ESPECIAL ANIVERSARIO: CROMAÑÓN

Tragedia de Cromañón: los héroes anónimos que se jugaron la vida

Los bomberos fueron los primeros en llegar y enfrentar la muerte cara a cara aquel 30 de diciembre de 2004. Sus testimonios a 20 años de la masacre de Cromañón

JSanchez

No lo dudaron y decidieron estar allí, para dar una mano, poner el hombro, abrir sus brazos, e incluso arriesgar sus vidas, ya sea para rescatar a las víctimas o asistir a sus seres queridos. Fue así que apenas tomaron conocimiento del avance del incendio en República de Cromañón llegaron, por diferentes razones y circunstancias, para evitar el dolor, o al menos moderarlo. Se trata de los héroes en silencio: bomberos, rescatistas o voluntarios que, en medio del caos, lo dieron todo, con una vocación admirable por el prójimo.

A tres cuadras de Plaza Miserere residía Eduardo Cortez, de entonces 27 años, e integrante del cuartel de Bomberos Voluntarios de San Telmo. Pero cuando las sirenas comenzaron a sonar, él no se hallaba en su domicilio, aunque su propia madre, Lidia, lo alertó de la situación y le consultó si tenía información alguna respecto de lo que pasaba a tan solo unos metros. En tres ocasiones ella lo llamó y por eso apresuró el regreso desde la zona porteña de Constitución. Al llegar a su domicilio, descendió de su moto y corrió hacia donde se dirigían las ambulancias. "Cuando llegué, era todo un caos: gente gritando, entrando y saliendo. A los pocos minutos me encontré con un bombero amigo de la Federal. Me contó que estaban tratando de hacer un boquete en el primer piso, lo cual era difícil", relató Cortez. Por esa dificultad, ambos decidieron llevar adelante lo que se llama "triage", un mecanismo que categoriza víctimas por prioridad, pero también era imposible.

"Lo que hice fue entrar y sacar la mayor cantidad de gente posible, desde abajo primero. Muchos entraban a colaborar, el efecto del desorden era que entre cuatro personas sacábamos a un desvanecido, cuando en un rescate, con rescatistas con conocimiento, uno saca a otro", reconoció Eduardo.

En ese contexto, salía a la calle por unos segundos, para tomar aire, e inmediatamente regresaba a un lugar que él mismo describió como "un salón oscuro con una vela". No obstante, no se detuvo y se dirigió a la escalera que hoy recuerda como "una trampa porque estaba lleno de cosas, ya sean gorras, billeteras, zapatillas y no se podía hacer pie". "Al estar completamente oscuro, había que ir tanteando, porque tampoco funcionaba la iluminación de emergencia, lo que hubiese facilitado la salida y el rescate", señaló.

Al mismo tiempo que Cortez ingresaba y egresaba de Cromañón, Marcelo Medina, comandante general de Defensa Civil por aquellos tiempos, hacía lo propio, y a su arribo memorizó: "Ver muchos chicos en la calle, desorientados, y fue allí que una persona me tomó de la mano y me dijo: Mi hermano está adentro. Entonces entré y lo primero que encontré fue a muchos chicos en la escalera. Lo que más me marcó fue ingresar al baño y observar que había muchos niños. Tuve el infortunio de sacar un nene de 6 años sin vida".

Semejante experiencia en el inicio de su labor en el siniestro ya le anticipó a Medina un cambio rotundo de planes, que dos décadas después argumentó: "Uno ante una emergencia busca vidas, salvar y rescatar personas con vida. Pero era imposible por el lugar, el nerviosismo y entonces la única opción constaba en cargar con una persona y trasladarla a una ambulancia para que actuaran los médicos".

Sin embargo, en las horas más tempranas de la mañana del 31 de diciembre las tareas de rescate comenzaron a cederle paso a la búsqueda de víctimas en hospitales, cementerios y en la morgue judicial. Una secuencia que siguió muy de cerca Sebastián Gutiérrez, y que le llamó la atención, aunque a decir verdad, y valga la redundancia, lo llamó la necesidad de hacer algo al respecto. En plena celebración de Año Nuevo, claramente opacada y entristecida por la pérdida de 194 pibes, Sebastián se decidió: "Estaba mirando Crónica, que mostraba a los familiares en la morgue bajo el sol, esperando los cuerpos para poder reconocerlos. Entonces me dije: Y si voy a dar una mano... No soy ni socorrista ni nada por el estilo, pero voluntad no me faltaba y ahí me fui a buscar a la única persona que me seguía en estas locuras: mi vieja". Al principio su madre dudó, pero finalmente la convenció, enseñándole la imagen de tantas familias agolpándose en la morgue, soportando el calor, que agudizaba sus angustias por encontrar a sus seres queridos.

Finalmente, a las 10.30, estaban en el recinto judicial, cargando gaseosas que comenzaron a repartir a los familiares de quienes no pudieron escapar de la desidia de Cromañón. A sus pocos pasos por la calle Viamonte, Gutiérrez recordó: "Había un pibe casi de mi edad llorando desconsoladamente". "Era Eduardo Vázquez, el baterista de Callejeros -quien luego fue condenado por el femicidio de su pareja, Wanda Taddei-. Estaba devastado, me quedé hablando un rato con él, mientras le daba algo fresco, me contaba cómo era su mamá. Estaba totalmente roto, recuerdo que me hizo pensar lo que sería perder a mi vieja en una situación así. Viví emociones similares con el resto de las personas con las que hablé. Ellas me contaban quiénes eran sus hijos o hermanos, qué hacían. Creo que era la forma de ir afrontando lo que se venía: El reconocimiento y entrega del cuerpo", recordó.

 

Allí permanecieron hasta las 4 del día siguiente, casi 24 horas en las que les "tocó llorar, abrazar y llevar mucha gente que había perdido a alguien, a reconocer a sus familiares, para poder llevárselo". "No hay palabras para describir el dolor", dijo.

Cada uno actuó en base a sus conocimientos e impresiones, pero con la misma voluntad de no abandonar a quienes fueron a disfrutar un recital y perdieron sus vidas, como asimismo a sus afectos, que llegaron a Once con la ilusión de encontrarlos a salvo y vivieron un infierno para identificar sus restos. El dolor no les fue ajeno, los golpeó durante años, y así lo confesó, con absoluta elocuencia, Medina: "Los primeros cinco años esquivé la palabra Cromañón. Tenía mucho peso sobre mi espalda. Hoy aprendí a convivir con semejantes recuerdos, pero no es fácil porque todavía me impacta". Una emoción que no es propia, sino de cada uno de quienes participaron de los rescates y de las asistencias, que también llevan en sus espaldas el lamento. Por eso, Medina concluyó: "Me deja pensando, al día de hoy, que se pudo haber evitado".

 

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Por cronica.com.ar

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