Para evitar el mal, higiene mental
La maldad es la excepción y no la norma que rige el mundo
Casi todo el mundo conoce la representación de los tres monos sabios: uno se tapa la boca, otro se cubre los oídos y el tercero tiene las manos puestas sobre los ojos. Se trata de una escultura de madera que data del siglo XVIII y que básicamente alude al buen vivir, en el sentido más amplio del término.
La metáfora de los tres monos tiene que ver con una máxima de Confucio que nos invita a no ver, no escuchar y no hablar sobre la maldad. Esta sería una de las condiciones para alcanzar el verdadero "buen vivir". Sin embargo, lo primero que nos viene a la mente es que podemos negarnos a ver, a oír o a hablar de la maldad pero no por eso va a desaparecer del mundo.
Es posible que nos digamos que estar al tanto de lo perverso que sucede en el mundo nos protege de esa amenaza que es la maldad misma. Parece lógico, pero en el fondo no lo es tanto. Porque la maldad es la excepción y no la norma en el mundo, ya que son muchos más los que viven de manera honesta y constructiva.
Podemos vivir sin conocer los actos perversos que ocurren el mundo. Aquí también cabría anotar que hay razones para pensar que presenciar actos crueles, personalmente o por televisión, incrementa o bien nuestra destructividad o bien nuestra potencial victimización.
Tiene que ver con las neuronas espejo. El cerebro no siempre es capaz de distinguir la realidad de la fantasía. Por lo tanto, ver, escuchar o hablar sobre la maldad podría tener un efecto muy tóxico en nosotros. Es posible que esto alimente el monstruo del miedo o el monstruo de lo perverso en nuestro interior. Ambos están ahí y pueden crecer si los nutrimos.
La escultura de los tres monos es una guía para el buen vivir y un principio básico de higiene mental. Mirar, escuchar o hablar sobre la maldad es algo que podría conducirnos hacia un estado de angustia. De pronto olvidamos que, tanto estadística como matemáticamente, hay más personas buenas que malas en el mundo.
Lo escandaloso, lo perverso y lo cruel son temas que venden. Todo ello forma parte de una especie morbosa del dolor que aterra y fascina al mismo tiempo al ser humano. Ese terror y esa fascinación son neuróticos. El arte del buen vivir tiene que ver con trabajar sobre la perspectiva desde la cual abordamos el mundo. Y en ese sentido, tiene enorme validez la decisión de negarnos a ser testigos o difusores de los actos de maldad.
El mensaje original de la escultura era sencillo y rotundo: "No escuchar lo que te lleve a hacer malas acciones, no ver las malas acciones como algo natural y no hablar mal sin fundamento". Curiosamente, el tiempo y nuestra visión occidental simplificaron un poco esa enseñanza.
La leyenda de la mitología china cuenta que los tres monos fueron enviados por los dioses como observadores y mensajeros. Debían tomar testimonio de los actos y de las malas acciones de la humanidad para ponerlas en conocimiento de las propias deidades. El mono sordo observaba las malas acciones, más tarde se las comunicaba al mono ciego, quien finalmente le transmía ese conocimiento al mono mudo para ver qué pena imponían los dioses.
Se trata de aplicar esa mirada sabia de quien sabe diferenciar lo bueno de lo malo, de quien sanciona lo perverso para quedarse con lo luminoso, con lo noble y con aquello que nos ayuda a ser mejores. Debemos ser prudentes con lo que decimos, sabios con lo que escuchamos y hábiles a la hora de dirigir nuestra mirada. Tres mecanismos que, sin duda, nos ayudarán a preservar el equilibrio interno y la felicidad.
Existe un interesante paralelismo entre la leyenda de los tres monos sabios y una historia que nos llegó de Sócrates.
"En una ocasión, uno de los discípulos de Sócrates llegó agitado y le dijo al filósofo que se había encontrado con uno de sus amigos, quien había hablado de él con gran malevolencia. Al escuchar esto, Sócrates le pidió que se calmara. Después de pensarlo un momento, le manifestó que, antes de escuchar lo que tenía para contarle, el mensaje debía pasar por tres filtros. Si no los superaba no sería digno de atención.
¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es verdad?, preguntó Sócrates. El discípulo pensó un momento. En realidad no podía estar seguro de si lo que había escuchado era verdad y tuvo que admitir que no.
Luego, el gran maestro griego formuló una segunda pregunta: ¿Lo que vas a decirme es bueno o no? El discípulo contestó que, por supuesto, no era nada bueno. Entonces, Sócrates señaló: Vas a decirme algo malo, pero no estás totalmente seguro de que sea cierto. El discípulo asintió.
Para terminar, Sócrates planteó un tercer interrogante: ¿Me va a servir de algo lo que tienes que decirme? El discípulo, tras una breve pausa, respondió que no sabía si esa información sería realmente de utilidad o no. Teniendo en cuenta que no se sabía si era verdad, tal vez divulgarlo no fuese demasiado útil. Finalmente, después de los tres foltros, Sócrates se negó a escuchar lo que el discípulo quería decirle. Si lo que deseas contarme no es cierto ni bueno e incluso no es útil, ¿para qué querría saberlo?, concluyó el filósofo".