Melones sin semilla

Compromiso con la tierra, con el trabajo y con la historia

Es esencial involucrarnos con la esperanza, la siembre y la utopía

Aldo Godino

El trabajo humano es, quizás, la clave esencial de toda la cuestión social, aunque conviva con la dura realidad del desempleo estructural. Es un hecho constatable y una lamentable actualidad, la progresiva deshumanización del trabajo. En tiempos de recesión y abusos, en los que muchos puestos de trabajo peligran o directamente se pierden, conmueve la dignidad de los que luchan por conservar el empleo. Admira mucho más el espíritu de aquellos que eligen diariamente superar la mediocridad y apostar por la calidad. 
El trabajo no nos define como personas y sin embargo es, en buena parte de los casos, nuestra carta de presentación. Pensemos en ello un momento. Cuando alguien nos pregunta aquello de “¿y tú quién eres, cómo te definirías?” es muy común empezar diciendo nuestros nombres y seguidamente nuestra ocupación. Pero lo cierto es que somos mucho más que nuestra ocupación actual.
Somos mucho más que el trabajo que desempeñamos cada día. Dejar que nuestra ocupación laboral nos defina por completo puede limitarnos, encasillarnos y diluir nuestro auténtico potencial y nuestra grandeza interna. El trabajo no nos define como personas; sin embargo lo seguimos usando no sólo para definirnos a nosotros mismos, sino también para comprender al otro. 
El trabajo en su vertiente positiva, es una fuerza productiva creadora de riqueza y, a la vez, expresión de las capacidades de relación y transformación de las cosas. Tiene un valor ético y trascendente, además del económico. El fundamento que determina el valor del trabajo es, en primer lugar, la dignidad de la persona. Vivimos en un mundo económico globalizado. El trabajo y los valores ligados a este hecho social, económico y político, han sido determinantes en la configuración de los fenómenos socio-culturales. 
Descubrimos voces que aseguran que en nuestra Patria nadie quiere trabajar, porque es más fácil pedir o ser asistidos que ingresar en el mundo del esfuerzo y la responsabilidad. Frente a esto, quisiéramos gestar –desde los conceptos y la práctica- una nueva cultura del trabajo. Estilo de vida que deberá tener como sustento fundamental el diálogo de los sectores productivos, la concertación y la unión de esfuerzos entre las organizaciones sindicales y empresariales; la coherencia entre los políticos y la sociedad toda.
Tendría que orientarse hacia la generación de hábitos de trabajo, prácticas productivas y valores en el mundo laboral, para que todos sean conscientes de sus derechos, pero también de sus deberes. Alcanzar, juntos, una colaboración armónica que logre mayores niveles en las habilidades de todos; permitir, a su vez, el incremento de la productividad y la competitividad, elevando de esta manera los niveles de vida de los trabajadores y sus familias y promoviendo su desarrollo integral.
Es un proceso continuo, desenvuelto sobre algunos criterios básicos que dan soporte a esta nueva cultura laboral: el reconocimiento de que el trabajador más que un recurso, es una persona; el trabajo más que una mercancía es el medio para transformar la realidad; las organizaciones más que campos de batalla, son comunidades de desarrollo compartido y participativo; la productividad es un resultado que surge del enriquecimiento de las capacidades del trabajador.
Lamentablemente la verdadera cultura del trabajo muchas veces es repelida por los que internalizaron la asistencia como un derecho para ellos y un deber para los demás; es bastardeada por los que terminan usando a las personas en orden a sus intereses mezquinos; es tergiversada por aquellos que confundieron poder y autoridad con feudalismo; es minimizada por todos los que dejaron de poner al hombre en el centro de la vida social.
El hombre tiene la oportunidad de comprometer sus manos con la tierra, con el trabajo y con la historia. Es fundamental involucrarnos con la esperanza, con la siembra y la utopía. No es la sociedad nueva la que creará seres humanos nuevos. Somos los hombres y mujeres nuevos quienes, con nuestro esfuerzo, formaremos la nueva sociedad.
“Juan era un apasionado de los melones. Año tras año, con mucho esmero preparaba la tierra del fondito de su casa, para sembrar las más diversas variedades de melones. Un día, le trajeron un melón cuyo sabor dulce lo cautivó. Y con una sola particularidad: no tenía semillas. ¿Cómo sembrar estos deliciosos melones si no tenían semillas? Y encontró la solución: ya que los melones no tenían semillas, bastaría con realizar todo el procedimiento de la siembra, pero sin semillas. Total, si las semillas no eran importantes a la hora de saborear el melón, tampoco habrían de serlo a la hora de sembrarlos.
Como todos los años preparó el terreno. Tomó una bolsa vacía, y metiendo la mano en ella, fue realizando el gesto de arrojar las inexistentes semillas en todo el terreno. Pasaron los días, y nada ocurrió. El terreno no produjo nada. Recién entonces comprendió el pobre Juan, que no bastaba con realizar ritualmente todos los gestos y movimientos de la siembra, si faltaba lo más importante: las semillas”.
 

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