La venganza esconde heridas abiertas
Si tenemos que elegir un filtro para mirar que sea el afecto
Intentar ser como los demás sin tener pensamientos o sentimientos diferentes solo nos sirve para seguir formando parte de un rebaño. Parecería que, para algunos, el ideal de vida social o comunitaria es ese donde todos van en la misma dirección, con un mismo pensar y un único sentir. En este sentido, cualquiera que aparezca como disonante será visto como un desestabilizador y, por tanto, como causante de bronca, de ira y de violencia. La confrontación de intereses particulares o de pequeños grupos desgarra el equilibrio social, ya que cada persona busca únicamente defender sus propios intereses. Es esa lucha estéril de preocupaciones políticas, raciales, religiosas, territoriales, laborales y familiares, entre otras, con la que únicamente se benefician escasas individuos. El sabor de la revancha suele ser dulce, pero solo momentáneamente, ya que no es una plataforma sólida para construir mejores herramientas de justicia social.
Cuando nos hacen daño, así como también a nuestros seres queridos, nos resulta más fácil llenarnos de odio y buscar revancha antes que perdonar. Sentimos que tenemos el "derecho" a vengar el ultraje y devolver el daño recibido. La venganza parece ser uno de nuestros instintos más profundos y evolutivos.
Sin embargo, en la mayoría de los casos, la revancha no reporta ningún beneficio ya que solo sirve para generar dolor en los demás. De hecho, no podemos olvidar que la venganza no es sinónimo de justicia debido a que siempre esconde sentimientos y emociones negativas, como el rencor y el odio. "La venganza solamente sirve para eternizar las enemistades en el mundo. El placer fútil que nos causa está siempre acompañado por eternos arrepentimientos", supo plantear el escritor Baron de Holbach. Las revanchas emocionales vienen cargadas de una negatividad que controla nuestros pensamientos y, en última instancia, el comportamiento. Emociones como la rabia, la ira y el rencor nos afectan directamente, elevando el grado de estrés diario. La venganza es una de las emociones que más daños puede causar, tanto para el que la lleva a cabo como para quien la recibe, ya que no solo nos crea un inmenso malestar emocional sino que además nos empuja a realizar comportamientos poco éticos. Y así nos damos cuenta de que el daño que hemos generado no nos hizo sentir mejor.
Todos hemos experimentado alguna vez ganas de vengarnos, equivocadamente o no, llevándonos a experimentar un malestar hermético. Solo al rechazar estas emociones ponzoñosas podemos quedarnos con lo real de las situaciones y con los aspectos positivo que nos aportaron.
Cuando el resentimiento sobresale por encima del resto de emociones solo nos fijaremos en los aspectos negativos de la persona a la que consideramos causante de nuestro dolor, sesgando lo positivo y haciendo hincapié en sus características perjudiciales. De este modo correremos el riesgo de caer en la ilusión de la profecía autocumplida.
Solo cuando el filtro del resentimiento cambia, con el paso del tiempo o porque ya no queda espacio en nosotros para emociones que nos distorsionen, podemos ver el efecto del resentimiento sobre nuestros juicios. La mirada reflexiva está en que el resentimiento es una consideración personal de lo que los demás nos hacen y las consideraciones cambian según el prisma con el cual las miremos.
Para vivir alejados del conflicto hay que cambiar los filtros negativos, especialmente debido a que no hay filtro más nocivo y que desvirtúe más que el aquel que finalmente termina revelándose contra uno mismo. Si tenemos que elegir algún filtro para mirar que sea el del afecto: puede que también desvirtúe, pero les aseguro que es más productivo y nos hará sentir mejor tanto a ustedes como a las personas que miren a través de él.
La Madre Teresa de Calcuta decía: "No me llamen para ir a manifestaciones en contra de la guerra porque no iré. Llámenme cuando hagan manifestaciones a favor de la paz".
"Un alumno se acercó a su profesor y, en forma desafiante, le dijo: Lo que más me alegra de haber terminado sus clases es que no tendré que escuchar más sus tonterías. El profesor miró al alumno por un instante y, de forma muy tranquila, le preguntó: ¿Cuando alguien te ofrece algo que no quieres, lo recibes?. El alumno quedó desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta. ¡Por supuesto que no!, contestó el muchacho nuevamente con tono despectivo.
Bueno, cuando alguien intenta ofenderme, o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo. En este caso una especie de rabia o de rencor que puedo decidir no aceptar, le replicó el profesor. No entiendo a qué se refiere, dijo el alumno confundido.
Es muy sencillo. Me estás ofreciendo rabia y desprecio; si elijo sentirme ofendido o me pongo furioso estaré aceptando tu regalo. Y yo, mi amigo, en verdad prefiero obsequiarme mi propia serenidad, planteó el maestro y agregó: Muchacho, tu rabia seguramente pasará, pero no trates de dejarla conmigo porque no me interesa. No puedo controlar lo que llevas en el corazón, pero de mí sí depende lo que cargue en el mío".