El equilibrio laboral
Trabajar menos no es signo de debilidad sino de inteligencia
Aunque el concepto de trabajar duro es visto por muchos como un camino hacia el éxito, está comprobado que el exceso de trabajo puede generar resultados más pobres. En ese marco, las extensas jornadas laborales suelen desembocar en una fatiga profesional que reduce el nivel de rendimiento.
Algunos descubren esto cuando ya es tarde, cuando ya evidencian síntomas de estrés o de cualquier otra patología mental. Muchas personas caen en la cuenta de que, debido a su grado de exigencia, dejaron pasar momentos que ya no van a recuperar. De repente los invade una profunda pena, un dolor que ni el dinero ni el reconocimiento social difícilmente modifiquen. Rquiere mucho esfuerzo concentrarse en lo que se hace y, a veces, es difícil darle lugar a un descanso reparador.
Desánimo general, tristeza, angustia y sentimiento de culpa. Así llegan la irritabilidad y el desagrado, que además trae una cuota muy grande de malhumor. Aunque creen que ya tendrán tiempo para ocuparse de su vida, muchas personas se van convirtiendo de a poco en piezas de un inmenso engranaje de producción, cambiando salud y felicidad por dinero.
Somos responsables de lo que hacemos, no culpables, y podemos elegir la forma de reaccionar ante las circunstancias. Conocemos nuestros límites y necesitamos cuidar las relaciones interpersonales. No podemos olvidar que las emociones tienen sus propias reglas y difícilmente se someten a los dictados de la razón. Trabajar menos no es signo de debilidad sino de inteligencia. El hecho de ser feliz con un trabajo depende únicamente de cada uno. Es importante afrontar la jornada laboral con buen humor, motivación, ganas de emprender y con la mente abierta para recibir nuevos aprendizajes y experiencias. Benito Pérez Galdós decía: "Dichoso el que gusta las dulzuras del trabajo sin ser su esclavo".
Parece que el exceso de trabajo está en la base de casi todos los problemas relacionados con el sueño y con algunas enfermedades coronarias. Diversos informes revelaron que aquellas personas que trabajan de más enfrentan un riesgo mayor de padecer el "síndrome de burnout" ("estar quemado"). Se define como la sensación de malestar emergente de un esfuerzo exigente relacionado con el trabajo, que termina superando las defensas psicológicas para afrontarlo. Es un estado de agotamiento físico, emocional y mental producido por situaciones muy demandantes. Así, se experimenta la sensación de no ser capaces de ofrecer más de lo que siempre hemos dado. No hay satisfacción y aparecen sentimientos de fracaso, frustración y baja autoestima. El descenso de la productividad se une a una notable despersonalización.
De nada sirve obsesionarse por ser feliz en el puesto que ocupamos; no queda más remedio que reinventarlo cada día. No existe el trabajo perfecto ni la compañía ideal y la felicidad laboral no dura para siempre. Puede que hoy esté todo bien, pero nuestros intereses y nuestros valores cambian, igual que nuestra empresa, el mercado y la tecnología. La frustración llega cuando se quiere vivir en un paraíso laboral que no es real ni duradero, por lo cual conviene interesarse en nuevos retos, formándose continuamente, y evitar caer en la zona de confort que nos aburguesa.
La palabra "meraki" proviene del griego y está relacionada con una actitud de vida. Significa hacer algo con creatividad, inspiración, pasión, alma y amor. Aunque el concepto no tiene una traducción literal, es posible relacionarlo con disponer todos los esfuerzos en la actividad que desempeñamos. Si nos dedicamos con agrado a lo que hacemos y le ponemos un límite a nuestra jornada laboral tendremos mayores probabilidades de alcanzar la excelencia en nuestras tareas.
"Había una vez un hachero que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que decidió a hacer buen papel. El primer día se presentó ante el capataz, quien le dio un hacha y le designó una zona. El hombre salió entusiasmado al bosque y en un solo día logró talar dieciocho árboles, lo que derivó en las felicitaciones del capataz.
Animado por las palabras de su jefe, el hachero decidió mejorar su desempeño al día siguiente y esa noche se acostó temprano. A la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo el empeño no consiguió cortar más que quince árboles. Me debo haber cansado, pensó y esta vez optó por acostarse con la puesta del sol.
Se levantó al amanecer decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad. En la jornada siguiente taló siete, luego cinco y el último día estuvo toda la tarde tratando de voltear su segundo árbol. Inquieto por el pensamiento del capataz, el hachero se acercó para contarle lo que le estaba pasando y jurarle que se esforzaba hasta el límite de desfallecer.
El capataz le preguntó cuándo había afilado por última vez su hacha. ¿Afilar? No tuve tiempo, estuve muy ocupado cortando árboles", respondió el hachero.
Descansar, cambiar de tema, o hacer otras cosas es muchas veces una forma de afilar nuestras herramientas. Seguir en algo forzadamente, en cambio, es tratar de reemplazar venamente la incapacidad que por momentos nos aborda con voluntad".