La colecta y la política que pende de un hilo
En menos de 48 horas, Santi Maratea recaudó mas de 173 millones de pesos para Corrientes. "¿Pelearme con Santi Maratea? No. Ni a palos. Y vos tampoco"
¿Pelearme con Santi Maratea? No. Ni a palos. Y vos tampoco. No es mi amigo, ni se parece a ninguno de mis estudiantes. No compartí un asado con nadie como él y no me lo imagino charlando en la puerta del colegio. ¿Sabés a quienes sí ubico? A sus donantes. Con algunos comparto mesa, fila del cajero y del supermercado. Son mis viejos, o mis hijos, o los tuyos. Se me complica acusarlos, a partir de mis inferencias, de comprar conciencia en modo delivery o de justificar su egoísmo cotidiano con un aporte financiero extraordinario. Imaginate pensarlos como parte de una red de lavado de dinero. Podríamos negociar un “si querés enojate con...”. Pero no, Maratea no reemplaza a un presidente o a un gobernador. Ni se arroga más funciones que las delimitadas en su rol. Tampoco (el lema más transitado) “desnuda la ineficiencia de la política”. No. Hace su negocio cuando las instituciones dejaron de hacer el suyo y, de paso, nos ayuda a pensar en los desafíos de la comunicación gubernamental, en los influencers y en el comportamiento del público.
Los argentinos nos vacunamos y donamos. Creemos en eso. Somos tercera generación de dadores voluntarios. Nietos de los que en el 82’ participaron en las “24 horas de Malvinas”, hijos de los que la dejaron en un “Sol para los chicos”. Convertidos en públicos de tragedias, actuamos bajo solidaridad violenta. Pensar que la propuesta de una colecta certifica que el Estado no funciona, es tan reduccionista como creer que quien participa en ella expía pecados. Quien dona acude al llamado de la urgencia. Lo hace por los canales que le resultan familiares y le generan confianza. Si nadie es el Che Guevara por donar (lo leí en Twitter), tampoco se transforma en él por pelearse con el donante. Santi Maratea es un Julián Weich 2.0. Está en tu casa más tiempo que tus dirigentes y quizás hasta le compres un auto usado. Parte del problema es que la política 2.0, demora en aparecer.
Un hijo rojo
No hay contradicción entre celebrar donaciones y oponerse al impuesto a la riqueza. Existe un hilo rojo que une a millones de argentinos, con independencia de origen y de ingresos. Sostiene al Kun Agüero, cuestionando la eficiencia del gasto público, a los que auditan la labor de un trabajador público con el mantra “yo te pago el sueldo”, a los que piensan que el futbolista o la estrella de televisión se la ganan laburando pero que el empleado municipal no, al que supone que el millonario no necesita robar y que si contraés deuda pública, con independencia del monto y del destino, es legítima porque te la dieron, y hay que devolverla. Ese hilo zurce con tanta efectividad el sentido común, que un acuerdo financiero entre privados se explica solo, aunque el monto sea exorbitante, y cualquier erogación pública es considerada un gasto, aunque sea justificable.
El hilo se extiende a todos los que comparten una idea de cómo funciona la política. Maratea solo “desnuda la ineficiencia del Estado” a aquellos usuarios que creían en su inutilidad de antemano. Esos que aseguran que lo público dificulta y que las instituciones demoran lo que entre privados resultaría sencillo. Esta concepción reserva un rol unidimensional para el Estado: que, cuando la normalidad se pierde, debe reconstituirla lo más rápido posible. Un incendio, o un piquete, alteran lo que espero. Hay que actuar. Una rueda de auxilio, que solo se justifica en la emergencia, capaz de garantizar el status quo o de reestablecerlo cuando algún incidente lo pone en riesgo. Los que suponen que Maratea reemplaza al Estado, creen que, apagando el fuego, el mundo vuelve a ser normal. El hilo contiene a menos individuos que los dispuestos a donar. Pero en cada imputación que hacés sobre las intenciones de quienes expresan su solidaridad, estás invitando atodos a asociarse a ese hilo.
Si la política se limita a la emergencia tiene dos problemas. Pierde su capacidad de planificación y cede la iniciativa. Cuando surge una tragedia de la dimensión de los incendios forestales en Corrientes, el Estado experimenta en carne propia, dos de los terrenos más complejos para la comunicación gubernamental: el funcionamiento de las nuevas tecnologías, que acerca los acontecimientos en tiempo real y sin posibilidades de edición; y la multiplicación de referentes que gestionan los mecanismos de intervención. La institucionalidad es incompetente comparada con la potencia de multitudes digitalizadas, autoconvocadas, conmovidas y conectadas. Un influencer es un representante de esa sociedad en red. La entretiene y la organiza. Trabaja cada contenido con la idea de moldear un público y, llegado el caso, lo moviliza. No hablan de política: la hacen. Investigan expectativas, comparten información, trabajan a demanda.
Convocan, y representan, a quienes creen que una donación es una acción que puede salvar el día, de quien da y quien la recibe.Cuando el ecosistema institucional se perturba por el alcance de la convocatoria de Maratea, descubre el iceberg en el momento del choque. La colecta es la punta de un sistema de figuras que pasan por el costado del Espacio Público y cuenten con cientos de miles de seguidores. Que no esconden su egolatría, su frivolidad y su individualismo y que, aún así, logran la fidelidad de las audiencias. Estos exponentes, en función de la proximidad y la cotidianeidad, tienen más presencia que dirigentes y periodistas. Las búsquedas por los incendios en Corrientes se cuadruplicaron a medida que avanzaba la convocatoria. Si la colecta desnudó la ineficiencia política, hizo lo propio con la mediática.
Mereces lo que sueñas