"No tengo ganas de hacer nada"
A menudo, el cansancio emocional es más incapacitante que el agotamiento físico.
A veces acumulamos toda una concatenación de problemas, decepciones, miedos, ansiedades e incertidumbres que cuesta explicitar. Necesitamos un paréntesis, poner distancia, darnos un respiro, separarnos un poco de la vida cotidiana… Hacer cambios en nuestra vida que nos permitan adelgazar presiones.
Cansancio, dolor de cabeza, desánimo, una tristeza sin explicación... Apatía, desánimo, agotamiento… Todos hemos oído hablar de esos cambios de humor y energía. En ocasiones, vivimos épocas caracterizadas por una mezcla de desánimo y desmotivación. Hay momentos en los que uno no siente ganas de hacer nada, los ánimos se van por las alcantarillas y ni el cuerpo ni la mente parecen estar en armonía. Todo pesa, todo agota y cualquier tarea se vuelve una montaña. Si bien es frecuente que esta experiencia sea algo puntual y con los días se recupere la motivación, el problema llega cuando esa «costra» de malestar no desaparece.
Factores como el estrés bajan al mínimo la motivación. Sin embargo, existen otras condiciones físicas y psicológicas subyacentes en este tipo de estados. La depresión o los traumas no curados acompañan con frecuencia tales cuadros conductuales y emocionales. A menudo, el cansancio emocional es más incapacitante que el agotamiento físico.
¿Quién no ha dicho alguna vez: «Últimamente no tengo ganas de hacer nada»? Es algo que escuchamos con frecuencia y, hasta nosotros mismos, lo vivimos en piel propia más de una vez. No tener ganas de nada evidencia un estado psicofísico que va más allá del agotamiento corporal: aparece un desgaste emocional o mental. En la mayoría de los casos, se trata de situaciones puntuales resueltas con los días, tras darnos un descanso o solventar aquello que nos preocupa.
No tener ganas de hacer nada es un problema cuando nuestras responsabilidades son muchas y no podemos detenernos. El trabajo, las tareas del hogar, la familia o las metas que deseamos alcanzar en la vida requieren movimiento y acción. Pero, a veces, fallan las fuerzas y los ánimos.
Quizás en temporadas nos faltan motivaciones, ilusiones y metas emocionantes. El peso de la rutina y el aburrimiento son como el óxido para el cerebro. El ser humano necesita estímulos en su día a día para hallar ese impulso con el cual, seguir moviéndose, trazando sueños y objetivos. Si esto falla, llega el malestar y el desánimo.
A veces, pasamos por alto el efecto que tiene en nuestra salud física y mental ese estrés que no regulamos, el que nos sobrepasa, el que no sabemos afrontar. Uno no tiene ganas de hacer nada cuando hay exceso de problemas y no sabe cómo abordarlos.
El cansancio y la desmotivación son dos características recurrentes de los trastornos depresivos. Ello explica la sensación de pesadez, los dolores musculares y ese agotamiento que no desaparece, aunque hayamos dormido diez horas seguidas.
Hay días en los que deseamos escapar bien lejos y huir de todos los problemas. Sin embargo, no siempre es la mejor solución. Decía con acierto Antoine de Saint-Exupéry que la huida no ha llevado a nadie a ningún sitio. Sin embargo, esta posibilidad es tentadora en infinidad de veces. Sobre todo, cuando la vida aprieta, los problemas son muchos y ciertas personas nos agobian o amenazan nuestro bienestar. Hay algo catártico en la imagen de nosotros mismos tomando distancia de todos y de todo… Detrás de nuestras ganas de huir, generalmente, suele estar el aburrimiento y una realidad falta de estímulos.
Dicen de la apatía que es como una maldición, que cuando te atrapa ya no te suelta y entonces emborrona la vida, apaga las ganas y hasta los sentimientos. Es un estado de ánimo donde la desmotivación colapsa la mente, donde desaparecen las ilusiones y hasta el cuerpo duele. Nos faltan la energía y las ganas, somos como prisioneros de un embotamiento físico y mental absoluto.
El desánimo es como el óxido que carcome poco a poco todo bienestar. Hasta que al final uno es plenamente consciente de no poder más. De no encontrar motivos ni motivantes. Esas son situaciones que no podemos descuidar ni dejar para después. “A veces tengo la horrible sensación de que pasa el tiempo y no hago nada, nada acontece y nada me conmueve hasta la raíz” decía Mario Benedetti.
¿Puede existir un arma más peligrosa que el desánimo? El desaliento acaba con todos los buenos propósitos, con el amor, la fe, el hogar, el trabajo y muchas tantas cosas más… El desaliento es uno de los múltiples estados de ánimo negativos contra el cuál hay que fortalecerse. Nos desalentamos con nuestra pareja, nuestros hijos, nuestra familia, la situación económica, nuestro trabajo…
“Cuenta la leyenda que un día Dios mandó llamar al diablo y cuando éste compareció le dijo: Son tantas las plegarias que me hacen para que aquiete tu fuerza que he decidido privarte de todos tus poderes menos de uno. Elige, pues, aquel que quieras conservar. El diablo se puso triste, podía escoger sólo un poder para hacer todo el mal posible. Después de pensar, Satanás hizo una mueca y dijo satisfecho: Me quedo con el poder de desalentar a los hombres. Con eso me basta”.