La escena sexual

Las mejores películas sobre el sexo en el cine

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Por una semana, dejemos de lado las películas eróticas y pornográficas. Bueno, no, no del todo: de lo que vamos a hablar es de las películas sobre el porno, que las hay. Varias incluso están cerca de lo magistral (ya veremos). Lo interesante del tema es que estas películas han demostrado ser diferentes miradas respecto no del sexo o del arte de representarlo, sino de la moral a su alrededor. La gran pregunta que se hacen estas obras es si el porno vale la pena y si es bueno o malo. En general. Las mejores, eluden la pregunta o, curiosamente, se ponen del lado del "sí".

No son todas. Una de las primeras películas en adentrarse en el mundo de la pornografía es Hardcore, de Paul Schrader, que tiene algunos elementos autobiográficos del realizador de American Gigoló y guionista -nada menos- que de Taxi Driver, Toro Salvaje y La última tentación de Cristo. Hay un padre de rígida formación religiosa (George C. Scott), abandonado por su mujer y cuya joven hija desaparece. Se entera de que la chica es estrella de una película porno y decide rescatarla de ese mundo haciéndose pasar por un productor y ayudado por una actriz de ese mundo, que desea abandonarlo. Contar más es ir contra las sorpresas (geniales) de una película oscura, densa y llena de vueltas interesantes. Pero el porno, en última instancia, es visto como algo más o menos normal, con gente normal que es diferente delante y detrás de las cámaras. La maldición de este hombre es creer que lo que pasa en una película es "la realidad", nada menos. La historia está totalmente inspirada en el clásico Más corazón que odio, de John Ford, y resulta, en última instancia, amoral en el mejor sentido del término: le deja la solución al espectador.

Una década antes, el maestro japonés Shoei Imamura, filmó Los pornógrafos, que fue un escándalo en japón. Imamura es, sobre todo, un satirista, aunque no siempre es cómico (ver su scorsesiana La mujer insecto, sobre una geisha en tiempos del "milagro japonés", o la brillante La Anguila, ganadora de Cannes). Basada en una novela muy célebre en su país, cuenta la historia de un sacrificado tipo de clase media que decide dedicarse a la pornografía para hacer unos pesos. Y de las tiranteces a veces cómicas que tiene con una mujer y con la hija de esta, que termina siendo el objeto de deseo del protagonista. De lo que trata Los pornógrafos, con mucho de la Nueva Ola japonesa, es de mostrar la decadencia de la cultura tradicional japonesa después del enorme quiebre de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación estadounidense. Hay sexo en la película, pero es otra cosa: muestra cómo funciona realmente la conjunción deseo-negocio, y por eso es bastante universal.

En el medio, no faltan comedias. Orgazmo, por ejemplo, es una de las más originales de las últimas tres décadas y pasó totalmente inadvertida: de hecho, no se estrenó en la Argentina ni se editó en video (solo se vio en algunos canales de cable). Un misionero mormón necesita vender muchas Biblias para juntar dinero y casarse con la chica que ama. Por pura casualidad, cae a venderlas en una casa donde se filma porno. Por más casualidad, termina disfrazado del superhéroe Orgazmo, que tiene un rayo que causa clímax y eso le permite hacer justicia. Por cierto, en los momentos de acción sexual no participa. Pero gana mucho dinero y se convierte en una sensación mundial, aunque debe ocultarlo porque, claro, es mormón. Y además su novia va a visitarlo. En su momento, la crítica la destrozó. Pero resulta que la dirigen -y escriben, y actúan- Trey Parker y Matt Stone. Sí, claro, los creadores de South Park (y del multipremiado musical de Broadway The Book of Mormon, nada menos) y la película tiene exactamente ese humor a veces grosero, a veces sutil, siempre inteligente de la desesperada serie animada. El porno, de paso, es un lugar de libertad, placer y, sobre todo, juego. Nada es peor que -como en Hardcore- la moral religiosa hipócrita.

Siempre en el lado del humor, Zack y Miri hacen una porno es probablemente la más tierna y, también, autobiográfica. Protagonizada por los (grandes) Seth Rogen y Elizabeth Banks como dos amigos que -cosa repetida- deciden hacer una porno para ganar unos mangos (sin tener la menor idea de cómo hacerlo) es también la historia de cómo Kevin Smith, el realizador, hizo su primera, gran comedia, Clerks -que no era porno. Hay grandes momentos, pero lo más interesante de esta película es que no siempre el sexo ocupa el primer lugar de la historia, sino la relación de estos dos amigos metidos en un contexto en el que el amor empieza a decir su nombre. Es decir, de todas las películas que mencionamos aquí, es la más tierna. Y tampoco tiene un discurso de corrección política o moral respecto del sexo o la pornografía.

De todos modos, la mejor de todas es Boogie Nights, segundo largometraje de Paul Thomas Anderson y la película que lo lanzó definitivamente al conocimiento universal. El elenco es irrepetible (Mark Wahlberg, Burt Reynolds, Julianne Moore, Philip Seymour-Hoffman, Don Cheadle, John C. Reilly, William H. Macy, Heather Graham y muchos más) y además trabajan muchas estrellas porno "de verdad" (la mejor, la también activista feminista y por la libertad de expresión Nina Hartley). Narra, de modo coral, con muchos y grandes movimientos de cámara enolventes, a veces vertiginosos, con muchísima música "disco", la historia de un pibe de 16 años con un enorme talento -disculpen la metáfora- y su relación con una "familia" de pornógrafos, con la fama, con las adicciones y con el mundo. La película es coral, narrada en dos mitadas que se responden en espejo, y también cuenta qué le pasó al entretenimiento cuando se pasó del cine al video. Hay momentos trágicos, momentos cómicos, extraordinarios y virtuosos momentos de cine lujoso. Pero lo que más importa es cómo todo eso implica dos cosas: el misterio de la vocación artística -por un lado-, y el amor que esa profesión del placer ajeno genera en quienes lo ejercen. Sea porno, sea circo o sea cine. Ver todas estas películas implica romper los lugares comunes moralistas y políticamente correctos (hoy casi censura) alrededor de algo en el fondo tan ingenuo como el sexo ante cámara.

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