El árbol de caquis

Mantener el equilibrio: ejercicio y aprendizaje

Habrá que poner límites a la ansiedad, el exitismo y los miedos exagerados.

Lic. Aldo Godino

Decía Albert Einstein: “La vida es como andar en bicicleta: para mantener el equilibrio siempre debes seguir avanzando”. 

Desde los filósofos griegos hasta hoy, algunas corrientes de pensamiento consideran que la virtud es una forma de elección de un término medio determinado por la razón. Se trata de un punto entre dos extremos, cuya localización exacta es determinada por la sabiduría práctica. El hombre debe pensar y decidir –casi siempre- entre los extremos. 

Comúnmente el deseo de una vida agradable nos enfrenta a la necesidad de buscar el equilibrio y el balance, como condiciones necesarias. Características que no se pueden confundir con tibieza o relativismo. Promediar todas las cosas no es bueno. Es cobardía, mediocridad, injusticia. El ejercicio de la libertad y la necesidad de la armonía nos exigen tomar decisiones en nuestra vida cotidiana. Pensamos, decidimos y actuamos. Ser libre es la capacidad de optar, evitando extremos indeseables y manteniendo el equilibrio.

Entre la cobardía de no jugarse por nada ni por nadie y la temeridad de exponerse irracionalmente al peligro, queda el equilibrio del valor. Entre la tacañería que mide con mezquindad todo esfuerzo y el despilfarro que gasta innecesarias y ostentosamente permanece el alma grande que vive la generosidad. 

No debemos faltar a la verdad. Sin embargo, la verdad no puede ser dicha en forma cruda, a todo el mundo. Ser equilibrado implica decirla de modo suave, y en aquella medida que cada persona requiera, en el momento adecuado. Es la posibilidad de armonizar las formas y el fondo. No es falsedad, es respeto. 

La prudencia nos hace humildes y sencillos, pero puede llevarnos a la cobardía si no es aplicada con equilibrio. Ser prudente no es guardar silencio por temor a quedar involucrados. Muchas veces habrá que abrir paso al heroísmo. Una cosa es la prudencia, y otra muy distinta es querer quedar bien con todos al precio que sea. 

No podemos disfrazar de modestia nuestras inseguridades, nuestra falta de autoestima, nuestra timidez. Ni ponerle el nombre de fortaleza de carácter a situaciones de despotismo, de violencia encubierta y de tiranía.

Entre las cascarrabias y el empalagoso hay un término medio, entre el “contra” y el obsecuente también. Hay un lugar equilibrado entre el irresponsable y el obsesivo, entre el negativista metódico y el soñador empedernido. La tensión mental represiva es tan perniciosa como la indulgencia que lo acepta todo sin pensar.

Vemos cotidianamente situaciones reñidas con el equilibrio... El trabajo es muy importante pero, ¿no lo es también nuestra familia? Asumir responsabilidades es signo de madurez pero, ¿el descanso y la diversión no juegan un papel importante en nuestra salud mental? A la hora de tantas ocupaciones,¿Dónde quedó el espacio para el encuentro gratuito con los amigos? Si vamos a escudriñar los defectos de alguien que consideramos enemigo ¿podemos olvidarnos de analizar también los nuestros y no quedarnos en críticas estériles al “otro” cuando la patria necesita nuestro hombro? Si no ponemos compuertas al río de la bronca y la venganza después no lo podremos controlar. Habrá que aprender a poner límites a la ansiedad, al exitismo y a los miedos exagerados. Todo un ejercicio y un aprendizaje. Sí es para todos.

En tiempos de inestabilidad, paciencia. En medio del caos, calma. En momentos difíciles es más necesario que nunca aprender el arte de andar en equilibrio. Así, del mismo modo que aprendemos a caminar, que aprendemos a pasar por un banco estrecho, que aprendemos a montar en bicicleta, también tenemos que aprender a equilibrar nuestra mente. Las caídas dolorosas vienen en el paquete; Lo importante es aprender de ellas, analizar el por qué y poner las medidas necesarias en el próximo intento. 

Así reflexionaba el monje Mamerto Menapace y nos viene muy bien: "En enero es frecuente encontrar árboles que se doblan bajo el peso de la madurez de sus frutas. Sin embargo los caquis no maduran su fruta en verano, la guardan para cuando comiencen los fríos. Durante esos meses, en el amanecer se puede escuchar el ruido que hacen sus frutas pequeñas al desprenderse aún verdes del árbol. Son frutas que ellos mismos dejan caer. Quizás estos árboles reconocen que sus raíces no darán tanta para fruta. Y por eso, por fidelidad a la madurez de lo que entregarán, renuncian al número de lo que poseen. Y esto es lo original del caqui. No necesita la poda del jardinero. Lento en su crecimiento, se va agrandando con armonía. Como no exagera, no lo frenan. 

El árbol acepta el equilibrio que le imponen las raíces. Porque en definitiva sólo ellas conocen las auténticas posibilidades de cada árbol. Sólo ellas están en contacto con lo fértil que las alimenta. Y a la vez el mismo árbol conoce las posibilidades de sus raíces. Por eso cuando siento a un árbol renunciar al número de sus frutas, pienso que en la noche ha dialogado con sus raíces. Lo que explica la renuncia del amanecer. Cuando los fríos comienzan, el dulzor de sus frutas será tanto, que ya nadie pensará en la renuncia del pasado”. 

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