La tragedia y el conurbano invisible
La cuestión vinculada a la cocaína adultera que se cobró 24 víctimas se extendió del terreno del producto al del análisis sobre un conurbano que los grandes relatos eligen no ver
24 muertos y 80 intoxicados por cocaína adulterada, en un territorio al que la civilización no se asomó, o abandonó. Como si fuera una serie. Con víctimas que no son tales, de esas sin rostro, que te vas a cruzar como extras, en la próxima de Netflix. Aunque haya sido en el barrio en el que vivís, trabajás o te enamoraste, y esas caras se parezcan demasiado a la tuya, lo viste por TV. La contaminación empezó en el producto y se extendió al análisis: el todo por un meme de las redes sociales, el ¿y a mí por qué me miran? de los funcionarios y la relación tan “Don’t look up” entre periodistas y especialistas, se combinaron para contar lo que aparece cada vez más difuso ¿Qué hubiese pasado si la geografía fuese otra? ¿Qué, si las víctimas no estuvieran condenadas desde antes? El caso de la cocaína adulterada, de la Puerta 8, nos habla de la dificultad de la política y los medios, cuando deben explicar el Conurbano.
La comunicación del Conurbano agrupa dos elementos. La estrategia de sus instituciones y los dirigentes para visibilizar sus acciones, y a que refieren los medios, y sus actores, cuando hablan del Gran Buenos Aires como conjunto. La comunicación de gobierno, en los municipios y en la provincia, luce precisa para el registro de reuniones políticas, obras públicas y efemérides, y sin visión de conjunto cuando se trata de explorar una identidad común. Las dinámicas de cada distrito aparecen fragmentadas, al igual que las prácticas de sus referentes. Los medios, en su narrativa, priorizan lo accidental y la emergencia. Así, las prácticas del principal núcleo poblacional de la Argentina, son narradas a través del exotismo: la brutalidad de sus calles, la curiosidad idiomática y la fragilidad de los vínculos se combinan, para generar una música de fondo que acompaña las noticias sobre inseguridad y monopolizan el relato sobre el territorio.
En otro contexto estaríamos hablando de crisis. Pero, para que exista como tal, hacen falta tres factores: víctimas reconocibles, institucionalidad en riesgo y la indignación de un público capaz de identificarse, por semejanza, con los afectados. Sin comunión en la problemática, no hay solidaridad ni empatía. Si el que padece es ajeno, las consecuencias de su sufrimiento no afectan al conjunto ¿El resultado? Reciclar los hechos como tragedia, una dimensión humana; la crisis siempre es política. En la primera hay un destino inevitable. “Si compraste en las últimas 24 horas, descartala”, tiene una significación que aturde. El pragmatismo de quien, impotente ante las causas, asume las consecuencias. La apelación directa a un sector que, aunque vos no lo conozcas, existe. Antes del infortunio de su raid mediático y los cruces de acusaciones, el ministro Berni comprendió que esos, aunque no los ves, te escuchan.
La invisibilización del Conurbano se nutre de dos miradas. Por un lado, el registro punitivista de quienes, en la reflexión de un territorio que perciben como amenaza, reducen las prácticas que se dan en él, a problemáticas relativas a la seguridad. En el otro extremo, aparente, la condescendencia de quienes construyen una idealización de la pobreza y sus condiciones, con más curiosidad antropológica que conciencia social. ¿Que comparten las dos miradas? La inespecificidad de las reflexiones, con prejuicios que anteceden a sucesos. Desde lejos, no se ve. Las fantasías de ajustes de cuentas y veneno para ratas, ocupan páginas en detrimento de la evidencia de que el narcomenudeo es parte de la vida económica de algunos barrios y que, en esas comunidades los límites de lo legal o ilegal, son más flexibles que en otras calles. Tan exótico y ajeno es el registro del Conurbano, que hay especialistas en el tema, prestos a analizar la conducta de quienes habitan a 30 km. promedio, del centro de las decisiones políticas del país.
El registro que hace foco en la marginalidad y precariedad, tiene una consecuencia: imputar la validez del criterio con el que sus habitantes deciden y actúan. Ese juego de estigmatizaciones, que habla de Congourbano, se burla de gorras, Brians y Yesis, y supone que alimento y cemento son excluyentes, genera fenómenos de sentido que proscribe, mediante la deslegitimación, la conducta política de más de 10 millones de argentinos. Córdoba, en 2015, aportó 930.829 votos de diferencia a favor de Macri, más que los 678.774 que lo distanciaron de Scioli (sobre 2.791.736 del padrón y 2.218.843 votantes reales). El Conurbano, en 2019, contribuyó con una diferencia de 1.629.302 votos, en favor de Fernández, inferior a los 2.003.102 que lo hicieron ganador (sobre 8.750.600 electores y 6.930.980 votantes reales). A esos pensadores, demasiados, que expresaron su contrariedad por tener que ser gobernados, contra su voluntad, por lo que decidieron los bonaerenses no les resultó curioso que la gestión anterior haya sido decidida por una sociedad que considera al Fernet una bebida. Los números cuentan que, sin Córdoba, Cambiemos perdía su segunda vuelta, y sin el Gran Buenos Aires, el Frente de Todos hubiese resultado triunfante.
Si esto es tragedia y no crisis es porque, en la consideración de quienes lo cuentan, los que murieron forman parte de una existencia accidentada, precaria, destinada a sufrir de esta forma o de otra. Cuando las víctimas se parecen a mí, los memes desaparecen. Los sectores más vulnerables del Conurbano experimentan, en el registro de su realidad, una triple exclusión. La primera, geográfica, que es común a todos los que lo habitan, la segunda, económica, por habitar en la periferia de sus distritos, la tercera, social, por desarrollar prácticas que la comunidad frecuenta, y al mismo tiempo, considera ilegales. Los sistemas políticos, en sus dinámicas de inclusión, trabajan sobre quienes por un rato quedaron afuera. Los que, por intervención de las políticas públicas, consiguen entrar al sistema. Esta triple fractura sincera, lo que algunos no están dispuestos a ver: Que el excluido de hoy es hijo y nieto del excluido de ayer, sin más derecho biográfico que habitar la estadística.
El Conurbano es invisible, porque el grueso de sus prácticas sociales también lo son. Las historias de movilidad ascendente que pueblan, por miles, sus universidades, los migrantes que garantizan la actividad comercial de la Ciudad de Buenos Aires o el desarrollo de sus cordones productivos, que aportan más de lo que consumen, no forman parte de lo que se cuenta del Gran Buenos Aires. Su emergencia, con consecuencias disfrazadas de causas, ocupa el centro de las reflexiones. El desafío es alejar su historia, de los lugares comunes propuestos por el rigor de quienes proponen asimilarlo y la condescendencia de quienes desean integrarlo. Un falso antagonismo, uniforme en la centralidad otorgada al relato de la emergencia. El Conurbano debe generar su tercera posición. Instituciones que hablen desde su territorio, sin ocultar su identidad.
Una decisión comunicacional con consecuencias políticas, que visibilice las prácticas mayoritarias; la de quienes habitan el Gran Buenos Aires y no se reconocen como parte de él. La de esos que, para comprender lo que pasa a diez cuadras de su casa, necesitan el auxilio intelectual de quienes nunca pisaron su barrio. 24 es un número que no tiene forma de nadie. Pero si te lo permitís, y prescindís de la mirada de terceros, puede ser que reconozcas, en esos muertos, al panadero, a la maestra, al albañil o a la estudiante. Quizás, tengan más semejanza con vos, de lo que creés. Mirar de cerca es salir del pobrismo costumbrista marca Polka y acordarte que ese es tu vecino, porque se parece a vos.