Cada uno es dueño de su propio reloj
El tiempo vuela, pero somos nosotros los que llevamos las alas
Quizás haya que buscar el equilibrio, pero muchos tenemos que reconocer que la gestión del tiempo es una asignatura pendiente. Y no sólo para ser más eficaces, que para eso ya hay muchos expertos, sino, simplemente, para ser más humanos, más auténticos. Ricardo Yepes, filósofo y antropólogo, afirmaba: “la gente corriente es gente corriendo”. @Para mucha gente el “tiempo es oro”. Y es que, en realidad, es la cosa más valiosa que el ser humano puede gastar. Por eso es importante elegir bien en qué y en quién queremos invertirlo. Para unos siempre hay poco, mientras que otros tienen en abundancia. El tiempo no entiende de clases ni de dinero y nadie es inmune a él pues no discrimina. Cada uno es dueño de su propio reloj. @Muchas veces, cuando nos gustaría que pasara pronto, va muy despacio y, al revés, en los momentos de mayor goce su velocidad se dispara. Así, los segundos caminan lentamente en la sala de espera de un hospital y muy rápido en las reuniones agradables con amigos. El tiempo es esa sombra que se detiene cuando lo miramos fijamente y que corre cuando no le hacemos caso. @Puede que nos sintamos abrumados por cómo se suceden los días y los meses, por cómo pasan los años. Sin embargo, es bueno recordar, que tal vez es cierto que el tiempo vuela, pero somos nosotros quienes llevamos las alas, nosotros quienes debemos dirigir el rumbo en todo momento para disfrutar del paisaje. @Para colmo, actualmente hay muchas personas que comienzan a sentir pánico cuando se ven frente a un tiempo vacío. O un tiempo que no está planificado. O uno en el que ya terminaron todo lo que tenían que hacer y solo pueden ver una larga línea de minutos que no conducen a ninguna parte. El psicólogo español Rafael Santandreu utilizó la palabra “ociofobia” para definir el miedo a no tener algo que hacer. Es uno de los problemas contemporáneos que comenzaron a ganar terreno sin que nos diéramos cuenta. @Todo parece indicar que el aburrimiento tomó el estatuto de pecado capital en los tiempos actuales. Quienes tienen ociofobia sienten terror ante la posibilidad de aburrirse. Este sentimiento les resulta intolerable y les genera pánico. “Perder” el tiempo, haciendo nada, es como contraer una peste. Se desesperan cuando no están haciendo algo. Ven el tiempo libre como una poderosa amenaza. Fuertemente influenciados por las ideologías de eficacia y productividad, ponen por encima de los logros y las realizaciones, antes que su felicidad.
Este tren de vida al que muchos estamos obligados a subirnos puede derivar fácilmente en lo que se conoce como cronopatía. Se trata de una enfermedad que viene marcada por la obsesión por aprovechar al máximo nuestro tiempo. Una preocupación intensa y constante por hacer que nuestros días sean de lo más productivos.
Tendríamos que aprender a aburrirnos más. No hay nada malo en ello. No hay nada terrible en quedarse una hora mirando la pared y pensando tonterías. Se trata de una pieza que encaja perfectamente en el concepto de equilibrio. Es bueno trabajar y estar interesado en algo. Pero es igual de bueno descansar y aburrirnos de tanto en tanto. @Y sería bueno también valorar los segundos de escucha, apoyo y aprecio que los demás nos dedican porque nos ofrecen parte de su vida. Un minuto es suficiente para dejar una huella imborrable en el corazón de otra persona. Lo importante es ser consciente del momento presente y aprovecharlo. Dedicar tiempo se traduce en “me importas, te quiero, te apoyo”, y eso no tiene precio. Porque definitivamente, dedicar tiempo es dedicar vida. @Un Poema de Indios Americanos dice: “No te deseo un regalo cualquiera, te deseo aquello que la mayoría no tiene, te deseo tiempo; tiempo para reír, tiempo para tu quehacer y tu pensar, tiempo para que te encuentres contigo mismo, para vivir cada día, cada hora, cada minuto como un regalo, tiempo para la vida y para tu vida”. @“Cuentan que un viajero, cruzando el desierto, vio a un árabe pensativo al pie de una palmera, junto a sus camellos cargados. El viajero supuso que era un comerciante de objetos de valor y que se dirigía a venderlos a alguna ciudad vecina. Como llevaba demasiado tiempo sin hablar con alguien, se acercó al mercader y le dijo: @-Buen amigo, ¡salud! Pareces muy preocupado. ¿Puedo ayudarte en algo? @-¡Sí! -respondió el mercader- Me encuentro muy afligido porque acabo de perder la joya más valiosa de todas. @-Bueno, la pérdida de una alegría segura que no es gran cosa para ti. Llevas gran cantidad de ellas en tus camellos y seguro que no te costará reponerla. @-¿Reponerla? -exclamó el mercader- ¡Si fuera tan sencillo! No conoces el valor de mi pérdida. @-¿Cuál es la joya que has perdido? – preguntó el viajero. @-Una joya como ninguna otra, que no volverá a hacerse jamás. Se encontró tallada en un pedazo de piedra de la vida y realizada en el taller del tiempo. Sus adornos eran veinticuatro piezas brillantes, agrupadas a su alrededor sesenta más pequeñas. Es imposible que se llegue a reproducir otra joya con características similares. @-Debía ser preciosa, sí – expresó el viajero. -Pero, con mucho dinero ¿no podrías hacerte otro igual?
-La joya perdida era un día. Y un día que se pierde, no vuelve a encontrarse”.