Las piedras en la corriente de agua

Cuando somos nuestros propios enemigos

Es necesario entender que errar es natural

Lic. Aldo Godino

Todos hemos sido demasiado duros con nosotros mismos alguna vez. En estos, y otros casos, nos comportamos como si fuésemos nuestros peores enemigos. Hablamos del perfeccionismo, de la autocrítica y de la autocompasión, exponiendo el papel que juegan en esos momentos de injusticia con el yo. Cuando somos nuestros peores enemigos todo es susceptible de verse más gris, más incierto y más nublado. Tratarse compasivamente dista de ser una tarea fácil, pero a veces se torna muy necesaria.

Ser enemigo de uno mismo es experimentar sentimientos de rechazo frente a lo que somos, pensamos y sentimos, ejerciendo una crítica mordaz y sobredimensionada sobre todo lo que hacemos, así como también saboteando cualquier oportunidad que aparezca para estar mejor. "Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos", afirmaba Buda.

Lo lógico sería que cada uno contase al menos consigo mismo para salir adelante en la vida, pero eso no siempre ocurre. Muchas veces es precisamente uno mismo quien se encarga de convertir la vida en un infierno. Silencios duros, negación de los sentimientos, rechazo y castigo frente a los actos de autoafirmación, severidad en los juicios y represión de las emociones. Y así aparecen algunos automatismos en el pensamiento: "no puedo", "no soy capaz", "tengo miedo", "no valgo nada", "no le importo a nadie".

Cuando somos nuestros peores enemigos tendemos a criticarnos en exceso, a veces como consecuencia de sentirnos distanciados de haber sido todo lo perfectos que hubiésemos deseado. El perfeccionismo es la tendencia a exigirnos estándares elevados de desempeño a la vez que nos evaluamos en exceso. Además, el resultado de estas evaluaciones es con frecuencia la autocrítica, que desemboca en una creciente preocupación por cometer más errores.

El perfeccionismo adaptativo implica, además de altos estándares de desempeño, una baja discrepancia si las cosas distan de salir como queremos: reconocemos que hacer siempre todo bien es imposible. En contraparte, el perfeccionismo desadaptativo alude al hecho de exigirnos mucho pero también de autocastigarnos con dureza si los resultados distan de ser los esperados. Implica discrepar en exceso con el resultado de nuestras acciones; es decir, tener la percepción continua de que constantemente uno dista de cumplir los más altos estándares que se han establecido.

La autocrítica y el perfeccionismo son hermanos. La autocrítica puede definirse como un estilo cognitivo de personalidad a través del cual nos evaluamos y juzgamos. Alude al hecho de estar hipervigilantes ante el mínimo fallo y juzgarlo negativamente en consecuencia. La autocrítica también tiene una parte adaptativa y otra disfuncional. Saber en qué fallamos ayuda a afrontar con más entereza los momentos vitales delicados. La adaptación es importante en la formación de la identidad, puesto que al evaluarnos y ver cómo podemos mejorar nos hace sentir más capaces de lidiar con las contingencias negativas de la vida. La disfuncional se da cuando solo percibimos conductas inadecuadas o cuando a pesar de obtener un éxito distamos de reconocerlo. Actuando como nuestros peores enemigos, menospreciamos los resultados positivos de nuestras acciones porque estas son consideradas, por ejemplo, meras obligaciones.

En consecuencia, cuando alcanzamos la meta propuesta podemos experimentar un elevado grado de insatisfacción al pensar que "en realidad lo conseguido distaba de ser tan importante". Esto se denomina desvalorización de los logros y confirma el fracaso global. Es decir, las personas autocríticas tienden a evaluarse en forma global, rígida y sesgan su percepción hacia el error.

Un buen recurso cuando somos nuestros peores enemigos es convertirnos en nuestros mejores aliados y entender que es natural errar. Porque el fallo dista de significar ser peores o mejores, nos muestra que somos humanos, imperfectos y hermosos.

"Un maestro decía que los seres humanos son como las piedras que van en una corriente tratando de llegar al océano. Comienzan su andar desde el punto en donde se inicia la corriente, pero cuando empiezan son toscas y nadie les encuentra belleza alguna. Sin embargo, al ir en la corriente, el movimiento y la fricción las va limando, las va puliendo, hasta que finalmente llegan hasta el punto en donde la corriente es tranquila y suave. Entonces, las piedras toscas ya están redonditas y brillantes y todos las quieren coleccionar. No obstante, todavía no están acabadas, siguen siendo piedras y algún día mostraran toda la belleza que guardan.

Así es el hombre: en la corriente de la vida se encuentra con seres humanos que, con sus defectos, aparentemente lastimarán al que va al lado. Por el contrario, ese aparente roce doloroso solamente es una manera de pulirse y el rozamiento solo es el medio para que, cuando lleguemos a ese punto donde la corriente es suave, mostremos la belleza que guardamos.

Sin embargo, aún seguimos siendo seres humanos y algún día mostraremos la verdadera belleza que cada uno lleva dentro".

Esta nota habla de: