Validar las emociones
Lo que sentimos siempre es importante, sea placentero o no.
La validación emocional es un ejercicio sutil que hace sentir bien a los demás pero que no siempre tenemos en cuenta. En muchos casos, la razón es porque no sabemos. Lo cierto es que saber cómo validar las emociones de quienes están a nuestro alrededor refleja una estrategia verdaderamente valiosa.
"Estás exagerando, no es para tanto", "¿cómo te vas a poner así por esa tontería?" o "no llores más, tenés que ser fuerte" son algunas de las frases que utilizamos a menudo y que seguramente vamos a querer dejar de decir una vez que comprendamos la importancia de la validación emocional.
La validación emocional consiste en comunicarle a otra persona que está siendo escuchada y vista. Es aceptar la experiencia que alguien está sintiendo en ese momento y expresárselo claramente a través de nuestras palabras o de nuestras acciones. Se trata de hacerle saber al otro que aquello que está sintiendo es aceptado, independientemente de si estamos de acuerdo o no con ello. En definitiva, validar es manifestarle a los demás que sus emociones tienen sentido, que son relevantes, son significativas y son coherentes desde una perspectiva lógica. Y eso mismo podemos hacer con nosotros mismos, aunque en ese caso estaríamos hablando de la autovalidación emocional. Aceptar la validez de nuestras propias emociones nos ayuda a gestionarlas más adaptativamente y así reafirmamos que lo que sentimos es importante, sea placentero o no.
En contraposición, la invalidación emocional hacia uno mismo o hacia los demás significa minimizar, juzgar o quitarle trascendencia a las emociones. Significa que es habitual invalidar las emociones de alguien que queremos sin siquiera notarlo. Validar las emociones de los demás puede ser una tarea más compleja de lo que suponemos.
El nivel más básico de la validación emocional requiere observar atentamente a quien nos habla. No basta con mirarlo, es necesario interesarse en lo que tiene para decir y hacerle saber que lo estamos atendiendo.
Es importante articular lo no verbalizado explícitamente por la otra persona. Resulta imprescindible comprender las causas de su reacción. Toda emoción parte de un contexto, una situación y una historia. Este nivel consiste en entender que, a la luz de su experiencia, tiene sentido lo que esté sintiendo. La validación emocional implica empatizar con el otro y tener en cuenta tanto su historia como su experiencia de vida.
Sin embargo, aprender a ser ecpáticos nos ayudará a evitar contagios emocionales. La ecpatía es un proceso mental de gran valía que nos permite, entre otras cosas, limitar los contagios emocionales que recibimos de los demás. Se trata de ser conscientes y plenamente partícipes de las realidades emocionales ajenas pero sin llegar a salir de nuestros zapatos.
Ser conscientes de nuestras propias emociones y también de nuestras vulnerabilidades. Estar conectados a nuestra realidad interna es el timón del que no podemos separarnos. Percibir al otro como alguien separado de nosotros. A pesar de esa delimitación, la cercanía es posible y necesaria para conectar y comprender.
El ser humano cuenta con una facultad excepcional: la capacidad de empatizar. Gracias a ella comprendemos a los demás, nos identificamos con ellos y podemos facilitar ayuda, apoyo o consuelo. No obstante, esa conexión afectiva debe ser equilibrada y también ajustada.
"Un hombre vivía en lo más alto de una montaña. Hasta allí acudían muchas personas que querían consultarlo, pero el ermitaño siempre decía estar ocupado.
Un día, un caminante se acercó y le dijo: '¿Por qué dices estar tan ocupado si no veo que tengas algo a qué dedicarte?'. El anciano respondió con serenidad: 'Tengo muchos animales que cuidar y vigilar. Tú no los ves, pero debo entrenar dos halcones y dos águilas, tranquilizar constantemente a un par de conejos, disciplinar a una serpiente, motivar día tras día a un burro y domar a un fiero león'.
'Pero, ¿dónde están todos esos animales?', volvió a preguntar el hombre. 'Están dentro de ti y también dentro de mí', replicó el ermitaño. Y, con un tono muy sereno, le explicó al visitante: 'Mis dos halcones se lanzan sobre todo lo que ven, pero debo impedir que se lancen sobre lo malo y se queden solo con lo bueno. Son mis ojos. Mis dos conejos son muy asustadizos. En cuanto se encuentran con una dificultad intentan dar media vuelta o buscan un camino alternativo para no enfrentarse al problema y también debo tranquilizarlos. Son mis pies. Ahora bien, el animal que más quebraderos de cabeza me trae es la serpiente. La tengo encerrada en una jaula y en cuanto sale de ella intenta morder a alguien ante el menor descuido. La serpiente es mi lengua. El pobre burro anda todos los días quejándose, es muy tozudo porque dice estar cansado y tengo que convencerle cada día de que puede seguir con su trabajo. Ese burro es mi cuerpo. Y por último, pero no menos importante, está el león, que es muy fiero y cuesta domesticarlo. Llevo años intentándolo, pero en cuanto creo que lo he conseguido vuelve a rugir con fuerza. El león es mi ego. Ya ves, no me queda tiempo para nada más. Por eso estoy tan ocupado, entre la gran cantidad de tareas que realizamos diariamente está la de controlar todas nuestras emociones'".