La verdad que creemos: un filtro en permanente negociación
Tanto la filosofía como la neurociencia señalan que esta confianza es, en gran medida, una ilusión. Hay un ajuste constante entre los instintos y el control, entre los impulsos inmediatos y los aprendizajes acumulados
Creemos que nuestra verdad es estable, que nuestra percepción del mundo es un espejo fiel de lo que está ahí afuera. Sin embargo, tanto la filosofía como la neurociencia señalan que esta confianza es, en gran medida, una ilusión. Lo que llamamos "realidad" no es una copia exacta de lo que existe sino una construcción dinámica que depende de nuestras experiencias, nuestras emociones, nuestra cultura y de los mecanismos biológicos que filtran la información antes de que llegue a la conciencia. Además, cuando traemos a la memoria el pasado, este arriba a nuestra conciencia condicionado por la actualidad. Tanto las impresiones sensoriales como la memorización se realizan sobre actuaciones sensoriales tanto externas como internas y sobre nuestro propio yo.
Ya en el siglo XVIII, Immanuel Kant advertía que para que un objeto exista no basta con su presencia física, debe pasar por un acto de percepción en el que interviene un "yo" capaz de percibirlo e interpretarlo. Lo que escuchamos, vemos o tocamos no es un dato puro sino un información procesada, moldeada y ensamblada por nuestro aparato psíquico. Kant denominó esta interacción entre el estímulo y la mente como "unidad de apercepción". La realidad, así entendida, no se recibe sino que se fabrica.
Este proceso de fabricación involucra mucho más que la simple captación de estímulos sensoriales. Nuestro aparato mental combina pensamiento, emoción, voluntad y sensopercepción, pero también integra la influencia de los demás. En otras palabras, toda subjetividad arrastra una cuota inevitable de intersubjetividad: aprendemos a ver el mundo a través de nuestras propias experiencias y de las interpretaciones que otros han hecho antes que nosotros. Por eso, la conciencia de realidad que tenemos hoy no es exactamente la misma que teníamos ayer y, sin duda, no será igual mañana.
Bottom-up y top-down: dos direcciones, una sola concienciaEn el flujo bottom-up, la información viaja desde abajo hacia arriba: desde los sentidos hacia las áreas superiores del cerebro. Es la señal cruda, sensorial, que aún no ha sido tamizada por valores o aprendizajes. Es el impacto inmediato de un olor, un sonido o una imagen antes de que podamos racionalizarlo. Este flujo es rápido, instintivo y, en muchos casos, imprescindible para la supervivencia.
En el flujo top-down, el proceso es inverso: la información parte de las áreas corticales superiores, donde reside nuestro bagaje de experiencias, conocimientos, valores y expectativas, y desciende para influir en la forma en que interpretamos y respondemos ante los estímulos sensoriales. Es la capa que nos permite no reaccionar con sobresalto ante cada ruido en la noche o reconocer que una figura borrosa a lo lejos es un amigo y no una amenaza.
En un cerebro sano, estos dos flujos dialogan y se equilibran. El bottom-up aporta frescura, inmediatez y reacción, mientras que el el top-down añade contexto, interpretación y control. Pero cuando alguno de los dos predomina de manera desmedida, la conciencia de realidad se altera. En una psicosis esquizofrénica, por ejemplo, el bottom-up se impone: la conciencia se inunda de estímulos sin filtro y cada sonido o imagen puede interpretarse como una señal personal. En cambio, en el caso de enfermedades como la demencia frontal o el Alzheimer se debilita el top-down: el bagaje de experiencias y aprendizajes que antes modulaba la percepción se ve erosionado y el mundo se vuelve confuso.
El tálamo: un filtro en el centro de la escenaEl lugar donde estos flujos se encuentran y negocian es, en gran medida, el tálamo. Entre sus múltiples funciones, el núcleo reticular talámico del cerebro actúa como un filtro dinámico que decide qué información sensorial llega a la conciencia y en qué condiciones. Durante la vigilia, este filtro se abre y deja pasar señales rápidas, con frecuencias que pueden superar los 40 Hz, favoreciendo la atención y el procesamiento activo. En el sueño, en cambio, desacelera su actividad y permite solo un paso limitado de información, generando husos del sueño y ondas lentas que protegen el descanso.
Este sistema no actúa solo. El núcleo accumbens y el núcleo tegmental ventral cumplen un papel clave como moduladores adicionales. Si estos sistemas o sus neurotransmisores se alteran por el uso de fármacos, drogas, por lesiones o por enfermedades, el filtro talámico cambia y arrastra nuestra conciencia de realidad. Esto puede ocurrir de forma gradual, como en el deterioro neurodegenerativo, o de manera abrupta, como en una intoxicación o en un episodio psicótico.
Lo que todo esto revela es que la verdad que experimentamos es, en gran parte, producto de una negociación permanente entre el instinto y el control, entre los impulsos inmediatos y los aprendizajes acumulados. Esta maleabilidad puede ser peligrosa: nos hace susceptibles a la manipulación, a la distorsión informativa e incluso al autoengaño. Pero también es una oportunidad: la misma plasticidad que permite que nuestra conciencia sea influida por factores nocivos permite que se fortalezca con entrenamiento, con educación y con experiencias enriquecedoras.
Nuestra conciencia de realidad no es un espejo fijo sino un campo de lucha en el cual intervienen múltiples sistemas y en donde influyen factores tanto biológicos como culturales. Un cambio químico en el cerebro, un nuevo aprendizaje, un trauma, una conversación reveladora o incluso una noticia falsa puede inclinar la balanza hacia un lado u otro. Por eso, comprender cómo funciona este equilibrio no es solo un ejercicio intelectual, es una herramienta de autocuidado. Ni el instinto puro ni la razón pura son suficientes por sí solos: necesitamos que el bottom-up y el top-down se escuchen mutuamente, que se corrijan y que se complementen.
*Neurólogo Profesor Titular Decano, Facultad de Ciencias Médicas (UBA) PhD en Medicina. Director @alzheimerargentina