Hace 20 años, un hongo puso la industria del corcho en jaque y desató una revolución tecnológica

Corticeira Amorim, líder mundial del corcho, enfrentó al mismo tiempo una plaga forestal y una crisis de calidad que amenazaron su supervivencia. De esa tormenta nació su reinvención.

BAE Negocios

Hace veinte años, un enemigo invisible comenzó a debilitar los montes del Alentejo. El Platypus cylindrus, un escarabajo portador de hongos simbióticos, perforaba los troncos de los sobreiros —los robles de corcho— y deterioraba su capacidad de regenerarse. La plaga no contaminaba el vino, pero ponía en riesgo el corazón de la industria: la salud de los árboles que dan origen al corcho.

El "gusto a corcho": la crisis química que golpeó al vino y a las fábricas

Al mismo tiempo, otro enemigo más silencioso crecía dentro de las bodegas. El TCA, un compuesto químico que aparece cuando mohos y bacterias interactúan con residuos clorados durante el procesamiento o almacenamiento, comenzó a dar al vino un sabor a humedad, el temido "gusto a corcho". Bastaban unas moléculas para arruinar una botella entera.

Amorim y la batalla tecnológica para eliminar el TCA

La coincidencia de ambos fenómenos —el hongo en el bosque y el TCA en las fábricas— generó la tormenta perfecta. Portugal, responsable de la mitad de la producción mundial, vio cómo los tapones sintéticos avanzaban en el mercado. Y Corticeira Amorim, que dominaba el sector desde 1870, se encontró al borde del colapso. "No se trataba de perder ventas; se trataba de perder el alma del negocio", diría años después António Amorim, actual presidente del grupo.

Ante la amenaza, la compañía decidió reinventarse desde sus raíces. Reunió a universidades y centros tecnológicos para estudiar las causas del TCA y crear métodos capaces de eliminarlo del proceso industrial. En su planta de Santa Maria de Lamas, instaló líneas de cromatografía que analizan cada rolha —cada tapón— y detectan trazas del compuesto en proporciones de una parte por trillón. Las piezas que no superan el control se trituran y se transforman en otros productos: aislantes, revestimientos o componentes para trenes y aeronaves. Así nació el programa NDTech, que marcó un antes y un después en la historia del corcho.

Corticeira Amorim, líder mundial del corcho.
Corticeira Amorim, líder mundial del corcho.
Regacork: ciencia y riego por goteo para acelerar la regeneración del sobreiro

A la par, Amorim empezó a pensar más lejos. Si el futuro dependía de bosques sanos, había que garantizar su existencia. En 2003, un productor portugués demostró que los sobreiros irrigados por goteo podían madurar en la mitad del tiempo habitual. Amorim financió una investigación en la Universidad de Évora y confirmó el hallazgo: la primera extracción podía hacerse a los diez años, en lugar de esperar veinticinco. De esa experiencia nació el programa Regacork, que hoy combina riego controlado, clonación de ejemplares resistentes y monitoreo satelital de crecimiento.

Una nueva era para el corcho portugués

La empresa compró miles de hectáreas en el sur de Portugal, entre ellas la finca de Rio Frio, cerca de Lisboa, donde desarrolla su plan de expansión forestal. Allí se plantan sobreiros más juntos —hasta 400 por hectárea— y se usan sensores que miden humedad, temperatura y calidad del suelo. El objetivo: asegurar materia prima para las próximas generaciones y blindar el suministro frente al cambio climático.

Cada sobreiro tarda nueve años en regenerar su corteza después del descorche. El trabajo manual sigue siendo insustituible: un golpe seco de hacha, un giro de muñeca, y la plancha de corcho se desprende del tronco. Cuanto más limpia la extracción, mayor su valor comercial. De esas pranchas, hervidas y cortadas, nacen las rolhas que sellan cerca de 13.000 millones de botellas de vino al año.

De tradición artesanal a industria de alta tecnología

Portugal concentra hoy el 50% del corcho mundial y exporta a más de cien países. Amorim factura más de mil millones de euros al año y se convirtió en símbolo de una industria que se salvó apostando a la ciencia sin abandonar el oficio.

"Todo empieza con el primer golpe seco", dicen los trabajadores del Alentejo. Hace veinte años, ese sonido estuvo a punto de silenciarse. Hoy, marca el ritmo de una empresa que aprendió a sobrevivir cuidando la materia viva de la que depende su fortuna.

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