Tenacidad: el motor para hacer que las cosas pasen
Es la fuerza interior que nos insta a levantarnos una y otra vez
Muchas veces nos hacemos una zancadilla y le ponemos un freno a nuestra vida. "No seré capaz de hacer esto", "no me animo con aquello que me piden", "este camino está muy oscuro", "hay cosas que no están hechas para mí y debo resignarme". Tras todas estas frases se esconden excusas, miedos y puntos finales. El "cuco" nos paraliza. Por eso, el sendero más largo es aquel que nos deja quietos porque nos atemoriza transitarlo. Tememos a la incertidumbre porque estamos "enfermos de certeza".
Alguien dijo una vez que hay algo más importante que la inteligencia o el talento: la tenacidad. Se trata de esa fuerza interior que nos insta a levantarnos una y cien veces, que nos da aliento, fuerza y motivación para no rendirnos y sentirnos merecedores de algo mejor. La tenacidad es algo más que una actitud, ya que nadie llega a este mundo con esa capacidad innata. La fuerza de voluntad que impregna esta dimensión psicológica se entrena y se adquiere con tanto con la experiencia como con elevadas dosis de perseverancia.
Capacidad de desafío, autocontrol, confianza... son muchas las dimensiones que edifican este tipo de mentalidad. Asimismo, la persona tenaz no se define solo por esa disposición con la que intenta alcanzar éxito en su trabajo o conquistar un objetivo. "Abandonar puede tener justificación, pero abandonarse no la tiene jamás", decía Ralph W. Emerson.
La tenacidad es, a su vez, el aliento de la superación y el bienestar con uno mismo. Tiene, por lo tanto, un componente que se vincula directamente con la autoestima y que favorece nuestro sentido de autorrealización. Es percibir que somos capaces de conseguir aquello que nos proponemos; es sentirnos dignos, valiosos y capaces de dar forma a la vida y realidad que deseamos.
Cuando las cosas se ponen difíciles, lo más complicado puede ser el proceso de toma de decisiones, qué camino tomar y, más importante aún, de dónde sacar la motivación para afrontar esa circunstancia inesperada. Admitámoslo, vivimos en una sociedad que pone la atención en dimensiones como la inteligencia, el talento, la creatividad, el carácter extrovertido y el liderazgo, pero no en la tenacidad.
La fortaleza contenida en eso que llamamos ser tenaz es, posiblemente, la competencia más valiosa que pueda tener el ser humano. Sin embargo, no siempre se enseña en la escuela o no siempre nos dan las pautas para saber cómo despertarla. A menudo hacemos uso de ella porque nos la han transmitido nuestros padres, porque determinadas figuras nos han inspirado y guiado para aplicar con efectividad esos recursos que conforman la tenacidad.
"Sisu" es un concepto de origen finlandés muy arraigado a su cultura, aunque pocos pueden explicarlo con palabras concretas. Este término integra una fascinante combinación de ideas y dimensiones como la resiliencia, el estoicismo, el coraje, la determinación y, por supuesto, la tenacidad. Sisu se concibió como un potencial de energía psicológica capaz de ayudar al ser humano a alcanzar un objetivo, a superar una adversidad y a ser persistente en este proceso. Muchos estudios destacan que esta fortaleza mental requiere componentes como la fuerza de voluntad, el compromiso, el autocontrol y la confianza. Y también resaltan un elemento esencial: la autoestima. Sin este músculo psicológico nada sería posible. Si no nos se apreciamos a nosotros mismos, si no nos valoramos lo suficiente para sentirse merecedores de aquello que soñamos, queremos y necesitamos, difícilmente daremos el primer paso. Una persona tenaz es aquella que se niega a sentirse derrotada. La tenacidad es ese corazón que, aún siendo consciente de que está agotado, de que la vida le ha dado más de un golpe y algún esquinazo, se niega a perder la ilusión y el amor propio.
"Había una vez un gusano que se había enamorado de una flor. Era, por supuesto, un amor imposible, pero el animalito no quería seducirla ni hacerla su pareja. Ni siquiera quería hablarle de amor. Él solamente soñaba con llegar hasta ella y darle un beso. Un solo beso. Cada día, el gusano miraba a su amada, cada vez más alta, cada vez más lejos. Cada noche soñaba que, finalmente, llegaba a ella y la besaba.
Un día, el animalito decidió que no podía seguir soñando con la flor y no hacer algo para cumplir su sueño. Así que, valientemente, les avisó a todos que treparía por el tallo para besar a la flor. Todos coincidieron en que estaba loco y la mayoría intentó disuadirlo, pero el animalito no hizo caso.
El gusano trepó toda la mañana y toda la tarde hasta que sus músculos quedaron exhaustos. Sin embargo, lo peor fue que su cuerpo viscoso y húmedo resbaló por el tallo mientras dormía y por la mañana amaneció donde había comenzado.
De nada sirvieron las buenas intenciones. Todos los días, el gusano trepaba y luego, por la noche, resbalaba hasta el piso.
Todo siguió igual durante días, hasta que el gusano soñó una noche tan intensamente con su flor que sus sueños se transformaron en alas y por la mañana despertó convertido en mariposa, desplegó las alas, voló hasta la flor y finalmente la besó".