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Películas olvidadas de la ciencia ficción para revalorar en Disney+

Género muchas veces sospechoso de puerilidad o dificultad (increíblemente de ambos pecados antagónicos), la ciencia ficción ha generado obras interesantes y metafóricas que exceden el mero espectáculo. Aquí recomendamos algunas, varias recientes, que pasaron inadvertidas y figuran en Disney+.

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Hay una serie de películas de ciencia ficción -ya sabemos que la fantasía es parte del menú más taquillero en estos días- que o bien tuvieron mucho éxito en el momento de su estreno para luego disolverse, o no tuvieron el reconocimiento que merecían en medio de la invasión de títulos similares. En la grilla de Disney+ (botoncito Star+, de hecho) hay una buena cantidad de estos títulos que merecen no sólo una revisión sino en algunos casos un descubrimiento, e involucran no poco talento.

Empecemos por Poder sin limites, de Josh Trank, famoso por hundir Los 4 Fantásticos en una película que debería volver a verse al menos por curiosidad cinematográfica. Poder... fue, mucho antes de que el género estallara, una deconstrucción completa de los superhéroes. Tres adolescentes toman contacto con una sustancia extraterrestre y adquieren superpoderes, pero sus acciones -el gran tema siempre es la decisión moral de qué hacer con un poder fuera de la norma- los llevan a una degradación que termina en crimen. Filmada a la manera de Cloverfield (las cámaras de los propios protagonistas) e inyectada con el retrato preciso de la angustia adolescente, sigue siendo una joya poco conocida.

Jumper, en cambio, tenía mucho para ser un gran éxito y apenas salvó la plata. Dirigida por el desaforado Doug Liman (Al filo del mañana, Sr. y Sra. Smith), es también la historia de jóvenes con un superpoder: teletransportarse donde quieren instantáneamente. Los protagonistas (Hayden Christensen, que venía de su Annakin Skywalker de las secuelas/precuelas de Star Wars), Samuel L. Jackson y Jamie Bell, también parecían elevar el proyecto. Pero ahí quedó: con su exuberancia visual, una tensión que crece plano a plano y el uso narrativo de las locaciones, con el tiempo merecería ser un clásico de la ciencia ficción pero hoy hay que redescubrirlo. Así son las cosas.

El precio del mañana es una película de Andrew Niccol (coguionista de The Truman Show y director del clásico menor del género Gattacca) que opta por un acercamiento más reflexivo -y no poco pesimista- sobre nuestro futuro. La gente tiene al nacer una cierta reserva de tiempo para vivir. Durante su vida, puede conseguir más minutos o menos; los ricos siempre consiguen más, los pobres siempre pierden. La película narra la relación entre dos jóvenes obligados a huir con muy poco tiempo en sus cuentas. Es en parte un thriller de acción y suspenso que toma un tropo muy frecuente de Alfred Hitchcock (el acusado injustamente que, mientras huye, descubre a una mujer de la que se enamora) pero lo desarrolla de un modo también reflexivo. Quizás el defecto mayor sea su costado alegórico; pero las actuaciones de Amanda Seyfried y Justin Timberlake (que es buenísimo, otro actor que le suma puntos a cualquier cosa que haga) le agregan valor a la película y disuelven sus taras.

El abismo negro es una de las películas más raras que produjo Disney en toda su historia. Necesita un poco de contexto: en los primeros ochenta, con la baja de popularidad de la animación y la creciente ola de la ciencia ficción de la mano de Star Wars y Encuentros cercanos del tercer tipo -que le dieron al público familiar un nuevo tipo de fantasías- Disney pensó en hacer películas más "adultas", fantasías más propias de ese género. De esa camada son Tron, la aún fuera de plataformas El verdugo de dragones (que, de paso, es excelente) y El abismo..., que narra cómo una misión de exploradores llega a una enorme nave-laboratorio varada en el borde de un agujero negro. Inspirada en 20.000 leguas de viaje submarino, con un científico loco (Maximilian Schell) muy parecido al Capitán Nemo, tiene momentos de suspenso muy buenos, algo de locura (¡el final en el infierno!) y de terror, y mucha aventura. Quizás quedó avejentada por sus efectos especiales, pero sigue siendo una película curiosa y disfrutable.

Y ahora, reivindiquemos una película de la que todo el mundo se rió por el atuendo (una especie de zunga con tiras) del protagonista Sean Connery, pero que es de lo más interesante que dio la ciencia ficción en los setenta. La película se llama Zardoz, y la dirigió John Boorman (A quemarropa, La esperanza y la gloria) cuando no pudo llevar adelante su proyecto de adaptación de El Señor de los Anillos. Zardoz trata de un mundo tres siglos en el futuro donde unos privilegiados viven en una burbuja en la que no enferman ni mueren, y el resto de la Humanidad se embrutece fuera. Por supuesto, las cosas no son tan simples y todo cambia cuando un "bruto" llega al mundo de los privilegiados. Hay un dios también (el famoso "Zardoz" del título) y una serie de mentiras que sostiene este sistema en la que en realidad todos padecen: unos por abulia, otros por miseria. Y detrás, funciona como articulador -y como "guión" de la trampa que representa este futuro- cierto librito infantil. La película es muy ingeniosa, tiene toda esa conciencia social que era frecuente en aquellos años, pero también intenta -desgraciadamente los efectos especiales aún no estaban a la altura- crear un mundo alternativo, maravilloso y consistente. Y Connery se banca la ropa fea con su aplomo de caballero escocés y el aprendizaje de sus películas de James Bond. De paso, la chica es Charlotte Ramplingen la época en la que estaba a punto caramelo (sí, sí, la misma época de Adiós, hermano cruel... ¿Aún se recuerda Adiós, hermano cruel?). Hay que animarse.

 

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