Los "debería" boicotean nuestro bienestar
"Tengo que, debo, siempre y nunca", detonantes del malestar
Somos seres increíblemente poderosos, preocupados por tratar de ser alguien en la vida. Así nos lo enseñaron siempre, aunque no nos dijeron que conseguirlo era muy difícil. Después de tatuarnos en la mente el "debes ser alguien en la vida", estamos listos para hacer terapia hasta la muerte.
Todos vivimos con algún "debería". Muchas personas se ven afectadas por estos verbos "potenciales" de manera positiva y satisfactoria. Cumplir con las obligaciones morales es una gran fuente de placer. Cuando hacemos lo correcto, nos sentimos bien con nosotros mismos y sentimos que la vida tiene sentido y propósito. Sin embargo, hay otros que no tienen una buena relación con sus "debería". Se sienten presionados y ahogados. Para esas personas la "tiranía del yo debería" es una fuente de mucho sufrimiento emocional.
Esta "conciencia paralela" suele aparecer en nuestra infancia y se obstina en acompañarnos. A medida que crecemos, su voz nos susurra casi a cada instante lo que deberíamos hacer, ser o tener. Y cuando los "debería" son sostenidos por la presión social, se tornan aún más intolerables. Bajo la carga de esos decretos, nuestro comportamiento se puede volver forzado y obsesivo.
En el lenguaje kantiano se denomina imperativo moral; aquella obligación que una persona se impone a sí misma en cuanto a temas éticos. Un imperativo siempre adopta la forma de "obligación de hacer algo". En este sentido un imperativo es una forma de enunciado prescriptivo, que establece la necesidad de realizar una determinada acción.
Se siente como la obligación de ser perfecto respondiendo a la orden dada por un dictador opresivo que exige cruelmente sólo perfección. Los "debería" son rígidos, indoblegables y carentes de compasión por nuestras limitaciones y debilidades. Uno nunca puede relajarse, porque la presión de ser perfecto es implacable.
Acercarnos más a la perfección, ser como otros esperan, deberíamos hacer esto y lo otro, los demás deberían hacer por nosotros aquello y lo de más allá. Semejante tortura mental nos deja agotados y con la autoestima bastante tocada, bajo el control de una voz interna tan negativa como desgastante.
Para Albert Ellis, uno de los detonantes más comunes del malestar del ser humano son los tengo que, los debo, los siempre y los nunca. Una vida saludable y feliz se orquesta a base de derechos, placeres y obligaciones. En el equilibrio está la armonía. Se trata en realidad de mantener un adecuado equilibrio, una armonía perfecta entre los «debería" y los me «gustaría".
Un imperativo siempre adopta la forma de “obligación de hacer algo”
Los «debería" dirigidos a uno mismo -mediante discursos internos- son los más comunes y los que ponen los cimientos de nuestros enemigos más recurrentes, o sea, la inseguridad, la falta de amor propio y el desgaste emocional. Por otra parte los «debería" dirigidos a segundas y terceras personas son diálogos que alimentan una forma inútil de pensamiento: los demás deberían tenerme en cuenta, mis compañeros de trabajo deberían valorarme más, mi pareja debería hacer esto como yo quiero.
En nuestro día a día estamos más que supeditados a un sinfín de obligaciones y deberes. Sin embargo, nos obsesionamos tanto con el «debería esforzarme más para demostrar cuánto valgo" o «debería haber dicho esto y no lo otro" o «debería haber actuado de tal modo" que lo único que conseguimos es alimentar el desánimo, el bloqueo o la frustración. Casi siempre priorizamos el «tengo que" por encima del «me gustaría que".
Creamos una fantasía sobre cómo (a nuestro parecer) deberían ser las cosas. Centramos toda nuestra atención en eso que aún no tenemos o que aún no hemos conseguido. Y así llega una pérdida total de energía y recursos. Hay una evasión de personalidad, creatividad y autenticidad.
Haruki Murakami decía: "Las heridas emocionales son el precio que todos tenemos que pagar para ser libres". Si no lo hago y me dejo llevar por los demás, al final puede que no haya herida pero sí arrepentimiento. Me arrepentiré cada día de no haber tenido la suficiente valentía para defender mis intereses y luchar por ellos. Menos potenciales y más presentes.
"El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.
-Deberías haber salido a pescar-, le dijo el industrial.
-Ya he pescado bastante por hoy-, respondió el pescador.
-Deberías pescar más de lo que necesitas-, insistió el industrial.
-¿Y qué haría con ello?-, preguntó a su vez el pescador.
-Ganarías más dinero. De ese modo pondrías un motor a tu barca. Podrías ir a aguas más profundas y pescarías más. Ganarías lo suficiente para comprarte unas redes nuevas, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas y hasta una verdadera flota. Y serías rico, como yo-.
-¿Y qué haría entonces?-, preguntó de nuevo el pescador.
-Te sentarías y disfrutarías de la vida-, respondió el industrial.
-¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?-, respondió el satisfecho pescador".