La sensibilidad de un barrio correntino llega a la Berlinale
Las mil y una, de Clarisa Navas, abre el Panorama
Tras el gran reconocimiento logrado con su película anterior Hoy partido a las tres, la nueva obra de la joven y talentosa correntina Clarisa Navas no solo ha sido seleccionada para la Sección Panorama del Festival Internacional de Cine de Berlín, sino que tuvo el honor de acompañar con su nueva obra la apertura de dicha sección. Aquí la charla de BAE Negocios con la realizadora a propósito de la premier mundial de Las mil y una.
—¿Las mil y una es la primera película correntina que forma parte de la Berlinale? ¿Cómo fue la selección y cuáles tus sensaciones y expectativas?
—Es la primera película de Corrientes en llegar al festival de Berlín, eso es bastante particular porque en nuestra región y en Corrientes hacer cine es muy difícil. Si bien hay mucha gente trabajando en la invisibilidad y toda una nueva generación que empieza a salir de los lugares de formación que tenemos, aún la federalización de los recursos es algo lejano. Por lo cual, más allá de que Berlín sea un inicio muy favorable para la película y le permita seguramente una circulación grande, hay algo de la expectativa que para mi tiene que ver con poner el foco en la producción y en la posibilidad de hacer desde las provincias.
—Más allá de los personajes, las locaciones son grandes protagonistas de la historia. ¿Cómo fue la elección de los lugares?
—La elección fue una especie de ejercicio de reconstrucción sensible. Lugares donde habían ocurrido acontecimientos muy significativos para mí. Construir una escena en esos mismos espacios tenía que ver con volver a trazar ciertas acciones pero dejándolas atravesarse de otras fuerzas. En ese sentido fue un proceso muy particular y cada espacio emanaba algo fuerte. Suscita muchas preguntas construir imágenes de aquello que se vive a diario y donde hay una carga emocional específica. Para mi la película es también el barrio; en un principio inclusive había muchas más fugas hacia esos tránsitos y recorridos, porque en un punto la trama siempre enmudece al ritmo, y para mi el ritmo de “Las mil” está dado por todo ese fluir constante de vida; mil acontecimientos que están pasando a la vez, desde algo trágico a un gesto muy pequeño que tiene que ver con el cuidado. Por ejemplo, que un vecino pensado delincuente esté plantando un arbolito con mucho cuidado. Para mi eso traza un modo de existencia muy específico, una forma de vida que dialoga y contradice a la arquitectura tan venida a menos. La película es el espacio, es el barrio y sus voces que nunca se callan.
—De todos modos, en Las mil..., como en muchas barriadas de las provincias, conviven diferentes clases en un mismo sector, entonces hay quienes pueden y creen que necesitan protegerse y ponen rejas, pero la mayoría no.
—Esto de la familiaridad tiene que ver con ese modo de vida singular, por eso la película se centra en estos gestos, porque en un punto son modos que están discutidos o puestos en duda en su derecho a existir. Se convive con la violencia que lleva a inexistir a muchas vidas ahí, y cuando esto pasa a veces hay niños jugando cerca. No deja de ser brutal, pero entender el modo y hacer una imagen justa de esto implica correrse de las ideas que nos circulan, casi como en respuesta a contestar la pregunta de qué hacer o que le queda a alguien cuando su modo de existencia es puesto en discusión. Entonces las imágenes y el barrio para mi se arman contra esto, contra esas tantas imágenes de la marginalidad.
—La película se siente como un viaje, en la que uno entra en ese territorio hasta ahora desconocido. ¿Cómo fue el trabajo en el lugar? ¿Qué herramientas formales usaste para conseguir ese resultado?
—Logramos meternos quizás porque parte de un vínculo del vivir en el barrio, también hay muchos actores y actrices que son de ahí, entonces esto genera confianza. Luego el jefe de Locaciones, Ariel Aguiar Caparra (correntino) fue consiguiendo las casas, haciendo contratos que eran beneficiosos también para los vecinos. Esto estuvo muy cuidado desde la producción, que fueran intercambios que beneficiaran a los vecinos. Luego hubo un trabajo con todo el equipo y la producción de ser lo menos invasivos posible. Hay algo en un set que puede ser una experiencia muy violenta para una comunidad. Creo que también puede ser una experiencia de construcción, una experiencia de cuidado que disloque cierto orden cotidiano pero nunca usando como set al lugar, sino entendiendo la fragilidad del entorno y que una película no es algo tan importante.
—Si hablamos de herramientas formales, hay una gran apertura a no intervenir los tránsitos de las personas, aprovechar ese movimiento, los animales que pasan, los caballos que están por todas partes y también recuperar los sonoridades de ese universo que es único.
—El barrio está construido con planos secuencias que van tejiendo una imagen en constante movimiento, que se arma entre las cosas del barrio, entre los gritos y los perros que cruzan. También es una imagen reducida que intenta no ver más allá de lo que se ve cuando se vive ahí. Porque una nunca ve tan en gran angular, por ejemplo, ves de a fragmentos de a partes. En esa mirada una ve con lo que puede, con lo que se le fue configurando. En la película las imágenes tratan de armarse así, desde lo que se puede ver y escuchar, resistiendo a la vocación de objetualizar.
—Tras la Berlinale, ¿cuál es el recorrido que sigue para Las mil? ¿Ya estás con nuevos proyectos?
—Después de Berlín, Las Mil y una tiene varios festivales ya confirmados, va a ser un recorrido lindo el que se viene. En Argentina seguramente se va a estrenar en la primera mitad año, no sabemos aún. Estoy trabajando en una película de no ficción que la venimos haciendo hace varios años en la frontera de Paraguay y Argentina, con un niño que es el encuentro más luminoso de la vida. Se llama El príncipe de Nanawa. Y también estoy trabajando en la escritura de una nueva ficción, muy atravesada de realidad, muy “Lgbtiqa” (risas).