Razones por las que Hayao Miyazaki es un maestro
Princesa Mononoke es uno de los mejores filmes del genio japonés de la animación. Pero quedaría saber por qué es un genio japonés de la animación y por qué Princesa... es de sus mejores películas. Aquí tratamos de explicarlo.
Ya es un lugar común decir que el realizador de animación japonés Hayao Miyazaki es un "maestro". Lo que no es tan común es explicar por qué lo es. Es cierto que en gran medida pertenece a la tradición del "animé" nipón (bueno, "animé" y "nipón" es redundancia: "animé" es como suena el término en japonés para el dibujo animado, así como "manga" es simplemente lo mismo que "relato dibujado", o nuestro "historieta") pero también, y eso salta a la vista con cada una de sus películas, que es otra cosa. Miyazaki puede parecerse, solo a primera vista y si uno no ve ninguna de sus películas sino solo imágenes, al resto del animé. Sus películas no tienen nada que ver aunque sí comparten dos o tres temáticas típicamente japonesas.
Esos temas son la desconfianza en la tecnología, el equilibrio entre el hombre y la Naturaleza y la participación de lo fantástico, lo mágico, en nuestra vida. Esto último es, más bien, qué sentido tiene lo maravilloso en nuestra vida, lo que lleva a un cuestionamiento de tipo religioso: para qué existe, justamente, la religión. Las fábulas de Miyazaki son dos cosas a la vez: por un lado, una reflexión sobre qué implica ser japonés (incluyendo ser parte del shinto, la religión de la isla); por el otro, una toma de posición respecto de qué lugar tiene el artista -o el héroe, o la heroína, sobre todo- en el mundo.
Vamos a tomar como ejemplo una de sus películas más complejas, Princesa Mononoke (Netflix). Transcurre en el Japón del siglo XIII y cuenta cómo un príncipe, tras matar a un espíritu de un bosque lejano encarnado en un jabalí y maldito por una muerte injusta, queda a su vez víctima de una maldición y debe viajar al Oeste para, quizás, encontrar una cura. El espíritu muerto, un jabalí, fue herido con una bala de hierro. El príncipe queda con un tumor en un brazo que se extiende sin pausa. Pero ese tumor le otorga fuerza sobrehumana, además. Descubrimos más tarde que el enorme jabalí fue abatido por una de las primeras armas de fuego fabricadas, según un modelo chino, en una fragua justamente al Oeste. Esa fragua hace armas, pero es también el lugar donde una mujer -en un mundo feudal dominado por hombres- le ha dado un hogar a campesinos desplazados, mujeres expuestas a la prostitución y leprosos. Y les ha dado un trabajo digno.
Es aquí donde sabemos que la tecnología puede acabar con un bosque y que eso puede traer una catástrofe. La protectora de lo que queda del bosque es la famosa Princesa Mononoke, una joven humana que vive con tres lobos gigantescos, espíritus animales a su vez. El príncipe y Monoke se enamoran, hay otra intriga política intermedia (el Emperador busca la cabeza de una deidad ciervo cuya muerte acarrearía la del mundo natural) y todo desencadena en una guerra entre la Naturaleza desbocada y los hombres.
Aquí aparece la maravilla del arte de Miyazaki. En principio, la animación detallada, ángulos de cámara y movimientos de una precisión que nos hace olvidar que se trata de dibujos (todo está hecho a mano, dicho sea de paso) y la aparición poética de lo maravilloso (los kodamas, espíritus de los árboles) más la música de Joe Ishaishi, son elementos clave para que el espectador "entre" en ese mundo. Por lo demás, si bien la trama es más que compleja, se comprende perfectamente: Mononoke tiene la densidad y la claridad de una novela clásica.
Pero esos son elogios. Lo interesante es que el realizador nunca toma partido por un "bando" en particular, si bien condena los excesos de la tecnología en el punto en el que se rompe el equilibrio entre los humanos y la naturaleza. Eso es el shinto: todo tiene participación en la red de la conciencia, desde los ríos y los bosques hasta las personas, y todo puede desarrollar un "alma" (kami). Violentar o intentar un cambio violento al respecto (este es el rol de la tecnología, ese es el rol que cumplen en la película la fragua y las armas de fuego) lleva a la catástrofe. Por cierto, esta visión catastrófico-apocalíptica siempre fue parte del imaginario japonés: las imágenes de violencia absoluta y explosiones que vemos en otros animés de ciencia ficción y recuerdan la bomba atómica tienen una sola justificación: la Bomba proveyó iconografía para lo que de todos modos ya figuraba como parte de la cultura.
Volviendo a Mononoke y Miyazaki, hay otro elemento muy interesante en sus películas: que las mujeres tienen un rol central y en general la protagonista es una niña o joven adolescente. Aquí las antagonistas -la mujer de la fragua, la princesa de los lobos- tienen además cada una sus razones para actuar como actúan. Miyazaki, es cierto, es un feminista y un ecologista si lo vemos con los ojos de los occidentales, pero todo lo que dice está en la tradición de su país, excepto ese rol femenino que es extraordinariamente moderno. ¿Por qué? Más allá de que Miyazaki fue en su juventud parte del Partido Socialista del Japón, se trata de la idea de que la mujer joven es la ocasión para la renovación, para cambiar el estado del mundo. Sucede también en Nausicaa en el valle del viento, en El viaje de Chihiro, en Kiki's Delivery Service, e incluso en Mi vecino Totoro.
La princesa Mononoke, el personaje, en suma, es la depositaria de un saber tradicional que debería guiar la modernización -y por ende, el mejoramiento de la vida a través de la ciencia y la técnica- para que el equilibrio no se rompa. La redención final de la mayoría de los personajes, cuando el equilibrio llega aunque con un sacrificio tremendo, implica que en el fondo Miyazaki es un optimista. No puede no serlo alguien que, a mano, despliega tales bellezas en cada una de sus películas. Sí, es un maestro.