NEUROCIENCIA

Pospandemia y la aceleración de la inteligencia artificial

No vivimos el encierro ni la incertidumbre extrema  pero seguimos habitando sus consecuencias

Ibrusco

"Una buena mitad del arte de vivir es la resiliencia"

Alain de Botton

La pandemia ya no ocupa los titulares diarios, pero su sombra todavía atraviesa nuestra vida cotidiana. Si bien algunos hablan de pospandemia, yo prefiero hablar de peripandemia: un tiempo intermedio en el cual ya no vivimos el encierro ni la incertidumbre extrema pero seguimos habitando sus consecuencias. Una etapa de secuelas visibles e invisibles donde lo biológico se transformó en social, lo social en psicológico y lo psicológico en cultural.

La primera oleada fue viral, pero la segunda fue silenciosa y más persistente: la de los trastornos de salud mental. Ansiedad, depresión, ataques de pánico, fobias, estrés postraumático, alteraciones del sueño e incluso brotes psicóticos emergieron o se intensificaron tras la crisis.

En los meses más críticos se observó un fenómeno llamativo: muchas instituciones psiquiátricas registraron menos internaciones. Como un boxeador que no siente los golpes durante la pelea, pero después se desploma, la sociedad atravesó el estrés agudo con aparente entereza, solo para experimentar más tarde la magnitud de las secuelas.

El impacto fue transversal. La población en general sufrió aislamiento y miedo, mientras que los trabajadores esenciales, en especial el personal sanitario, vivieron jornadas interminables, riesgo de contagio y angustia por sus familias. Hoy sabemos que esa sobrecarga dejó huellas profundas, no solo emocionales sino también inmunológicas e incluso cardiovasculares.

Frente a este panorama, una palabra ganó protagonismo: resiliencia. El término nació en la física para describir la capacidad de los materiales para resistir la injuria. Luego pasó a la psicología al observar que algunos niños, a pesar de crecer en contextos adversos, lograban desarrollarse. Actualmente lo entendemos como la habilidad para resurgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y sostener una vida significativa.

Pero la resiliencia no es solo cuestión de voluntad. Requiere vínculos sociales, apoyos comunitarios y, especialmente, un sentido de la vida. Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra sobreviviente de Auschwitz, describió que quienes encontraban un propósito trascendente podían enfrentar incluso el sufrimiento más extremo. La ausencia de sentido, lo que llamó vacío existencial, le abre la puerta a la ansiedad, a la depresión y a la fragilidad emocional. En este contexo nos apoyamos mucho en los algoritmos informáticos y en las redes. Así, la inteligencia artificial ocupó roles centrales de crecimiento geométrico (exponencial) o más (hiperexponencial) que aún persisten.

El covid no fue lo primero en transformar sociedades. La peste negra del siglo XIV, además de diezmar Europa, abrió paso al Renacimiento. La fiebre amarilla de 1871 en Buenos Aires modernizó la ciudad, creó el cementerio de Chacarita e impulsó el desarrollo de obras sanitarias. La gripe española de 1918 mató a decenas de millones, alteró el desenlace de la Primera Guerra Mundial y, con sus secuelas, condicionó la política del siglo XX.

Las pandemias moldearon l aarquitectura, el urbanismo y las formas de convivencia. Desde las calles ventiladas de la Edad Media hasta el modernismo higienista frente a la tuberculosis, la salud dejó marcas visibles en las ciudades. También afectaron la cultura, la literatura, la filosofía y hasta la concepción tanto de la vida como de la muerte.

El covid, con la hiperconexión del siglo XXI, multiplicó este efecto. No solo transformó el trabajo y la educación sino que también modificó la percepción del tiempo, la relación con la corporalidad y la idea misma de proximidad social. Y aquí entra en escena un actor inesperado: la inteligencia artificial.

En ese marco, la inteligencia artificial presentó una aceleración inesperada. De pronto, pasó de ser promesa a convertirse en una herramienta indispensable. Y la pandemia actuó como catalizador

En materia de salud apoyó diagnósticos, análisis de imágenes y logística hospitalaria. En educación multiplicó las plataformas inteligentes para sostener la enseñanza remota. En el trabajo y el comercio ayudó a predecir las demandas, organizar cadenas de suministro y mantener interacciones digitales.

El confinamiento disparó la digitalización: más datos que nunca, más usuarios conectados, más necesidad de infraestructura. Gobiernos y empresas invirtieron de manera extraordinaria. La inteligencia artificial se legitimó como "aliada" en un contexto de fragilidad global.

Pero esa aceleración dejó tensiones. La adopción apresurada expuso riesgos de desigualdad, sesgos, falta de transparencia y amenazas sobre la privacidad. Además, encendió alarmas en lo que respecta a la sustentabilidad ambiental: el consumo energético de los grandes modelos de inteligencia artificial es enorme y crece sin pausa.

La pandemia reforzó una idea: la tecnología puede ser un soporte vital, pero también un factor de riesgo si no se la regula con cuidado. Al mismo tiempo que la inteligencia artificial se instaló en la salud, la educación y la economía, la sociedad comenzó a exigir marcos éticos y políticos más sólidos. Hoy se habla de inteligencia artificial inclusiva, transparente, responsable y sustentable.

La pandemia nos enseñó que la salud no es solo ausencia de enfermedad, es también un equilibrio cultural, emocional y político. En esta peripandemia enfrentamos una doble exigencia. Por un lado, reforzar la resiliencia humana cultivando propósitos, vínculos y proyectos que protejan la salud mental. Por el otro, construir resiliencia tecnológica desarrollando una inteligencia artificial al servicio de la equidad y de la sostenibilidad.

La historia muestra que las pandemias no solamente dejan pérdidas: también transforman las sociedades. Y el covid, a su modo, aceleró la inteligencia artificial y nos obligó a repensar la relación entre la cultura, la tecnología y la resiliencia.

La pregunta ya no es si la inteligencia artificial crecerá sino cómo lo hará. La peripandemia nos da una oportunidad: decidir si la tecnología será un recurso para cuidar la vida y ampliar horizontes o si la crisis, como ocurrió en otras épocas, solo impulsará nuevas desigualdades.

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