Del autodesprecio al amor propio
El espejo se empeña en reflejar a diario nuestro auténtico yo
Hay momentos en que resulta necesario descender hasta nuestras propias raíces y reparar aquello que lleva mucho tiempo generando malestar. Los que ya tenemos más edad ponemos la mirada en lo que no logramos o en los sueños que no conquistamos, culpándonos incluso por creernos incapaces de alcanzar aquello que un día nos propusimos. Las personas tardamos bastante en darnos cuenta de que, a veces, no nos queremos tanto como deberíamos. Hay quienes se habitúan tanto a las críticas, ya sea sobre su personalidad o sus logros conseguidos, que hacen del desprecio un hábito inconsciente. Esto los lleva hasta el extremo de desear ser otro, tener otra vida, habitar otro cuerpo y ser de una manera diferente.
Sin embargo, el espejo se empeña en reflejar a diario nuestro auténtico yo, ese en el que apenas confiamos. Es muy fácil caer en la trampa de odiarse a uno mismo, a pesar de que pocas caídas resultan tan peligrosas como esa. El odio hacia uno mismo condiciona tanto las relaciones como el potencial humano, ya que las personas que se odian a sí mismas están cargadas de resentimientos.
Muchas veces podemos hablar de sentimientos de insuficiencia, insatisfacción vital y baja autoestima. No obstante, el autodesprecio es un estado que, por término medio, suele gestarse durante la adolescencia y acompaña a la persona a lo largo de parte importante de su vida. También podemos hablar de factores de personalidad, como el perfeccionismo obsesivo y la autoexigencia. Liberar ese equipaje será de gran ayuda. Empezar a mirarnos con otra luz, a través de un filtro más amable y compasivo, nos permitirá cambiar percepciones. Cultivar el amor propio es tan importante como respirar o alimentarse.
A menudo, el modo en que nos educaron, el haber vivido un trauma o incluso la propia personalidad encienden los mecanismos del autodesprecio. Y las personas no somos buenas o malas, brillantes o ignorantes, excepcionales o mediocres. Todos discurrimos entre esas franjas intermedias donde existen oportunidades para mejorar.
Lamentablemente vivimos en una sociedad que nos vende el éxito y la belleza como trampolines para alcanzar la felicidad. No hay que creerlo. La perfección es una fábula, una fake news, una trampa para el bienestar psicológico. Aceptar que todo ser humano es falible e imperfecto aligera cargas en nuestro interior.
Para pasar del autodesprecio al amor propio no debemos compararnos con los demás ni focalizarnos en lo que logró nuestro mejor amigo, nuestro hermano o nuestro vecino. Por eso debemos evitar vernos a través de ese cristal tan turbio de la comparación social a la que nos abocan desde niños. Cada cual debe tomarse como referencia a sí mismo y convertirse en su mejor versión.
Buena parte de los sentimientos de autodesprecio se nutren de nuestra percepción de insuficiencia, esa que nos castiga repitiéndonos que no valemos para aquello que deseamos hacer. Pero no es cierto, porque albergamos valores, habilidades y fortalezas que necesitamos clarificar para empoderarnos con ellas. Lo cierto es que no todo el autodesprecio procede de esa voz interna que nos devalúa, ya que el entorno también puede ser artífice más que relevante de nuestra autoimagen negativa.
Para pasar del autodesprecio al amor propio no debemos depender únicamente de los refuerzos externos de las personas que nos quieren. Es cierto que ayudan, que dan fuerzas, pero también necesitamos ser nuestros mejores aliados en ese proceso de transformación y sanación.
"Un día, un sapo dijo que iba a soñar que era un árbol. Fue contento hasta su charca y esperó pacientemente la puesta del sol. Luego se metió en su pequeña cueva y allí soñó que era un árbol. Al día siguiente, le contó su sueño a un grupo de sapos curiosos que lo rodeaban. 'Anoche soñé que era un árbol, un altísimo álamo. Era tan alto que casi rozaba el cielo. Sus ramas eran largas y estaban repletas de nidos. No podía moverme, mis hondas raíces me mantenían clavado en la tierra. No, no me gustó nada ser árbol', sostuvo el sapo.
Entonces, después de pensar un largo rato, decidió que esa noche soñaría que era un río. Al día siguiente, un grupo mucho más grande de sapos se congregó para escuchar el sueño. 'Anoche soñé que era un río. Llevaba barcos de un lado a otro de la orilla, siempre con prisas. Vi peces, pero ninguna sirena. No, no me gustó ser un río', sentenció. Y tras una breve pausa anunció que esa noche soñararía que era caballo.
Los sueños del sapo se hicieron tan famosos que al día siguiente ya había más de trescientos sapos esperando, muchos de los cuales habían venido desde muy lejos. 'Anoche soñé que era caballo. Era hermoso, veloz y llevaba a un hombre encima que huía. El hombre me castigaba con un látigo para que corriera más deprisa. Y no, no me gustó nada ser caballo', reveló. Así, día tras día, el sapo iba descartando ser viento, ser luciérnaga o ser una nube.
Un día, los sapos lo vieron por demás exultante junto a la orilla de su charca y le preguntaron por qué estaba tan feliz.
'Anoche soñé que era un sapo. Y fue un sueño maravilloso", respondió el sapo con una enorme sonrisa en su rostro.