DESDE ADENTRO

Las diferencias son nuestras mejores oportunidades

Todo lo que existe puede estar unido y seguir siendo diverso sin necesidad de luchas estériles ni de descalificaciones infantiles

agodino

Hay que evitar la tentación de tenerle miedo a los demás, de tenerle miedo al que no nos es familiar, al que no pertenece a nuestro grupo étnico o a nuestras opciones políticas o a nuestra religión. Para hablar de la unidad y de la paz se requiere crear y promover una síntesis de la riqueza que cada uno lleva consigo. La unidad en la diversidad es un desafío constante que reclama creatividad, generosidad, abnegación y respeto por los demás.

La tendencia es buscar, no la unidad, sino la uniformidad del pensar en los grupos, en las familias y en las instituciones. Y esto exige y pretende también la uniformidad del sentir, se busca que todos piensen y sientan de manera similar. De esta manera se conduce a las diversas formas de intolerancia y manipulación, se anula el juicio crítico y la capacidad de analizar cada hecho o situación.

Así se graban ideas, prejuicios, actitudes, conductas, comportamientos, creencias y opiniones. Lo más grave es que esta práctica que mata la espontaneidad y la autonomía del pensamiento, se lleva a cabo de manera casi sorprendente en los sitios más impensados: los pupitres de docencia, la mesa familiar, los púlpitos de la religiosidad, los atriles de discursos dirigenciales y los ámbitos de la sociedad toda.

Se produce una burda simplificación por mera comodidad y porque resulta fácil adherirse a formas y concepciones concebidas o elaboradas por otros. Por eso, los simplistas piensan y hablan siempre igual, no a través de experiencias verificadas personalmente sino a través de una ingenua "sencillez copiada" que se origina en la pereza mental. Es la figura del bondadoso rutinario o del practicante fiel que no reflexiona siquiera el fondo y las razones de sus prácticas.

La unidad no quiere decir uniformidad. Todo lo que existe puede estar unido y seguir siendo diverso sin necesidad de luchas estériles ni descalificaciones infantiles. Si soy mejor católico ayudaré al judío a ser mejor judío. Si soy honesto como ciudadano ayudaré al político a ser honesto. Si soy justo como jefe tendré empleados más responsables. Si soy mejor docente mis alumnos serán mejores discípulos. Si somos mejores padres nuestros hijos verán un mejor futuro. Todos diversos pero unidos ûno uniformes- en la construcción de un mundo mejor.

Inmersos en la comprensión podemos observar la belleza de las diferencias, considerando que existe un amplio rango de perspectivas que nos hace crecer como personas a cada uno de nosotros. Nuestra riqueza son nuestras diferencias. Lejos de entender las diferencias de cada persona como algo que nos aleja de los demás, las diferencias individuales nos hacen únicos. Nuestra identidad se basa en estas diferencias que vamos desarrollando en el transcurso de nuestra vida.

Ser nosotros mismos es mucho más difícil de lo que pueda parecer. Continuamente, nos vemos condicionados por factores externos y personas a nuestro alrededor que evitan que podamos ser uno mismo y mostrar nuestro lado auténtico. Desde pequeños nos enseñan ciertas normas para convivir en sociedad que, en ocasiones, restringen nuestra verdadera naturaleza. Parecería que las diferencias nos hacen culpables y no distintos. Hemos vivido, muchas veces, siendo como los demás han querido. Somos diferentes, únicos y así debemos aceptarnos.

Las personas formamos parte de grupos sociales: familias, amigos, entornos laboralesà Así, de algún modo, casi siempre existe una norma implícita: dicha pertenencia supone tener que emitir los mismos juicios, tener los mismos valoresàetc. De hecho, la coincidencia se suele tomar como un indicador de cohesión. Alguien distinto no es malo, ni torpe ni engreído. Sólo es diferente, alguien que ha aprendido a esquivar las piedras, a pensar de otro modo, y que siempre ha sabido qué dirección tomar, no como el rebaño. Ser diferente puede ser una amenaza para los demás, pero no para nosotros. Romper las reglas nos hace salir de nuestra zona de confort. Una postura que deseamos adoptar, pero que no postulamos por el miedo al qué dirán o al qué pensarán de nosotros.

El desafío no es "ser otro". El desafío es ser uno mismo. "Una tarde, hace muchísimo tiempo, Dios convocó a una reunión. Estaba invitado un ejemplar de cada especie. Una vez reunidos, y después de escuchar muchas quejas, Dios soltó una sencilla pregunta: ¿Entonces, qué te gustaría ser?, a lo que cada uno respondió sin tapujos y a corazón abierto.

La jirafa dijo que le gustaría ser un oso panda. El elefante pidió ser mosquito. El águila, serpiente. La liebre quiso ser tortuga y la tortuga pidió ser golondrina. El león rogó ser gato. La nutria, carpincho. El caballo, orquídea. Y la ballena solicitó permiso para ser zorzal.

Le llegó el turno al hombre, quien casualmente venía de recorrer el camino de la verdad. Hizo una pausa y, esclarecido, exclamó: "Señor, yo quisiera ser feliz".

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