La verdadera historia del último encuentro del Papa Francisco con su amiga monja que lloraba en el funeral
En su última visita a Geneviève Jeanningro, el Papa le hizo un guiño a las víctimas del represor Alfredo Astiz y un claro repudio a los diputados de La Libertad Avanza que lo visitaron en la cárcel
En medio del estricto protocolo del funeral, donde sólo estaba permitida la presencia de las autoridades eclesiásticas, sorprendió una presencia. En la Basílica de San Pedro, mientras se despedían del Papa Francisco de lejos, llegó una monja bajita pero bastante mayor con su mochilita verde y se acercó en silencio a pocos metros del ataúd. Los guardias suizos la dejaron pasar. Nadie le dijo nada, todos la dejaron llorar en silencio porque sabían que era la amiga del Papa a la que él llamaba, L'enfant terrible.
No tenía consuelo, comenzó a llorar con una gran angustia y sacó su pañuelo blanco de tela para secar las lágrimas de sus ojos azules. Quietita, en silencio, no quitaba la vista del ataúd y le daba el último adiós a su amigo. Su nombre es Sor Geneviève Jeanningros, tiene 81 años es de la congregación de las Hermanas de Jesús. “Nació en Argentina pero se trasladó a Roma hace 57 años. Vive en una caravana con los feriantes de un circo, allí hace pastoral con las personas LGTB”, asegura el diario El Mundo de España. Vive con su compañera, la monja Anna Amelia.
Fue muy amiga del Papa Francisco, acudía todos los miércoles a las audiencias y el pontífice también la visitaba. Fue quién apenas llegó, acercó al Papa a las minorías. Todos la conocen porque predica entre la gente del circo. Se despojó de todo, apenas tiene un anafe, libros y un colchón donde duerme en el suelo.
La monja iba a las audiencia a llevar personas de la comunidad para que el Papa Francisco los bendiga. “Lo aman tanto porque es la primera vez que un Papa acoge a personas trans y gays. Le agradecen porque finalmente han encontrado una Iglesia que les ha tendido la mano”, destacó la religiosa a ACI Prensa.
Francisco la visitó dos veces como Papa, la primera en 2015 y la última visita fue el 31 de julio de 2024, cuando fue a verla de sorpresa. Fue al “Summer Park Festival” en Luna Park a saludar a los artistas de circo y a bendecir una estatua de “Nuestra Señora protectora del espectáculo ambulante y del circo”. En agradecimiento, le hicieron un show. Pero ese no fue el único motivo de la visita.
Su tía era Lèonie Duquet, una de las monjas francesas que junto a Alice Dumon, fueron secuestradas y torturadas en la ESMA durante la dictadura militar argentina en el año 1977. Duquet ayudaba a familiares de desaparecidos y frecuentaba al grupo de la iglesia de la Santa Cruz donde se reunían clandestinamente las madres en busca de noticias de seres queridos secuestrados. Entre esas madres se infiltró el represor Alfredo Astiz y se hizo pasar por Gustavo Niño, familiar de un desaparecido, para poder marcar y hacer desaparecer familiares que sólo querían saber la verdad.
En ese mismo grupo de la Santa Cruz estaba Esther Ballestrino de Careaga que buscaba al marido desaparecido de su hija Mabel. El 13 de junio de 1977 fue secuestrada su hija Ana María Careaga de 16 años que estaba embarazada. “Las madres hicieron de la desaparición y la ausencia una presencia permenente. Lo que hicieron no existía. Inventaron un modo de resistencia inédito en el mundo”, contó Ana María Careaga y allí nacieron las Madres de Plaza de Mayo. El 30 de septiembre de 1977 Ana María fue liberada y Esther decidió sacar a sus hijas el país, pero ella se quedó con su marido en Argentina para seguir luchando contra la represión. El 8 de diciembre de 1977, Esther fue secuestrada. En total, el represor Alfredo Astiz marcó a 12 personas del grupo de la Santa Cruz, todos los cuerpos fueron arrojados al mar.
Jorge Bergoglio conocía mucho a Esther Ballestrino de Careaga, porque había sido su jefa en un laboratorio donde trabajaba antes de ser sacerdote. “Aquella gran mujer me enseñó a pensar”, solía decir el Papa, por eso aceptó esconderle todos sus libros en plena dictadura, un día que ella lo llamó con la excusa de pedirle la extremaunción para su suegra. Hasta sus últimos días, el Papa Francisco tuvo colgado un retrato de Esther en su estudio de Santa Marta.
Ante las presiones del Gobierno francés, el jefe de la Marina, Emilio Massera, ocultó que el operativo de secuestro estuvo al mando de Alfredo Astiz, culpó a Montoneros y se deshizo del cuerpo de las monjas en los vuelos de la muerte. El cuerpo de la tía de Sor Geneviève Jeanningros fue encontrado en una playa por unos pescadores.
El Papa Francisco sabía de lo que era capaz Alfredo Astiz, por eso no podía entender como el 11 de julio de 2024, 6 diputados nacionales de La Libertad Avanza acudieron al Complejo Penitenciario Federal I, ubicado en el partido de Ezeiza a visitar a Astiz, entre otros. Los asistentes fueron: Beltrán Benedit, María Fernanda Araujo, Rocío Bonacci, Guillermo Montenegro, Lourdes Arrieta y Alida Ferreyra.
Un dato no menor es que la visita del Papa a Sor Geneviève Jeanningros el 31 julio de 2024, se dio a los 20 días de que los diputados libertarios visitaran al Alfredo Astiz en la cárcel. El 8 de agosto, casi una semana después recibió a Anita Fernández, nieta de Esther Ballestrino de Careaga, víctima de Astiz. Aprovechó y mandó un mensaje al programa radial de Ana María Careaga, madre de Anita Fernández e hija de Esther, la misma adolescente que fue secuestrada por la dictadura mientras estaba embarazada. “No aflojen. Conserven la memoria de lo que han recibido. No sólo de las ideas sino también de los testimonios. Ese es el mensaje que les doy en este día”, fue el mensaje del Papa Francisco. Un guiño a las víctimas de Ástiz y una reprimenda silenciosa para los diputados que lo visitaron.
Todo está relacionado y lo que se sabía se confirmó el mismo día que esa monjita con su mochila lloraba frente a su ataúd. Se conoció un reportaje que el Papa Francisco le dio a Nelson Castro donde reflexionó sobre su salud y sobre las dificultades que atravesó en la dictadura militar. Confesó que nunca se psicoanalizó, pero “fui a ver una señora, era una gran mujer, me ayudó con explicaciones y consejos”, relató. “A hondazo limpio me aconsejaba. Fueron 6 meses que me ayudó muchísimo. La doctora Rubel, una gran mujer”, añadió. Buscó ayuda frente al problema de “rescatar gente”, confesó.
Luego de pedirle a Nelson Castro que sólo mostrara públicamente esos audios tras su muerte le confesó: “Me ayudó para clarificar con algunas cosas, ciertos mecanismos y miedos que me venían. Imagínese; llevar escondido en el auto de atrás a uno, tapado con una frazada y pasar tres controles de Campo de Mayo desde Buenos Aires a San Miguel. La tensión era difícil, ¿no?“, rememoró.
En agradecimiento a su ayuda en la búsqueda de desaparecidos, a su compasión con los más necesitados, a su empatía con la comunidad LGTB, por todo eso estaba esa monjita llorando desconsolada. Había encontrado un amigo y la contención desde la Iglesia Católica a gente que siempre había sido dejada de lado. Todo eso agradecía.