Cómo ver películas

Por qué La vida es bella es una mala película

En nuestra columna, hoy, nos dedicamos a ganar nuevos amigos atacando un filme que muchos consideran excelente, pero que no podemos dejar pasar. Más de dos décadas después, es hora de decirlo: La vida es bella apesta.

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No vamos a hablar de una obra maestra. De hecho, probablemente con esta primera columna del año nos ganemos varios enemigos. Así que comencemos por una advertencia amistosa: que a uno le parezca espantosa una película no ataca a quien le gusta. A mí me gusta mucho El Ciudadano; conozco un gran crítico que la aborrece y no deja pasar ocasión de destrozarla. No lo tomo como algo personal. Si dejáramos de tomar los desacuerdos en el gusto como cuestiones personales que ponen en tela de juicio nuestra persona, una grandísima parte de nuestros problemas como sociedad quedarían enterrados. Las ideas y los gustos no son motivos de guerra.

Dicho esto, una de las peores películas que vi en mi vida es La vida es bella, de Roberto Benigni. Sé perfectamente que muchos de ustedes la aman; sepan que los estimo igual, pero no cambio de opinión. Es mala, pésima en el sentido más amplio del término, incluso en el sentido moral. Lo que nos coloca de lleno en uno de los grandes problemas del arte: ¿Qué es "bueno" y qué es "malo"? ¿Cómo se mide lo "bueno" y lo "malo" de un cuadro, una canción, un libro, una película? Para definir mejor las cosas, podemos auxiliarnos con la arquitectura, que también es un arte. Sin embargo, un edificio es bueno o malo en la medida en que sea sencillo y confortable vivir en él, más allá incluso de su belleza o fealdad. En ocasiones, la belleza de un edificio proviene justamente de la facilidad para vivir en él, a que cada decisión estética se justifique en el conjunto y en el sentido final: que la gente esté cómoda. 

Bueno, el cine no busca necesariamente la "comodidad" del espectador. Si no, no habría cine de terror ni cine político, digamos. Pero sí busca la comodidad de otro modo: tenemos que creer en lo que sucede en la pantalla. Creer que eso que vemos sucede sí o sí por primera vez en el momento en el que lo estamos viendo. Esto al menos en el cine narrativo, aunque podemos ampliar el concepto al cine experimental. Cuando algo nos parece falso o inadecuado, nuestra mente hace una de dos cosas: busca en el material que la misma película provee algo que justifique tal desfase o rechaza la película. Si ve un micrófono entrar al cuadro desde arriba en medio de una situación dramática, se "rompe" la idea de que es una ventana a la vida de otros. A menos, claro, que en esa escena esté Leslie Nielsen, agarre el micrófono él mismo, mire a cámara y diga "nadie se mete con Enrico Palazzo". Ahí entramos nuevamente en la película, entendemos que es todo un chiste y la reacción es la risa. 

Este es un ejemplo burdo, pero las malas películas son malas porque nos expulsa, porque no nos permiten creer en el mundo que plantean con comodidad. Vamos pues a La vida es bella. Todo el problema de la película se concentra en su parte final. Hasta allí, vemos cómo un hombre simpático y cómico conquista a la mujer de sus sueños y forma una familia con ella. No hay mucho más, salvo que esto ocurre en Italia y transcurre durante el fascismo y la Segunda Guerra Mundial. Y los protagonistas son judíos.

Al final, sobreviene el gran problema. Una vez Italia bajo el control nazi (es complicado de explicar, pero básicamente Mussolini se negó a perseguir a los judíos a pesar de su alianza con Hitler, y esa persecución llegó finalmente cuando los alemanes decidieron tomar Italia), esta familia es capturada, separada y enviada a un campo de concentración. La madre por un lado, el padre con el niño, por otro. El padre decide entonces que el horror no le llegue al niño y le hace creer que es todo un juego, un concurso cuyo premio final es un tanque de guerra. Benigni hace muchas bufonadas para que el niño no sufra. Logra colarlo en el cumpleaños de un chico alemán (gracias al médico del campo, que ha sido su amigo en el pasado) y entonces, el cineasta se da cuenta de que hay un problema con la película.

Más allá de que en Italia el horror de los campos de concentración no llegó a los niveles de los campos de exterminio de Europa oriental (Auschwitz, Birkenau, Sobibor, Chelmo o Treblinka), no puede descontarse la gravedad del asunto. Benigni no puede y, hasta ese momento en la película, todo parece demasiado leve, como una película "de cárceles" clase B. Y entonces, llevando al niño dormido en brazos, Benigni se encuentra con un gigantesco apilamiento de cadáveres. Ahí está el gran problema: es un telón pintado (resulta demasiado evidente) que es falso como "efecto especial" y falso históricamente (no había esos apilamientos en Italia). Tampoco en Italia sucedió que, ante la llegada de las tropas aliadas se fusilaran judíos (los fusilamientos que hubo, antes, fueron sobre todo de partisanos, la resistencia italiana al fascismo y los nazis).

Y finalmente llega el tanque con bandera americana que salva al niño, aunque al padre lo fusilan. Y al final final, el nene encuentra a la mamá gracias al tanque. Todo esto lo agregó el que compró la película para estrenarla en los EE.UU., Harvey Weinstein, gran manipulador y lobbysta de los Oscar.  En esos detalles y en decir que "todo es un cuento de hadas" al principio para justificar estas manipulaciones totalmente contrarias a la Historia, se nota que la película es,por un lado, un chantaje emotivo para ganar premios. Pero sobre todo, lo absurdo de la situación, el uso de la comicidad (no demasiado cómica, hay que decirlo: Benigni ha sido mejor payaso en el cine antes de esta cosa) y las rupturas del "mundo" que plantea para mostrar "que se tiene conciencia", nos expulsan de la película. La hacen mala.

Peor, moralmente, porque es usar una gigantesca tragedia para erigir un monumento personal como artista. Es decir, La vida es bella está hecha para que aplaudamos a Benigni, para ganar premios y para dejarnos tranquilos. No para recordarnos una gran tragedia ni como fábula sobre la resiliencia (palabrita de moda, aquí adecuada) ante la peor manifestación de perversidad del hombre moderno. Todo eso es lo de menos. Una mala película es la que nos expulsa, entonces, de lo que plantea y no hay manera de justificar sus eleciones. Una mala película es La vida es bella, puro chantaje.

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