Recomendaciones

Cinco series clásicas que nadie debería desconocer

Aunque el centennial no lo pueda creer, hubo series de TV antes de Netflix. Y las hubo geniales. Pequeña antología de relatos herederos de los viejos seriales del cine popular en los 40

ldesposito

Esta semana la columna va a ser una reivindicación. Aunque el autor aún no puede ser incluido en grupo de riesgo, tiene sus años y ha pasado los primeros quince de su vida alternando pantalla de TV con libros de la aventuras. Dado que este medio no es confesional, dejemos la literatura del yo de lado -incluso si estamos a la moda- y justifiquemos: aunque el centennial no lo pueda creer, hubo series de TV antes de Netflix. Y las hubo geniales, algunas incluso insuperables. La idea pues, dado que muchas se pueden hallar on line más o menos con facilidad (a ustedes la tarea), veamos una pequeña antología de series de comedia que justificaron la existencia de la pantalla chica. Para acotar un poco más, dejamos de lado las sitcoms y las animaciones: vamos a esos relatos herederos de los viejos seriales (de allí el nombre) del cine popular en los 40. Y para seguir acotando, todas tienen que ver con gente muy profesional.

Batman

Ejemplo clarísimo y joya única e irrepetible: Batman, de 1966. La intención del programa fue humorístico, no hacer una traslación perfecta de un personaje más bien oscuro, sino reírse con toda luz posible de eso. Los episodios impares terminaban con el héroe (Adam West) y su asistente Robin (Bruce Ward) en un peligro mortal del que salían al capítulo siguiente (cada trama solía resolverse en dos episodios, salvo algunas pocas excepciones en la última de las tres temporadas). Los colores eran brillantes; el ambiente, kitsch; la música, twist y gritos; los diálogos, desopilantes y los villanos estaban interpretados por actores como Cliff Robertson, Anne Baxter, George Sanders, y los perfectos y habituales César Romero (Guasón); Burgess Meredith (caso especial: maestro de actores, genio teatral, prohibido durante el macartismo, entrenador oscarizado en Rocky, como el Pingüino) y la impresionante -en todo sentido- Julie Newmar como Gatúbela. Las tramas eran pura sátira de costumbres o políticas (el episodio de las elecciones entre Batman y el Pingüino es maravilla total) y no ha perdido absolutamente nada hoy.

Los vengadores

En los mismos años, pero en las Islas Británicas, un señor llamado John Steed (Patrick McNee), vestido con impecable traje, paraguas inevitable, bombín, tenía aventuras de espionaje con diferentes compañeras muy inteligentes y bellas, de las cuales la más recordada será siempre la Emma Peel que interpretó Diana Rigg. La serie se llamaba -se llama- Los Vengadores (nada que ver con Marvel: estos nacieron en 1961, y los de Stan Lee, en 1963) y las aventuras eran un disparate completo, todos con una estética pop desaforada, muy en la vena del "swinging London". Pero también, aunque había tiros y muertes, todo era completamente humorístico y satírico. Steed estaba siempre impecable y no se inmutaba por nada ni perdía la sonrisa ni siquiera ante el más mortal de los peligros. Y los diálogos con sus compañeras estaban cargados de doble sentido y tensión sexual con una elegancia que ya no va a encontrarse nunca más en la televisión. La mayoría de las temporadas completas andan dando vueltas por la web (de hecho, en Prime Video hay varias).

M.A.S.H.

Otro gran ejemplo en los años setenta, que en la Argentina se vio recién cuando volvió la democracia en 1984 porque, para los militares, era "ofensiva": M.A.S.H., basada en la película homónima de Robert Altmann pero infinitamente superior. Narra las aventuras cómicas (y patéticas, y conmovedoras) de los doctores de una unidad hospitalaria de campaña durante la Guerra de Corea. Protagonizada por Alan Alda y Loretta Switt, logró durante nueve años seguidos ridiculizar la disciplina milita y el nacionalismo, hablar de los derechos humanos, mostrarle una sonrisa a la desesperación y, en ocasiones, revelar la tristeza infinita detrás del aparente cinismo de su protagonista, el doctor "Hawkeye" Pierce. Ninguna serie bélica fue tan reveladora de lo que implica salvar vidas en medio de una tragedia. Bien pensado, hoy resultaría de visión obligatoria.

Columbo

También de los años setenta es Columbo y aquí hay varias cosas para resaltar. Los episodios eran largos como una película. Siempre comenzaba con un crimen cuyos detalles veíamos: no teníamos que descubrir al culpable. Y luego, Columbo, desarreglado, con medio toscano en la mano, pesado como testigo de Jehová borracho, descubriendo todos los detalles de un asesinato complicadísimo. En esta serie hay episodios dirigidos, por ejemplo, por un pibito llamado Steven Spielberg. Y actores geniales como John Cassavetes (que además era director y amigo de Falk) interpretando villanos. El placer de la serie consiste en lo pesado que era Columbo, lo ridículo que parecía, lo inteligente que resultaba.

Moonlighting

Y, finalmente, la mejor serie del mundo. Creada por Glenn Gordon Caron, estrenada en 1985, considerada la serie más cara, por episodio, de su tiempo, Moonlighting hizo algunas cosas. Primero: lanzó a la fama a un tal Bruce Willis. Segundo: rompió la cuarta pared y puso a sus personajes a conversar amablemente con sus espectadores. Tercero, metió toda clase de fantasías locas en medio de la investigación de disparatados casos policiales. Cuarto, hizo de la relación entre una modelo que sufre un desfalco y un detective chanta que termina como su empleado y único sostén, la mejor comedia romántica que dio nunca la TV, incluso cuando -episodio sensacional- pierden un bebé. Además, amigos, no hay serie más cool en la historia de la pantalla chica.

Esta nota habla de: