Aquellas travesuras pornográficas de los 70

La escena sexual 

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Probablemente el lector haya visto cine pornográfico (o, mejor dicho, video pornográfico) reciente y solo reciente, en caso de que se confiese haber visto algo, claro. Pues bien: aun si tenemos en cuenta que la curiosidad respecto del cine ha decrecido bastante en los últimos años (en realidad, la curiosidad respecto de todo, así es como se refleja en ciertos razonamientos que escuchamos a diario, disculpen el reflejo "abuelo que protesta a las nubes"), todavía el cinéfilo de ley busca en el pasado aquellas obras maestras o películas formativas que pueden darle un panorama amplio respecto de lo que significa el séptimo arte. Lo bien que hace, además, porque aunque no siempre es cierto que todo tiempo pasado fue mejor, intensidades como las de las películas de Hitchcock de los 50 y 60 ya no se consiguen en ninguna parte. Mencionamos a Hitchcock porque, como lo dijimos alguna vez en esta columna, fue el cineasta que mejor mostró las perversiones eróticas sin ser un pornógrafo, incluso con películas de gran entretenimiento para toda la familia (que fue aquello en lo que se especializó en su mejor momento). En fin, que todos los años habrá un par de miles de personas que pasen por Vértigo o por Psicosis. Pero serán muchos menos los que paseen por los arrabales más oscuros de la cinematografía: las películas de países que producen poco, los andurriales de la animación no industrial, los fastos del cine experimental o la revisión de esas películas de explotación inmediata que incluyen, claro que sí, la pornografía.

Seamos sinceros: encontrar muy buenas películas porno -es decir, películas con sexo explícito que valga la pena ver más allá del sexo explícito- es difícil. Aunque proporcionalmente hay tan buenos filmes dentro del XXX como fuera (tarea a elucidar alguna otra vez, tomen esto como postulado nomás), el porno nunca fue demasiado abundante, así que el iceberg es chico y lo mejor del asunto, por ahora, ya lo hemos descubierto en estas páginas, aunque siempre encontramos algo que nos sorprenda. Pero de todos modos, incluso el porno "malo", sobe todo si es antiguo, puede servirnos para pensar algunas cosas, divertirnos e incluso, por qué no, contribuir al éxtasis, aunque eso es tan individual como difícil de definir. Buceando en el interminable Eroticage.net, encontré una serie de cortos, no más de 20 minutos cada uno, que responden a la serie alemana Love Film. En general estas películas son realizadas por manos anónimas y solo en algunas ocasiones tienen mención a los actores que aparecen delante de las cámaras. Lo más interesante es que están filmadas en 8mm, en color y con sonido, con un grado de amateurismo bastante evidente aunque, esto también merece ser mencionado, cierto instinto para encuadrar lo que debe ser encuadrado en cada momento y no poca habilidad para el montaje.

En términos generales, los Love Films son situaciones de pareja con alguna vuelta de tuerca que le agrega picante al viejo uno-dos. Un señor y su señora despertando para una sesión de placer previa al desayuno a la que se agrega una señorita con ganas de divertirse, por ejemplo; o la archiconocida historia del ama de casa que necesita un plomero para una destapación de urgencia. Todas estas pequeñas charadas pornográficas se realizaron entre principios y mediados de los años setenta, y terminaron cuando la legalización permitió el surgimiento de una industria dedicada a la explicitud sexual. Aunque en gran medida sirvieron como molde para los videos de no más de veinte minutos que se pueden ver en PornHub o cualquier otro agregador de contenidos para adultos.

De todos modos, tienen sus diferencias. Por ejemplo, los hombres no arrancan excitados, sino con sus genitales en perfecto reposo, y es un poco cuestión de azar ver hasta qué punto reaccionan las glándulas y los tendones. No hay depilaciones demasiado extremas -si las hay- en las mujeres, y tampoco demasiado maquillaje corporal como sí lo hay en el porno industrial contemporáneo. Pero lo interesante es que ni los cuerpos de las mujeres (aunque es norma que sean bellos) ni los de los hombres (allí no hay ninguna norma) son especialmente extraordinarios. No, hay señores con poco pelo -o ninguno-, gente de mediana edad, rollos, flacideces varias y otras cosas que forman parte de lo cotidiano. Y en esa cotidianeidad es que reside el encanto de estas pequeñas películas: no solo son un registro bien preciso del ars amatoria universal de hace medio siglo sino también de cómo eran los cuerpos, cómo se los veía atractivos, qué implicaba lo erótico y excitante cuando nuestros padres eran jóvenes y curiosos. También, dado que el montaje es esencial y se juega mucho con la combinación de primeros planos de reacción y de acción, cómo se construía la tensión erótica incluso con materiales tan frágiles y pequeños como las cámaras portátiles.

Es claro que detrás de estas películas no hay otra cosa más que un afán exacerbado de lucro apelando a los más bajos -y necesarios, digamos todo- instintos de la Humanidad. Pero eso mismo crea un efecto extraño. La única norma que tienen estos cortos es ser bien explícitos, no ocultar nada e identificar de la manera que se pueda al espectador con las acciones que se desarrollan en la pantalla. Y nada más: el resto es la más pura experimentación -a veces no exenta de torpeza- de los proto-cineastas para llevar placer vicario y real a la retina del espectador. De allí que el descuido en la dirección de arte en películas realizadas para consumo inmediato -y fatal descarte- sea lateralmente un llamado a la precisión narrativa y visual. Después de todo, un rollo de película era caro y el trabajo de laboratorio llevaba demasiado tiempo, así que había que ser lo más rápido y exacto posible para no desperdiciar los pocos pesos (o libras, o liras, o francos, o marcos, que el Euro aún no existía) que se invertía en la producción. Sí, muchas de las actrices eran prostitutas profesionales, y de allí, de ese conjunto, se formó luego la primera generación de auténticas pornostars. Estos cortos, que tienen la palabra "amor" en el nombre, son destellos de realidad e inmediatez, del arte breve y feliz del porno, en tiempos desaparecidos. Algo así como la justificación de la curiosidad.

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