¿Se pueden rejuvenecer las neuronas?
La ciencia avanza con herramientas cada vez más precisas para medir, e incluso revertir, el reloj biológico
Nuestro cerebro, ese órgano de apenas kilo y medio que consume el 20% de la energía del cuerpo, no solo guarda recuerdos y emociones: también refleja dónde nacimos, cómo vivimos y qué oportunidades tuvimos. Hoy sabemos que la edad de nuestro cerebro no siempre coincide con la del calendario. Un niño puede cargar con un cerebro envejecido por la pobreza, y un adulto mayor puede conservar una vitalidad neuronal propia de alguien más joven gracias a buenos hábitos, educación o genética.
La ciencia avanza con herramientas cada vez más precisas para medir, e incluso revertir, este reloj biológico. Pero también nos recuerda que no todo depende de la biología: la sociedad y el ambiente pesan tanto como los genes.
Un estudio reciente en Nature Medicine (2024), con participación de la Facultad de Medicina de la UBA, utilizó inteligencia artificial y neuroimágenes en más de 5.000 personas de 15 países. Allí se comprobó que el cerebro envejece más rápido en regiones con fuerte desigualdad social y contaminación ambiental, como América Latina y el Caribe.
La brecha entre edad cronológica y edad biológica del cerebro fue mayor en mujeres y en quienes vivían en contextos más adversos. No solo el paso del tiempo, sino también la pobreza, la falta de acceso a la salud y la educación, y el aire que respiramos marcan el ritmo de nuestro deterioro neuronal. Estos hallazgos se enlazan con la noción de "relojes biológicos" que trascienden el calendario.
La edad cronológica (cuántos años tenemos) no siempre coincide con la biológica (qué muestran nuestros biomarcadores) ni con la subjetiva (cómo nos sentimos). Así, un cerebro de 50 años puede parecer de 60 o de 40 según sus telómeros, la integridad de su conectividad o su reserva cognitiva.
Si hay algo que distingue al cerebro es su plasticidad. En la infancia, las sinapsis los contactos entre neuronas se multiplican a un ritmo vertiginoso.
Luego sobreviene la poda sináptica, que elimina lo que no se usa y refuerza lo necesario. A los 2 años, cada neurona puede tener 15.000 conexiones; en la adultez, se estabiliza en unas 7.000. Pero ese dinamismo no se pierde del todo. Ejercicio aeróbico, meditación, estimulación cognitiva y la serotonina pueden actuar como fertilizantes de nuevas sinapsis.
El neurocientífico Takao Hensch (Harvard) mostró cómo las neuronas inhibitorias GABA organizan la información durante periodos críticos, determinando qué habilidades se consolidan para siempre. Esto abre la posibilidad de reabrir ventanas de plasticidad, algo que la ciencia explora en autismo, ceguera infantil o rehabilitación neurológica.
La gran novedad llegó en agosto de 2025 con un artículo de Nature Neuroscience, firmado por Emily Lowry y el reconocido investigador Thomas Wichterle, entre otros. Allí demostraron que dos factores embrionarios, ISL1 y LHX3, pueden reactivarse en neuronas motoras adultas de ratones con esclerosis lateral amiotrófica (ELA).
El hallazgo es muy interesante: al "prender" de nuevo estos genes juveniles mediante vectores virales, las neuronas volvieron a un estado adolescente, más resistentes frente al estrés degenerativo. Los animales tratados mostraron menos agregados tóxicos de proteínas y un retraso en la aparición de temblores.
Lo notable es que esta reprogramación parcial no borró la identidad de la neurona ni afectó su función, como ocurre con técnicas más agresivas como los factores de Yamanaka. Fue, en otras palabras, un rejuvenecimiento neuronal selectivo y seguro.
El estudio abre la puerta a terapias para la ELA y otras enfermedades como el Alzheimer o el Parkinson. Se trata de rescatar neuronas que ya existen, no de reemplazarlas, devolviéndoles su resiliencia juvenil. Es como reparar una máquina sin desarmarla: volverla flexible sin romperla.
El rejuvenecimiento neuronal se suma a una línea de avances que hace apenas dos décadas parecían ciencia ficción. Shinya Yamanaka mostró que una célula de la piel podía convertirse en una célula madre pluripotente. Hoy ya se producen neuronas derivadas de fibroblastos humanos. En Argentina, nuestro Centro de Neurología Cognitiva ha trabajado con pacientes portadores de mutaciones para Alzheimer familiar, convirtiendo sus células de piel en neuronas para estudiar la enfermedad y probar posibles tratamientos. El futuro cercano incluye la posibilidad de corregir genes dañinos mediante CRISPR y luego reimplantar tejidos autólogos, sin riesgo de rechazo. Bioética y ciencia deberán caminar juntas, porque el poder de crear órganos a medida plantea dilemas de acceso y equidad.
La ciencia puede manipular genes y reprogramar neuronas, pero las "zonas azules" del planeta recuerdan algo más sencillo: el estilo de vida importa. Cerdeña, Okinawa y Nicoya muestran que la longevidad se nutre de dieta equilibrada, vínculos sociales fuertes, ejercicio moderado y bajo estrés. Lo mismo sugieren las guías de salud cerebral: actividad física, sueño reparador, estimulación cognitiva, control de factores de riesgo vascular, evitar tóxicos y mantener la sociabilidad. Estos hábitos fortalecen la reserva cognitiva, ese colchón de sinapsis y estrategias cerebrales que amortiguan el impacto de la edad y las enfermedades. Incluso el gen APOE4, conocido como el principal factor de riesgo para Alzheimer, puede modularse con estilos de vida saludables.
El cerebro no es solo un conjunto de neuronas: es el archivo de nuestra identidad. Su envejecimiento marca la diferencia entre la autonomía y la dependencia, entre la creatividad y el silencio. Hoy sabemos que podemos medirlo con precisión, rejuvenecerlo con biología molecular y protegerlo con hábitos cotidianos. El desafío es lograr que esos avances beneficien a todos y no solo a unos pocos.
Mantener joven al cerebro no significa aspirar a la inmortalidad, sino a vivir más años con dignidad, memoria y calidad de vida. El reloj cerebral sigue corriendo, pero la ciencia y la sociedad tienen en sus manos la posibilidad de retrasar su temporalidad.