Incertidumbre y toma de decisiones
El razonamiento lógico es mucho más efectivo en elecciones cotidianas de mediana complejidad
Existe una permanente lucha entre el proceso de incertidumbre y la toma de decisión de las personas. Decidir podría ser considerado como la función cognitiva final, consecuencia del conjunto de múltiples actividades, intelectuales, emocionales e instintivas, que intervienen en la conducta humana; es decir, toda decisión es un proceso multicausal, consciente e inconsciente.
Pueden considerarse dos grupos. Primero, la decisión inmediata con un alto componente inconsciente. Segundo, decisión a largo plazo con mayor componente consciente.
Toda resolución genera incertidumbre, pues nunca tendremos el total de información de variables que condicionan un evento. Además, muchas veces, se deben tomar conductas rápidamente y no habrá certezas absolutas de la posible asertividad de éstas.
Nuestro pensamiento tendrá así dos sesgos importantes, como sostiene el investigador en “resolución de problemas”, el psicólogo y filósofo Joachim Funke, de la Universidad de Heidelberg. El “sesgo de confirmación”, con el que valoramos como más certero a lo que se adecua a nuestro pensamiento previo, y la “ley de pequeños números” cuando sacamos en forma apresurada e inductiva conclusiones generales, con muy pocos datos. Un defecto muy común, por cierto.
Las tomas de decisiones incorporan, entonces, procesos instintivos. Funke propone que estos mecanismos requieren de la razón, pero también de funciones instintivas básicas de supervivencia. Se ha observado que el razonamiento lógico es mucho más efectivo en decisiones cotidianas de mediana complejidad que en las de complejidad extrema. En estas últimas, sería más efectivo dejar mayor rienda a lo instintivo, según muchos estudios de investigación.
Probablemente, en situaciones muy difíciles sea tan compleja la información a cotejar, que en estos casos el instinto le gana al proceso racional y comparativo. Puede considerarse que nuestra conducta sea el resultado de la lucha entre la emoción y la razón. Dice el importante neurocientífico cognitivo Michel Gazzaniga que el sistema nervioso está destinado a la toma de decisiones para la supervivencia. Esta definición, aunque peque de reduccionista, finalmente tiene una razón implacable, dado que todos los mamíferos intentamos a través de nuestros instintos sobrevivir y así darwinianamente sobrevive el más apto. Pero el Homo sapiens, es decir nosotros, ha incorporado otras funciones, a partir del desarrollo de la corteza cerebral, que permiten agregar control a las decisiones a largo plazo, generando la capacidad de afinarlas, disminuyendo la posibilidad de errores conductuales, lo que los médicos legistas consideran “la capacidad para conocer y conducir los actos”. Esta situación no pasa, ni por asomo, en parientes mamíferos con menos tamaño cerebral, como los chimpancés. Dicho esto, podemos considerar que la función instintiva y emocional, es regulada fundamentalmente por el sistema límbico (descripto por el neurólogo James Papez), que controla nuestro sistema emocional. Este sistema que está en la parte interna de nuestro cerebro, llamado “subcorteza”, y que es muy primitivo y antiguo (arquicerebro), generando las motivaciones instintivas de supervivencia a través de la evolución, es rodeada posteriormente por la corteza cerebral (neocorteza), que nos provee la posibilidad de controlarlas. Estas funciones del instinto se pueden resumir en “las cinco C” que son: comer (alimentación), correr (miedo), combatir (lucha), copular (sexualidad) y el control conductual de la temperatura (como, por ejemplo, ponernos al sol cuando hace frío o a la sombra cuando tenemos calor). Cualquier ser viviente desarrollado, que presente una alteración de estas funciones, presentará un problema importante para sobrevivir y así dejar descendencia. Sobre estas funciones básicas el humano incorpora complejidad y control, a través de las cortezas cognitivas, últimas en la evolución de las especies y últimas también en madurar en evolución individual de las personas.
Es así que hemos desarrollado nuevas herramientas -como el lenguaje, las destrezas complejas, una memoria muy activa, la capacidad de abstracción y la posibilidad de inhibir conductas instintivas- pudiendo tomar decisiones bastante asertivas a corto y largo plazo. Estas decisiones finales son los últimos vectores entre la emoción y la razón. Más aún, es la lucha entre los instintos y la razón, desembocando en un fenómeno conductual, que es el acto final.
Puede medirse la capacidad de decidir en estudios neurocognitivos complejos, como por ejemplo el Test de Juegos de Iowa, desarrollado por Bechara y Damasio, que es una prueba de juegos de apuestas que permite evaluar la capacidad decisoria de las personas, fundamentalmente a largo plazo.
Incluso puede determinarse la capacidad legal para desarrollar actividades civiles o ser considerado imputable ante un delito. No sólo las diferentes zonas cerebrales intervienen en la elección de opciones sino que existen varios neurotransmisores implicados en ésta, como, por ejemplo, la dopamina, que se indica en el tratamiento de pacientes en la enfermedad de Parkinson. Esta sustancia aumenta fuertemente la motivación y las decisiones creativas de las personas. Resolver problemas es muy complejo y difícil de evaluar, aunque resulta fundamental a la hora de entender la conducta humana. Tomar una decisión es una situación ineludible y aunque quisiéramos evitarla igualmente lo estaríamos haciendo, quizá en forma más determinante. Si la excusa es no participar de la decisión y tratamos de eludir una responsabilidad, es posible que generemos más consecuencias, pues hemos tomado una las decisiones más importantes, que es la de no tomarla.
Es importante para una buena resolución la fluidez y el control de excesos de pensamiento. Excesos que suceden en las personalidades lógicas pertinentes (normales) y en personas con trastornos obsesivos. Estas personalidades pueden rumiar sobre qué hubiera pasado si la decisión hubiera sido otra (“prejuicio de retrospectiva”, según Funke), cuestión tampoco aconsejable. Las personas obsesivas, muchas veces se exceden en los análisis, deteniendo las conductas. Entones, atosigan de información el pensamiento y no lo dejan descansar (sin fluidez).
El reposo ayuda al proceso de creación de ideas y genera el trabajo de zonas que se activan sólo con la fluidez (por ejemplo, el precúneo cortical) y que colaboran en la integración de las ideas con los sentidos. Es clave, entonces, pensar y después reposar, para luego resolver problemas; como método más exitoso. Nunca podremos saldar el ciento por ciento de seguridad de una decisión. Tolerar la incertidumbre será otro de los aprendizajes cognitivos, que mejorará la asertividad. Una prueba de juegos de apuestas permite evaluar la capacidad decisoria de las personas El razonamiento lógico es mucho más efectivo en elecciones cotidianas de mediana complejidad Ignacio Brusco* Especial para BAE Negocios @IgnacioBrusco Incertidumbre y toma de decisiones “Reflexionar serena, muy serenamente, es mejor que tomar decisiones desesperadas” (La metamorfosis, Franz Kafka, 1915)
*Doctor en Medicina y en Filosofía.
Prof. titular UBA. Director de INEAR. Investigador del Conicet.