en eso. No sólo en el disenso sino, cuando hace falta, llamar al pan, pan; al vino, vino; y al chorro, chorro. Como Bartolomé Mitre, como Natalio Botana, como Jacobo Timmerman, como Bernardo Neustadt, Lanata le dio un giro al periodismo argentino y una identidad. Que tomemos la decisión de reflejarnos en ella es, también, una enseñanza que nos deja.

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