El equilibrio de Massa
William Munny fue el mejor. Retirado y solo, un joven lo va a buscar a su rancho. Sabe que el viejo tirador es el mejor socio para cualquier aventura. Pero William ya no dispara, ni caza recompensas. Nada quedó de ese que dejó atrás. Sin embargo, somos lo que el otro cree de nosotros. William siempre será, para ese pueblo, el tirador implacable y sin escrúpulos, capaz de todo por llevarse el botín. Descubre que su leyenda lo condiciona y vuelve a ser ese criminal infalible y temido, al que nadie reconoce haber llamado y todos saben que fallará. Con la condena de ser preciso para algo que socialmente no está aceptado, Munny sabe que en su habilidad está su pecado y, en él, su penitencia. Hace 30 años, "Los imperdonables" ganó el Oscar a la mejor película y nos enseñó que no alcanza el deseo de ser uno si la sociedad te necesita siendo otro ¿Cómo lidiar con la hipocresía de quienes conocen mis condiciones y las requieren en privado al mismo tiempo que las temen y las repudian en público?
Sergio Massa es a quien irías a buscar al desierto, si necesitás asegurar la recompensa. Su caso es para una tesis de Marketing Político. Fue el dirigente con mayor intención de voto de la Argentina y, también, el de primera línea con peor imagen. Un combo emocional de expectativa y desilusión, que justifica el rechazo con frases que podrían caberle a una expareja: "cómo me equivoqué con vos", "ni me hablés de ese" o "cualquier cosa, pero ahí nunca más". Sobrevuela la idea de que confiaste y te usó. En 2013, cuando se convirtió en la primera fuerza electoral de la Argentina, con su promesa de detener la reelección de Cristina. O dos años después, orientando a un 20% del electorado a apostar por el cambio en el Ballotage y lo volvió a hacer en 2019, en un cierre en el que se convirtió en la última estrella del Dream Team de la Unidad.
Honestidad brutalLa imagen de Massa transpira ambigüedad, expresada en características que son, al mismo tiempo, defectos y virtudes. "No es confiable", le dicen, y la acusación no es la de un producto que vino fallado o tiene menos prestaciones que las prometidas. Es la sospecha de que la tostadora se puso a batir sola, y lo hace bárbaro, pero vos habías comprado otra cosa. "No es auténtico", inquieren otros, y entre recuerdos de "Tajaí" y multiplicidades de "Crack", aparece un comportamiento en el que podemos reconocer al más banana de una reunión de 25 años de egresados o al compañero que, sin pudor, se vuelve el centro de la fiesta del Banco. El dispuesto a todo. La autenticidad está sobrevaluada. En nombre del "soy esto" estamos obligados a visualizar la espontaneidad que no pedimos. Massa reemplaza el "Soy esto" por "Soy lo quieras que sea" y esa plasticidad es, al mismo tiempo, su potencial y su condena.
El Massismo es un género literario que agrupa desde anécdotas de palacio hasta presunciones sobre su comportamiento político o los alcances de su ambición. Toda referencia a Massa tiene solo dos grados de separación: te lo dijo alguien que estuvo con él, o algún otro que lo conoce. El que no lo cruzó en Anses, lo escuchó en el vestuario de Tigre, si un asesor no lo charló en el pasillo del Palacio, lo encontró cargando nafta. Preserva, de su genética peronista, la gestualidad de quien hace un esfuerzo por ser percibido cercano, de quien construye confianza en complicidades, de quien sospechamos que cuando la cámara se apaga se afloja la corbata. En ese juego tan nuestro de lo que representamos y lo que nos gustaría, si Juan Domingo es el peronista que querríamos ser, Sergio es el que somos. El que paseó sus orígenes por la versión liberal del movimiento en los 90 y el que ejerció la presidencia del organismo que mejor implementó la idea de justicia social en los 2000. Su "amplitud" política es la del espacio que representa. Massa es Peronista, como Menem y como Kirchner.
Massa quiere ser presidente. Lo sabés vos, yo, Gachi, Pachi, ella, el novio y esos dos que están allá. Nunca un deseo fue tan evidente e impugnado al mismo tiempo. Desde el LI.PE.BO en el 95 hasta mañana a la mañana. Llamalo obsesión, vocación o destino, eso es berretín semántico. La idea de presidencia es, para él, lo que la utopía para Galeano. Da dos pasos hacia allí, y ella se aleja otros dos, y su horizonte diez. ¿Para que le sirve la presidencia a Massa? Para caminar. En el sendero manejó el Anses, fue líder de la oposición, garante de la unidad oficialista, jefe de gabinete y titular de la Cámara de Diputados. El centro de todas las fotos. El que la pide cuando a todos le queman. El que disfruta donde otros sufren. El "no nos quedó más remedio" de alguien, el "podría ser peor" de otro, el "lo vamos a tener que terminar votando" de alguno más. Massa representa sus intereses, de un modo tan explícito que es desaconsejable para las formalidades de la función pública. Lo ves venir. La centralidad de su rol en los últimos 15 años está dada por la capacidad de alinear su interés con los del electorado que eventualmente representa.
Su objetivo lo rige, lo convierte en apto y lo condena. Para Sergio Massa la acumulación de poder y la centralidad en el manejo político son elementos doctrinarios, no se negocian. Es la ideología que conoce, la que respeta y, con honestidad brutal, la única que transmite. En ese marco, no hay cosa chica. El cuarto concejal de una localidad de 10 mil habitantes, un diputado provincial, la dirección de un organismo desconocido por especialistas. Massa te avisa que trabaja para vos y construye para él. Por eso lo sentís cerca y lo querés lejos al mismo tiempo. Los mismos que requieren de sus artes por derecha, condenan por izquierda el pragmatismo con el que expresa su deseo, temerosos de ser víctimas de lo que hoy son beneficiarios. En rigor, su rasgo más kirchnerista es la certeza de que el poder se cuantifica y es finito: si no lo tenés vos es porque lo tiene otro.
El objetivo y el deseoSi se contentara con la suerte de los monjes negros, sería ponderado. Un hombre de Estado, que garantiza, con su gestión, el funcionamiento de la administración pública. Que sigue un expediente, conoce un organigrama y tiene a mano todos los picaportes. De los que querés siempre en tu equipo y robustecen cualquier gestión. Esos nombres propios que exceden a sus cargos y son la invariante que determina el rumbo del Estado. Sin embargo, sufre la suerte de cualquier mortal, la de todos los que tenemos disociado lo que mejor hacemos de lo que más nos gusta. El poder es su objetivo. La presidencia es su deseo. Cuando lo rige el primero es un killer, eficaz, implacable, un Munny con el que irías a cazar cualquier recompensa. Cuando manda el segundo, se vuelve demasiado humano y, gobernado por su ilusión, deja de ser confiable. Un killer con emociones, es imperdonable.
El problema de Massa no está en lo que oculta sino en lo que manifiesta. La mayor ambigüedad está en el desparpajo con el que exhibe su comportamiento: recordarte que no podés prescindir de él, porque defiende tus intereses mejor que vos mismo y avisarte, al mismo tiempo, que nunca vas a ser su jefe. Massa es un Aleph. Asomarte a él permite ver, al mismo tiempo, el freno a la reelección de Cristina, el peronismo, la posibilidad de que Macri sea presidente, la renovación, la vuelta del kirchnerismo al poder, el liberalismo, la ampliación de derechos del Anses, el Conurbano y la garantía del acuerdo con el Fondo. Lo usaste para tantas cosas, que cada vez que invocás su nombre, en realidad estás hablando más de vos, de tus intereses, de las ilusiones que ponés en juego, y esas frustraciones, que de su conducta política. Siempre cruzó su objetivo con tus pedidos, como un Aladino que cumple sin preguntar. Su deseo es tan explícito y personal, que conquista más de lo que enamora. Si esta vez logra orientarlo con tus intereses, vas a usar a Massa una vez más.