Comunicación Política

Lo que aprendimos de diciembre

Santiago Aragón

Diciembre jamás te deja dormir tranquilo. Su dinámica de buenos augurios y saludos prefechados convive con las necesidades del que ya aprendió que los Reyes Magos son los padres. Ese balance con beneficio de inventario y clima de "ya fue todo", que llamamos espíritu navideño, llega a estas tierras con recuerdos de calles desbordadas y colapsos institucionales. Todos, aunque sepamos que el próximo año está a un solo día de distancia, jugamos a cerrar ciclos y eso vale para el que pudo y para el que no. Lo terrenal le mide el pulso a este mes, día a día. En Argentina, cuando conviven los deseos y las urgencias, los diciembres son de fuego.

Alberto Fernández eligió la democracia para su apuesta de refundación personal. La influencia alfonsinista, que rige algo más que su discurso, le dejó cómodo el 10 de diciembre. La apropiación necesaria de una fecha bisagra para calibrar su popularidad y explicar que el peronismo en gestión, como la famosa bujía, siempre arranca. Con la atención puesta en las deudas, el desafío de recuperar la iniciativa no es opcional, en una época en la que la calle gusta de hablar en voz alta. Más que un albertismo, el resultado comunicacional del acto fue el florecimiento de un kirchnerismo vintage, arropado en la añoranza de mejores veranos, con el que el oficialismo sacó a relucir una estructura bicéfala, que es un problema y su solución. Una idea original de política exterior en la que privilegia la buena relación con ex presidentes y una agenda económica, versión remixada de la sentencia nestorista de que "los muertos no pagan".

La analogía es un mensaje efectivo. Nos facilita el presente buscando equivalencias en el pasado y le lima las complejidades a la realidad. Lula y Mujica, convertidos en sus propios homenajes, representan aquellos años felices en donde Maradona vivía y viajaba a Mar del Plata para escuchar a unos presidentes con espíritu de, y en el, cuerpo y gritarle "ALCArajo" a Bush. Tan redonda la historia en su estructura de héroes y villanos que parecía terminada a mano. Las agendas de la liberación nacional y de hermandad latinoamericana maridan mejor con un salario con capacidad adquisitiva y con indicadores que no estén en rojo en cifras de exclusión y de pobreza.

De plazas y pantallas

La política es, también, un juego de legitimidades. La plaza del diez (en minúscula) y, sobre todo, la convocatoria, fue un ejercicio para recuperarla. La legitimidad, como esos afectos a los que descuidamos, es algo que ponderás cuando ya no la tenés. Y, como aquéllos, cuando te falta ya es demasiado tarde. Lo que aprendimos el 19 de diciembre de 2001, con los miles que se asomaron a la noche sobre las últimas palabras del discurso de Fernando de la Rúa para desafiar un estado de sitio insólito por inaplicable, es que la institucionalidad, cuando no puede asignar valores ni regular su cumplimiento, está herida de muerte. Lo que aprendimos el 20 de diciembre, es que el poder, herido de muerte, se asusta y mata.

Esa sangre y ese fuego fueron el final de varios desatinos en los que la comunicación aportó su cuota de desconcierto. Aparecieron, con la fuerza de lo inaugural, dos artificios que todavía gozan de buena salud, empeorando la nuestra: el relato desproporcionado y la tendencia a actuar lo que no sos. Vivimos desde la narrativa de un "blindaje" que, entre ruido a hierro y apelaciones a la solidez, representaba asumir niveles inéditos de endeudamiento, presentados como la estabilidad necesaria para ¡seguir pagando! (Guzmán vibes) hasta un presidente devenido en humorista involuntario, a merced de los dinosaurios de felpa y de los otros. Cuando la distorsión entre lo que hacés y lo que contás es tan grosera, la deuda se paga al contado, sin renegociación ni metáfora.

La distancia entre la calle y la oficina es demasiada cuando la realidad aprieta. La idea de que las plazas fueron reemplazadas, en convocatoria y debate, por lo que sucede en unos medios masivos que, a su vez, perdieron terreno ante las redes sociales, solo aplica en tiempos de paz. La devoción que la política experimenta por descubrir formatos que reemplacen a la gente movilizada se repite como la historia. Y, como ella, primero es tragedia y luego comedia.

Los cazadores de hashtags representan la parodia de aquellos líderes de opinión que hablaban en nombre de Doña Rosa. Por eso, el 2001 te puede encontrar bailando en un estudio de televisión y el 2021 celebrando cumpleaños en Instagram. Esta desconexión de la información pública, que además desafía la máxima de no consumir lo que se vende, impide delimitar las urgencias que pavimentan el mundo real.

Es con plaza y con pantalla

En la práctica, son formatos complementarios que arman una pinza real-virtual. Más allá de las particularidades del formato que representan, en lenguajes y modelos narrativos, conviven fenómenos de naturaleza política que vuelven desaconsejable privilegiar un hábitat por sobre otro. Recuperar la calle es algo más que un lema. Es poner el ojo donde las cosas pasan, antes que la realidad te tome por asalto. La discusión acerca de si es con Mujica o con Taylor Swift, si los trapitos sucios se lavan adentro o al sol y si La Cámpora adelanta los fuegos artificiales para ofender la investidura presidencial o por conducta de bombero piromaníaco son matices que solo afectan el formato. La discusión real es si es con la gente o sin ella.

Perdido entre los espejos

Las tensiones que Cristina Fernández elige expresar representan algo más que la evidencia de que ella es el "superyó" de un gobierno sin "yo". La disyuntiva calle o palacio expresa dos modelos de gestión y, en consecuencia, de comunicación. Cuando las oficinas son el escenario preferido, todo lo que sucede afuera adquiere la dinámica de un parque temático. Costumbrismo y dedos en V, mientras las decisiones suceden en otra parte. Discutir a cielo abierto es, también, participar a la gente de los factores que entran en juego en la toma de decisiones. Un elemento central para ser solidario en las consecuencias de su aplicación.

Todos somos dos espejos, uno que queremos emular y otro en el que preferiríamos no aparecer nunca. Entre Alfonsín y De la Rúa, el Presidente explora las opciones que este mes le pone a disposición. Octubre está cada vez más lejos. Diciembre vuelve demasiado presentes todas las ausencias y eso va moldeando las urgencias de los que no tienen nada para festejar y, además, quieren saber de qué se trata. Lo que aprendimos un día como estos, de hace veinte años, es que la amputación de futuro te desborda lo que sabías de mediatraining, coaching o encuestas. La gente comunica en su acción o en tu omisión. El escenario, como se ha visto, está a mitad de camino entre la plaza y la oficina. Asomarse a la calle es la única manera de no quedar perdido entre los espejos.

 

*Docente-especialista en Marketing Político

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