Emoción y cerebro: un viaje por la complejidad de nuestras experiencias afectivas
La investigación neurocientífica profundizó en cómo la angustia excesiva puede ser resultado de diversas disfunciones en la conectividad cerebral
"La emoción siempre tiene su razón, que la razón desconoce"
Blaise Pascal
Las emociones humanas, una amalgama de reacciones fisiológicas y procesos neuronales, reflejan la intrincada complejidad tanto del cerebro como de nuestra evolución como especie. La angustia y la felicidad, consideradas dos caras fisiológicas de la misma moneda afectiva, pueden alcanzar extremos que se constituyen en problemas de salud mental graves, como la manía y la enfermedad depresiva.
Las investigaciones de estas emociones revelaron que las áreas del cerebro asociadas con la recompensa (como el núcleo accumbens y el núcleo amigdalino) desempeñan roles cruciales en su manejo, recordando los momentos que impactan en nuestra historia personal, ya sean positivos o negativos. Los neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, así como también hormonas como la oxitocina, están implicados en estas emociones, aunque su relación con el cerebro es diversa y compleja.
En ese marco, la investigación neurocientífica profundizó en cómo la angustia excesiva puede ser resultado de diversas disfunciones en la conectividad cerebral, afectando la capacidad de procesamiento emocional e incrementando el riesgo de recidiva entre los pacientes con depresión. Además, las dificultades psicosociales y laborales emergen como aspectos significativos en la vida de las personas con depresión, complicando tanto su recuperación como su bienestar.
Más allá de las emociones complejas, los instintos básicos como el miedo, la agresividad, la sexualidad y la alimentación son esenciales para nuestra supervivencia, heredados de nuestros ancestros mamíferos y profundamente arraigados en nuestro comportamiento. La capacidad para formar vínculos sociales, posiblemente nuestro "octavo instinto", resultó clave para nuestra supervivencia, resaltando la importancia de la sociabilidad más allá de la mera supervivencia física.
La relación entre el amor y el cerebro es una de las más estudiadas pero a la vez más confusas, mostrando cómo el amor se asienta en la intersección de la razón y la emoción. La amígdala, conocida por su papel en la memoria afectiva y el reconocimiento de lo desconocido, es crucial en nuestra experiencia del amor, mientras que la sexualidad y el amor comparten zonas de recompensa en el cerebro, con la dopamina desempeñando un papel importante en el deseo. Sin embargo, estas emociones primitivas también son moderadas por regiones corticales que las condicionan y controlan, demostrando un delicado equilibrio entre la razón y la emoción.
Por otro lado, y muy de moda, el odio es una de las conductas humanas más popularmente difundida y menos estudiada por la neurociencia cognitiva. Es muy frecuente presenciar venganzas en las obras de teatro o en las películas de acción, evocando una de las tomas de decisión más conocida del homo sapiens que colaboró con la evolución. Es decir, este instinto pudo haber tenido una relación importante con la supervivencia darwiniana del más apto.
Existen algunos grupos de investigación que se dedicaron especialmente al estudio de este sentimiento y advirtieron que la posibilidad de venganza ante una injusticia es una de las conductas que nos convirtió en los que somos. Se presenta, entonces, la necesidad de estudiar los mecanismos cerebrales de estas conductas de venganza, que se generan en forma individual pero que repercuten a nivel social.
En un estudio del Colegio Universitario de Londres, conducido por Tania Singer, se observó a través de resonancia funcional que se encienden zonas de recompensa cuando se castiga al "supuesto" injusto. Se activa, por ejemplo, el núcleo accumbens (sector de la recompensa y la satisfacción) y la venganza dispara estructuras relacionas con el placer.
La exploración de la angustia y de la felicidad, los instintos básicos de supervivencia, y las complejidades del amor y del odio revelan la profundidad de la conexión entre nuestras emociones y el cerebro. Estos fenómenos no solo son fundamentales para nuestra salud mental y nuestra supervivencia sino que también definen la esencia de nuestra humanidad. A medida que continuamos investigando estos fenómenos ampliamos la comprensión de nosotros mismos y de la complejidad que representa la experiencia humana, iluminando el vasto paisaje de la emoción y el cerebro en nuestro continuo viaje por entender lo que significa ser humano y cómo tomamos las decisiones.