El Cónclave: cómo es la misteriosa ceremonia para elegir al nuevo Papa
Los cardenales se encierran bajo llave en la Capilla Sixtina, sin contacto con el exterior, hasta anunciar con humo blanco al nuevo líder de la Iglesia Católica
Cuando un Papa muere o decide renunciar, el tiempo se detiene en el corazón del Vaticano. La Iglesia Católica activa entonces uno de sus rituales más solemnes y enigmáticos: el cónclave. Bajo las cúpulas del Estado más pequeño del mundo, se pone en marcha un proceso cargado de historia, simbolismo y reglas estrictas. Cada detalle —cada voto, cada paso, cada silencio— está cuidadosamente previsto, como si el pasado hablara en cada decisión del presente.
El inicio del tiempo sin Papa
Tras la muerte del Papa Francisco el 21 de abril, se abrió el período conocido como Sede Vacante. Durante estos días, el poder espiritual y administrativo de la Iglesia queda en manos del Colegio Cardenalicio, compuesto por los cardenales más altos de la jerarquía eclesiástica.
Antes de iniciar el cónclave, se respetan quince días de luto. Este lapso no solo honra al pontífice saliente, sino que permite a los cardenales llegar desde todos los rincones del mundo. La expectativa crece a medida que se acerca el día clave. Mientras tanto, los fieles, periodistas y diplomáticos vigilan desde la Plaza de San Pedro, atentos a los signos que anticipen el desenlace.
Cuando se cierran las puertas
El día del cónclave, los cardenales menores de 80 años —únicos habilitados para votar— se visten con sotanas rojas y avanzan en procesión hacia la Capilla Sixtina. El aire es solemne. Rezan, cantan, juran silencio absoluto. No pueden comunicarse con el exterior. En cuanto la última puerta se cierra, el mundo queda fuera.
Desde ese momento, viven aislados. Duermen en la residencia de Santa Marta y, cada día, se trasladan hacia la capilla para participar de las rondas de votación. No pueden llevar teléfonos, no acceden a noticias, no pueden recibir visitas. La idea detrás de este encierro —literal y simbólicamente— es que el Espíritu Santo actúe sin influencias externas.
El término “cónclave” proviene del latín cum (con) y clavis (llave): es decir, “bajo llave”. No es solo una figura poética. La Iglesia adoptó este sistema en el siglo XIII, tras una de las elecciones más caóticas de su historia. En 1268, tras la muerte del Papa Clemente IV, el cónclave se extendió por casi tres años en la ciudad de Viterbo. Cansados por la indecisión, los ciudadanos locales arrancaron el techo del edificio donde estaban reunidos los cardenales y comenzaron a alimentarlos solo con pan y agua. El método, aunque brutal, funcionó: el Papa fue elegido. Y la Iglesia, desde entonces, aprendió la lección.
El ritmo del encierroCada día, los cardenales votan hasta cuatro veces. Los nombres se escriben en papeletas idénticas. Un escrutinio minucioso sigue a cada ronda. Para que haya nuevo Papa, uno de los candidatos debe obtener una mayoría de dos tercios. Si no se alcanza, las papeletas se queman en una estufa instalada junto a la Capilla Sixtina. Una sustancia química ennegrece el humo que se eleva por la chimenea. Ese humo negro le dice al mundo que no hay acuerdo.
El proceso se repite. Debate, reflexión, oración. A veces se resuelve en un día; otras veces, lleva más tiempo. Mientras tanto, en la plaza, los fieles esperan. Los medios especulan. Las tensiones políticas y doctrinales —modernidad o tradición, Europa o América Latina, conservadurismo o reformas— laten debajo de cada voto.
La señal al mundo
Cuando los cardenales alcanzan un consenso, las papeletas se queman con otra mezcla que genera humo blanco. Ese humo puro, inconfundible, se convierte en el símbolo universal de que hay nuevo Papa. En minutos, miles de personas corren hacia la Plaza San Pedro. El mundo contiene la respiración. Un nuevo rostro aparecerá pronto en el balcón de la Basílica. Un nombre. Una elección. Una época que comienza.