Mucha demagogia en el arranque de la Berlinale

Primeras impresiones del festival de Berlín

Fernando E. Juan Lima

BERLÍN, ALEMANIA - ENVIADO ESPECIAL. El Festival Internacional de cine de Berlín, la Berlinale, es uno de los festivales de cine más antiguos del mundo. Este año Venecia tendrá su 76° edición, Cannes su 72° y el jueves pasado, con la proyección de la coproducción The Kindness of Strangers (Dinamarca, Canadá, Suecia y Alemania), de Lone Scherfig, comenzó el Festival de Cine de Berlín que lleva el número 69. Se trata de una edición especial por cuanto su director por 18 años, Dieter Kosslick, estará a cargo de la muestra por última vez. Ya sabemos que quien tomará la posta será el hasta ahora director del prestigioso festival de Locarno, Carlo Chatrian (lo cual, si efectivamente se le da el lugar que se merece, permite mirar con optimismo el futuro).

Un año de transición entonces, en el que algunas características poco interesantes del pasado reciente del festival parecen agudizarse. La competencia oficial, en los últimos años bastante alicaída, posee relativamente poco nombres propios y estrellas conocidas. Se sabe que esto no es garantía de nada, pero en un festival que también sabe prestar atención a la alfombra roja, esa carencia resulta llamativa. La correcta película de apertura sólo parece explicarse, en cuanto a su elección, por el hecho de que su directora es mujer. Y lo cierto es que la verdadera estrella de la gala fue la siempre magnética Juliette Binoche, presidenta del jurado de la Competencia Oficial. El resto de los integrantes del jurado son el crítico y autor estadounidense Justin Chang, la actriz alemana Sandra Hüller, el director chileno Sebastián Lelio, el curador estadounidense Rajendra Roy y la productora, directora y actriz británica Trudie Styler.

La corrección política parece ser la norma para ingresar en la selección de la muestra

El clima inusualmente benévolo hasta el momento (con máximas de 12 grados centígrados, un verdadero veranito para lo que aquí habitualmente sucede en febrero) no ha podido hasta ahora disimular el bajo nivel general de la competencia. Las primeras películas programadas, la alemana System Crasher, de Nora Fingscheidt (sobre una niñita con muy severos problemas de conducta) y la austríaca The ground beneath my feet, de Marie Kreutzer (que se acerca a la deriva vital de una muy independiente mujer en sus treintas) son solo menores, olvidables, con algunos hallazgos (visuales, alguna actuación; no así en la música) y poco más. Pero al menos no provocan vergüenza ajena como la coproducción entre Macedonia, Bélgica, Eslovenia y Croacia God exists, her name is Petrunya, de Teona Strugar Mitevska. Bajo el paraguas que les otorga una causa tan noble e indiscutible como es la igualdad de género, con el fin de la misoginia y el machismo, pareciera que cualquier realización que demagógicamente se sube a esa ola tiene su inclusión garantizada en la vidriera de la Berlinale. Debo decir que la suma de lugares comunes y frases y gestos tribuneros fue seguida con risas y aplausos en la premier en la enorme sala del Berlinale Palast. La necesidad de sobreactuar la corrección política y esta reacción para mí incomprensible del público parecen augurar algún premio para este producto que casi con seguridad sufriremos en la cartelera argentina, formando parte de ese conjunto de películas que se piensan desde el "world-cinema" dosificando abundante color local, acercándose a un tema importante (cuanto más a la moda, mejor) y algo de humor para toda la familia. Programa ideal para indignarse por el estado del mundo, divertirse un poco y volver a la casa sintiéndose que uno es más humano que unos cuantos.

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