NEUROCIENCIA

La realidad y la verdad en la era digital

La cultura se construye sobre circuitos neuronales que permiten el aprendizaje, configurando un sistema de valores y símbolos

Ignacio Brusco

"Todo ocurre en la mente y solo lo que allí sucede tiene una realidad"

George Orwell

Desde los primeros filósofos hasta las neurociencias modernas, el debate sobre nuestra capacidad para adaptarnos, aprender y construir la realidad no ha cesado. En este contexto, el concepto de la "tabla rasa" resurge como una metáfora útil para entender cómo interactúan la genética, la epigenética, el entorno y las neurotecnologías en la formación de nuestro cerebro.

Como afirmó el reconocido psicólogo experimental Steven Pinker, la cultura se construye sobre circuitos neuronales que permiten el aprendizaje, configurando un sistema de valores y símbolos que difiere entre sociedades y se transmite entre generaciones. Así, el cerebro podría considerarse como una base inicial moldeada por las experiencias y el aprendizaje, en un proceso que comienza desde los primeros meses de vida.

La metacognición, definida como la capacidad de evaluarnos a nosotros mismos, está íntimamente relacionada con el volumen y con las conexiones neuronales en la corteza frontal. Por otro lado, la cognición social implica tanto la comprensión como la evaluación de las emociones y de los pensamientos de los demás. La interacción entre metacognición y cognición social conforma un sistema complejo que le permite al ser humano desarrollar relaciones interpersonales y tomar decisiones informadas como verdades sobre sí mismo y su entorno.

Stephen Fleming y su grupo del Centro de Neuroimágenes del Colegio Universitario de Londres describieron la importancia del lóbulo prefrontal para la metacognición. Este, muy desarrollado evolutivamente en el homo sapiens, termina de madurar en la tercera década de vida. Fleming observó que la mejor funcionalidad autoevaluativa tiene un correlato con el volumen frontal (anterior), fundamentalmente a expensas del tamaño del cuerpo de las neuronas, pero también por un incremento de sus conexiones.

Por otro lado, se logró observar que las personas con lesiones cerebrales frontales disminuyen fuertemente su metacognición. Asimismo, se planteó que participan zonas de recuperación de la memoria y de la orientación, como el hipocampo, que otorga la información imprescindible para que el cerebro evalúe si la toma de decisiones es asertiva; es decir, basada en realidades.

El metaverso, como una extensión de nuestra realidad cognitiva, también representa un desafío fascinante para el cerebro humano. Este entorno digital inmersivo combina realidad virtual y aumentada para simular experiencias que, aunque no ocurren en el plano físico, tienen un profundo impacto en los sentidos y en nuestra percepción de la realidad.

Estudios recientes evidenciaron cómo los usuarios de realidad virtual pueden experimentar "corporización", un fenómeno en el que elementos digitales son percibidos como extensiones del cuerpo. Esta adaptación cerebral, observada mediante neuroimágenes funcionales, también puede alterar nuestra ubicación espacial y la percepción del riesgo.

Metaverso y juegos virtuales

Por ejemplo, los jugadores habituales de entornos virtuales desarrollan empatía hacia sus avatares y compañeros digitales, activando regiones cerebrales relacionadas con la emoción y la planificación motora. Al integrar las ciencias del cerebro con las tecnologías avanzadas nos encontramos en el umbral de revolucionar tanto la forma en que interactuamos con la realidad como la comprensión de nuestras propias capacidades sensoriales y cognitivas.

Sin embargo, el impacto del metaverso va más allá de lo positivo. La confusión entre lo virtual y lo real puede generar disociaciones cognitivas, adicciones tecnológicas y alteraciones en la salud mental. Además, plantea preguntas éticas sobre cómo estas tecnologías afectan la subjetividad y los criterios de realidad. La tecnología no garantiza nuestra felicidad, por lo cual es crucial encontrar un equilibrio entre aprovechar sus beneficios y mitigar sus riesgos, especialmente en un mundo donde la interacción entre lo humano y lo digital es cada vez más estrecha.

En la percepción sensorial también subyace la subjetividad. Cada experiencia sensorial es única, influenciada por moduladores neurobiológicos como neurotransmisores y redes neuronales. El dolor, por ejemplo, es una sensación esencial para la supervivencia, pero también puede ser modulado o incluso generado por factores psicológicos. Esto se observa en casos de dolor crónico sin una causa física aparente, donde el sistema nervioso central juega un papel crucial en la interpretación y la regulación de la experiencia dolorosa.

Este equilibrio entre la información sensorial y su interpretación consciente es gestionado por estructuras como el tálamo encefálico y la corteza cerebral. Estas regiones filtran y organizan los estímulos, determinando qué llega a nuestra conciencia y cómo reaccionamos ante ello. No obstante, cuando este sistema falla pueden surgir trastornos sensoriales que alteran nuestra percepción de la realidad. Por ejemplo, pacientes con demencias frontales o alteraciones en el lóbulo parietal superior pueden experimentar dificultades para integrar el tiempo y el espacio, afectando su capacidad para reconocerse a sí mismos y a su entorno.

La intersubjetividad, o la capacidad de concebirnos en relación con los demás, también juega un papel fundamental en la construcción de nuestra realidad. Según postuló Edmund Husserl, este proceso de "impatía" nos permite percibirnos a nosotros mismos y luego a los otros, influyendo en nuestra subjetividad. Esta perspectiva filosófica encuentra eco en estudios neurocientíficos que destacan la importancia del precúneo, una región del lóbulo parietal superior, como un centro clave para la integración del yo y su relación con el entorno. Este desarrollo, exclusivo del homo sapiens, subraya la importancia tanto de la empatía como de la autoconciencia en nuestra evolución como especie.

El cerebro humano es un sistema extraordinariamente complejo que combina procesos biológicos, psicológicos y culturales para construir nuestra percepción de la realidad. Desde los primeros años de vida, cuando se establecen las bases para el aprendizaje y la regulación emocional, hasta las adaptaciones más recientes a entornos digitales como el metaverso, nuestra capacidad para interpretar y reaccionar ante el mundo está en constante evolución. Sin embargo, este proceso no está exento de vulnerabilidades. La subjetividad que define nuestras experiencias de "la verdad" también puede ser la fuente de distorsiones perceptivas y emocionales que afecten nuestra verdad subjetiva.

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