No podía meditar

Sentir todo intensamente

Las personas altamente sensibles son “esponjas emocionales”

Aldo Godino

Hay personas que son, por naturaleza, altamente sensibles y hay otras que, en determinadas circunstancias, se tornan extremadamente perceptivas y vulnerables. En ambos casos se produce un efecto que hace que se comporten como “esponjas emocionales”, es decir, como agentes que absorben fácilmente las emociones del entorno.

El síndrome de la “persona esponja” es un término que utilizamos para referirnos a un tipo de personas que no necesitan estímulos demasiado salientes para que produzcan en ellas emociones de intensidad alta. Son personas muy reflexivas, altamente empáticas, que tienden a implicarse emocionalmente con todo lo que les rodea porque forma parte de su esencia.

Aunque en principio ese estado de “esponjas emocionales” les da una cierta ventaja sobre los demás, dada su alta capacidad de percepción, también es un factor que los lleva a sobrecargarse emocionalmente. Por eso, no es raro que terminen siendo víctimas  de una tensión extrema y de un estrés constante, que resulta muy difícil de disipar.

Las personas “esponjas emocionales” terminan agobiadas con mucha facilidad. Lo que es una virtud se convierte fácilmente en una carga. Desafortunadamente, también es frecuente que los demás las conviertan en receptoras de su propia sobrecarga, dada su empatía y su receptividad.

Estas personas tienen, en general, una alta receptividad a la condición  emocional de las demás personas individualmente, pero también de la atmósfera subjetiva de los grupos. “No desperdicien la sensibilidad de nadie. La sensibilidad de cada cual es su genio”. -Baudelaire-

Son muy intuitivos. No necesitan que nadie les diga cómo se sienten para darse cuenta si están bien o mal. Lo captan fácilmente. Tienen empatía en exceso. No sólo son capaces de ponerse en el lugar de otros, sino que además lo hacen de forma extrema. Es decir que llegan a sentir como propias las emociones de los demás. Se sienten responsables por el bienestar de los demás. En particular, creen que deben ayudar a otros cuando se encuentran mal. Se sienten disgustados consigo mismos si no lo hacen.

Buscan soluciones para los problemas ajenos. Su excesiva empatía y apropiación del dolor ajeno, los lleva a que inviertan buena parte de su tiempo en reflexionar sobre la forma de resolverle los problemas a otros. Son sobrepasados por las emociones de los demás. Literalmente, se apropian de esas emociones positivas y negativas.

Si absorbes las emociones de los demás quizás creas que eres demasiado empático y no estás del todo equivocado. Sin embargo, debes saber que hay grandes diferencias entre la empatía y el contagio emocional. “Yo puedo entender lo que te está sucediendo, comprenderlo e, incluso, sentirlo. Sin embargo, no debo apropiarme de tus sentimientos, pues hacer esto repercutirá en mí”.

Las personas “esponjas emocionales” llegan a hacerse daño a sí mismas, por su exceso de sensibilidad, empatía y solidaridad. Lo más frecuente es que desde muy pequeños se hayan acostumbrado a cargar con los problemas de otros, incluso de sus propios padres. Se les exige que comprendan y ayuden, simplemente porque tienen la facilidad y disposición para hacerlo. El problema es que, sin notarlo, estas personas tan sensibles terminan olvidándose de sí mismas, la mayoría de las veces impulsadas por los deseos egoístas de otros. Estos pueden llegar a utilizarlos o a visibilizarlos solamente cuando brindan su ayuda.

Una persona emocionalmente muy sensible puede llegar a desdibujar su identidad, precisamente por la gran influencia que ejercen otros en sus emociones. En primer lugar, lo que una persona “esponja emocional” puede hacer es concienciarse de lo expuesta que está a ser víctima de conductas tóxicas. Luego, es necesario aprender a gestionar el sentimiento de culpa, digiriéndolo e impidiendo que este gobierne sus actos.

El síndrome de la esponja, o hiperperceptividad, lo sufren aquellas personas que son capaces de absorber, sin querer, el dolor, la tristeza e incluso los miedos de aquellos que tienen a su alrededor. Emociones que en muchas ocasiones pueden llegar a afectarles de forma negativa ya que, al no saber filtrarlas, les puede llevar a la depresión, a la fatiga física e incluso a tener ataques de pánico.

"Érase una vez un estudiante de zen que se lamentaba de que no podía meditar, ya que  muchos pensamientos y emociones, propias y ajenas, se lo impedían. Aún cuando se iban unos instantes al poco volvían con mayor fuerza, no dejándolo en paz. Su maestro le indicó que esto sólo dependía de sí mismo.El maestro le propuso, entonces, que tomara una cuchara y la sostuviera en la mano, mientras se sentaba e intentaba meditar. El alumno obedeció, hasta que de pronto el maestro le indicó que dejara la cuchara. El alumno lo hizo, dejándola caer al suelo. Miró a su maestro, confuso, y este le preguntó que quién agarraba a quién, si él a la cuchara o la cuchara a él, que debemos ser nosotros quienes tengamos el control sobre todos los pensamientos y emociones y no a la inversa."

 

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