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Stallone y Schwarzenegger: héroes a la medida de Reagan en Star+

Ahora que pasó el tiempo y podemos decirlo, Rambo era buenísimo, Terminator, una obra maestra (bueno, eso sí se podía decir) y Depreador, otro tanto. Y todo era parte de un universo, el de la Era Reagan, que estos tipos criticaban de contrabando. 

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La década de los años 80 fue, para Hollywood, la de la influencia de Ronald Reagan en la puesta en escena cinematográfica. Parece demaskado decirlo así, pero eso se nota: en esos años aparecieron los aventureros musculosos e indestructibles que podían enfrentarse a cientos de peligros, a cuál más gigantesco, y vencerlos. En general esos enemigos estaban identificados con adversarios políticos (no olvidemos a Rocky venciendo a Ivan Drago en la increíble -en todo sentido- Rocky IV). Ahora que Star+ anuncia para este mes que subirá la saga completa de Rambo, es un buen momento para evaluar al personaje y a los que hizo en esos mismos años Arnold Schwarzenegger. Spoiler Alert: los dos eran buenísimos.

Empecemos por la serie Rambo. Como alguna vez dijo el crítico argentino Ángel Faretta, para que existiera la construcción mítica de Rocky y su mirada de las posibilidades americanas, tenía que existir Rambo, el tipo que barría -literalmente- con la mugre que amenazaba esa construcció  mítica de la "tierra de los libres y hogar de los valientes". En plena Guerra Fría, Rambo no fue solamente contra los soviéticos. Todo lo contrario: fue contra el enemigo interno. En Rambo (1982) es simplemente un tipo que pasa por un pueblo, un veterano de Vietnam al que el sheriff echa de mala manera. Era decir que nadie quería recordar Vietnam. Rambo, asesino híper entrenado, soldado de élite, bastante loco además, se venga de quienes lo rechazan para ser "salvado" en última instancia por el Estado.

En Rambo II, lo mandan a rescatar a tipos que quedaron prisioneros en Vietnam. El guión original era de James Cameron, pero Stallone le agregó elementos políticos (básicamente que el Gobierno de los EE.UU. traicionó a quienes pelearon en su nombre) y Cameron usó luego esa historia para hacer otra película, la sublime Aliens. Rambo aquí está solo, peleando en nombre de un imperativo moral. No es un instrumento americano, sino un desecho de la Guerra Fría que pide existir porque lo obligaron a hacerlo. En Rambo III la cosa se pone más absurda: la pelea es en Afganistán y el problema es que capturan a su mentor (Richard Crenna); su interés es, entonces, personal. Aquí no lucha solo -aunque tira abajo un helicóptero con una flecha...- sino que colabora con los locales. Hoy es irónico pensar que esos "locales", que peleaban contra el invasor soviético, eran nada más ni nada menos que el Talibán. Pero, otra vez, la política se diluía porque Rambo "hacía lo que tenía que hacer", un imperativo moral aunque sangriento.

Rambo era la parte oscura del reaganismo y, de algún modo, lo criticaba. Criticaba la diplomacia contra la acción directa, por ejemplo, o , como dijimos, la traición del Estado americano. Dicho sea de paso, son películas en general muy bien filmadas y absolutamente entretenidas. A lo bestia, pero con ganas.

El caso de Schwarzenegger es diferente. Comenzó la década con un éxito también de 1982, Conan, el bárbaro, adaptación no de la historieta de Marvel sobre el personaje sino sobre las novelas originales de Robert E. Howard por parte de John Milius. La visión del héroe guerrero, macizo, bestial, en un mundo donde la ley que impera es la del más fuerte, más allá de la cita de Nietzche del principio, es un poco la mirada sobre cómo reconstruir a través de la pura voluntad, la pura fuerza, un mundo destruido (por Vietnam, si seguimos por la metáfora). Conan fue la película que inauguró la era del forzudo.

Eso cambia un poco con su gran éxito Terminator: aquí es el villano que viene del futuro a destruir a quien encabezará la lucha contra las máquinas que han tomado el control del planeta. Pero este brillante lanzamiento de James Cameron (su segundo largo después de Piranha II, que es buena aunque precaria) también habla de la voluntad y del imperativo moral que opta no ya por América sino por la especie. Y hace algo más: pone como héroe a la mujer. Sarah Connor terminará siendo el reflejo del Terminator, su complemento (ver, ya en los 90, Terminator 2).

Pero para seguir con el triunfo de lo humano puramente humano sobre lo político, Arnold hizo la genial Depredador. Comienza como "una más" de tipos forzudo que van a hacer cosas feas en países hostiles a Reagan: es un "contra" en un país centroamericano que va a desestabilizar a unos "rebeldes".

Ganan y, al volver, aparece un ser rarísimo y casi invisible, un cazador extraterrestre para quienes los humanos somos animalitos. Y los caza uno por uno. El terror y la acción crecen hasta que Arnold es el que queda en pie y todo se vuelve una lucha elemental entre un humano y un ser de otro mundo por el derecho a sobrevivir. Toda esa última secuencia recuerda (porque el fantasma de Vietnam está siempre ahí) a Apocalypse Now. El director era un grande, John McTiernan, que luego de esta película que destruía la política hizo Duro de Matar. Nada menos.

 

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