Libertades para fortalecer la autoestima
Querernos es una de las tareas pendientes para la mayoría de nosotros
Existe algo que se llama "síndrome de Eco"; tiene su origen en aquella ninfa de la montaña que, castigada por Hera, repetía las últimas palabras de toda conversación. En la actualidad, esta figura mitológica simboliza a muchas de esas personas que luchan en su día a día por tener voz propia, por visibilizarseà Son aquellos que, influenciados por una figura narcisista, han dejado de atenderse a sí mismos para nutrir emocionalmente a los demás.
El "ecoísmo" hace visible a esa parte de la población que teme expresar sus necesidades y prioriza las de los demás; son perfiles pasivos y poco asertivos debido a la presión de una pareja, unos padres o un entorno habitado por el narcisismo.
Son personas con una gran sensibilidad emocional, saben escuchar a los demás, son muy empáticos. Sin embargo, no aprecian sus capacidades y rara vez reconocen sus logros. Son esas personas que no toman iniciativas por no molestar a otros, que declinan proyectos si piensan que pueden suponer algún tipo de molestia o problema para los demás.
El ecoísmo no es un trastorno psicológico; es sólo un rasgo que conforma un tipo de mecanismo de supervivencia poco hábil y que puede resumirse del siguiente modo: "si yo quiero estar seguro y recibir afecto, debo pedir lo menos posible y dar todo lo que pueda".
Querernos es una de las tareas pendientes para la mayoría de nosotros. Valorarnos, apreciarnos y tratarnos con cariño no deberían ser aspectos secundarios en nuestra rutina. Priorizarse es fundamental si queremos alcanzar el bienestar tanto emocional como social. Sólo cuando nos tratamos con respeto y dignidad somos capaces de exprimir todo nuestro potencial y a su vez, de construir vínculos sanos y fuertes con los demás. El autoconocimiento es la llave para conectar profundamente con los demás.
La psicoterapeuta Virginia Satir unía la autoestima con la libertad. "La libertad de ser y escuchar lo que está aquí, en lugar de lo que debería ser, fue o será". Esta primera de las libertades está conectada con la importancia de ser auténticos y de vivir el presente, en lugar de estar navegando por las profundidades del pasado, las corrientes futuras o incluso por los entresijos de la idealización y las proyecciones externas. La clave está en establecer una conexión profunda con nosotros mismos.
También es importante la libertad de decir lo que uno siente y piensa, en lugar de lo que uno debería sentir y pensar. En la mayoría de los casos, tememos que nuestras palabras y pensamientos no sean los adecuados, que no obtengamos la aprobación de los demás o que simplemente les hagamos daño. Por esta razón, acabamos por expresar mucho menos de la mitad de lo que sentimos y pensamos. No hay nada de malo en expresar nuestros sentimientos y creencias, desde el respeto y la responsabilidad emocional. De hecho, es lo más recomendable si queremos que los demás nos conozcan y nos acepten por como somos y si deseamos crear vínculos nobles con ellos.
Todas y cada una de nuestras emociones son válidas, no hay que reprimirlas ni bloquearlas, de lo contrario no profundizaremos en el maravilloso arte de conocernos. Lo importante es escucharlas, centrarse en cómo nos sentimos para conocer a cada una de ellas y más tarde poder gestionarlas.
Una vez que sabemos quiénes somos, qué sentimos y cómo expresarlo, el siguiente gran paso es expresar lo que uno quiere para luego, dirigirse en su búsqueda y tomar riesgos. La libertad de correr riesgos por tu propia cuenta, en lugar de elegir solo lo que es "seguro" y no arriesgarse, salir de esa zona de confort que a veces a pesar de ser incómoda actúa como refugio. Estas libertades son un canto al amor propio. Un conjunto de afirmaciones que nos invitan a reflexionar sobre cuánto nos valoramos y cómo de auténticos somos con los demás.
"Había una vez, en un jardín donde el sol bordaba susurros de luz entre las hojas, un pavo real de largas plumas azuladas llamado Bel. Cuando desplegaba su cola, parecía que el cielo entero se reflejaba en él, pero no se sentía hermoso. Miraba su reflejo en el agua y suspiraba. Sus plumas, aunque bellas, no parecían tan especiales.
Si tuviera las alas del colibrí y los colores del faisán, entonces sí sería hermoso.
Una noche, cuando la luna bordaba hilos de plata en el cielo, Bel ideó un plan. Caminó con sigilo entre los árboles, recogiendo plumas caídas. Con paciencia, las entrelazó entre sus propias plumas.
Cuando el sol despertó, Bel caminó orgulloso al claro del bosque. Su cola estaba llena de colores que no eran suyos.
íMiren qué bello soy ahora! exclamó, desplegando su nueva cola.
Pero los demás no sonrieron. Había algo extraño en Bel. No pareces tú mismo.
Bel tembló, se apresuró hacia el lago más claro del bosque, que solo reflejaba la verdad. Cuando se asomó vio un revoltijo de colores ajenos.
El viento sopló y las plumas que no eran suyas comenzaron a desprenderse una a una.
Cuando la última pluma falsa cayó, Bel volvió a mirarse en el lago. Allí estaba él, entero, único, radiante como el cielo antes del amanecer. Ese día comprendió que cada belleza es distinta, y en su diferencia, brilla su verdad."