El nombre del Papa León XIV y un legado oculto en la historia franciscana

El guardián de los secretos: Fray León fue confesor y confidente de San Francisco de Asís. Custodió sus reliquias, escribió sus memorias y defendió con firmeza su ideal de pobreza

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Robert Francis Prevost, de nacionalidad estadounidense y peruana, fue elegido nuevo Papa y asumió su pontificado bajo el nombre de León XIV. Se convirtió así en el decimocuarto pontífice en adoptar ese nombre, uno de los más utilizados en la historia de la Iglesia. El último había sido León XIII, nacido en Italia como Vincenzo Gioacchino Raffaele Luigi Pecci, quien rigió entre 1878 y 1903 y alcanzó los 93 años de edad.

En su primer mensaje ante los fieles reunidos en la plaza de San Pedro, León XIV evocó a su antecesor inmediato, el Papa Francisco. Su vínculo con América Latina no es menor: misionó durante años en Perú, lo que le otorgó un fuerte lazo con la región y sus causas.

La elección de su nombre remite a una figura central del cristianismo primitivo: Fray León, confesor, secretario y confidente de San Francisco de Asís. Fue, según los especialistas, su "más cordial amigo", su "predilecto" y “el intérprete más fiel del Pobrecillo”.

Fray León, apodado la “Ovejuela de Dios”, ingresó a la fraternidad franciscana alrededor del año 1210 y acompañó a Francisco hasta sus últimos días. Nacido en el Condado de Viterbo, fue el único testigo de la estigmatización de Francisco en el monte Alverna en 1224 y el custodio de sus reliquias más íntimas. Recibió de su maestro una bendición manuscrita junto a una “carta de libertad evangélica”, que llevó pegada al pecho como signo de su comunión espiritual con el santo.

Esa bendición comenzaba con las palabras: “El Señor te bendiga, Fray León...”. Según la tradición, esta oración manuscrita fue guardada como una de las reliquias más preciadas de la espiritualidad franciscana.

El hermano León no se limitó al silencio contemplativo. Tras la muerte de Francisco, defendió con firmeza la Regla original de pobreza y cuestionó públicamente las reformas institucionales encabezadas por el hermano Elías. En un acto simbólico, junto con el hermano Gil, destruyó la concha de mármol colocada para recibir donaciones en la basílica de Asís. A ese gesto lo definieron como un acto de “santa iracundia”.

Los episodios místicos de Fray León también marcaron su camino. En sueños, vio a los hermanos cargados de bienes siendo arrastrados por un río, mientras los pobres cruzaban sin daño. En otro, se le aparecieron dos escaleras —una roja guiada por Cristo severo, y otra blanca presidida por la Virgen— que representaban la justicia y la misericordia. Según narró, Francisco le hizo experimentar una “delicia espiritual” al posar sobre su pecho la mano herida de la estigmatización.

Fray León participó en la redacción de la Regla de 1223, asistió a la gestión de la indulgencia de la Porciúncula y escribió memorias clave para la posteridad del franciscanismo. Entre ellas, el relato del “Diálogo de la perfecta alegría”, en el que Francisco le explicó que “la verdadera gloria está en la cruz de la tribulación”.

Murió en 1271 como el último testigo de los orígenes del movimiento. En palabras del historiador Fortini, fue “el más humilde y manso” de los compañeros, aunque no dudó en alzar la voz para preservar el espíritu fundacional de su maestro.

La figura de Fray León, entre la mansedumbre y la firmeza evangélica, sigue inspirando a millones. El nuevo Papa León XIV parece haber encontrado en él un símbolo poderoso, con resonancias profundas en la historia franciscana y en la memoria de la Iglesia.

 

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