Rotterdam: lo mejor está en lo más desafiante de la muestra
Un repaso por las diferentes propuestas del festival holandés
ROTTERDAM, PAÍSES BAJOS - ENVIADO ESPECIAL. Mañana será el último día de proyecciones de la 48° edición del IFFR. Existe una parte de la muestra (usualmente la que más público lleva, la que agota las entradas) que recupera o adelanta para los holandeses películas que tuvieron su paso por festivales de cine internacionales durante el año pasado. Es el caso, por ejemplo de High life, la última de la siempre desafiante realizadora francesa Claire Denis (Bella Tarea, Un bello sol interior) o de la monumental obra de Mariano Llinás y el grupo Piel de lava, La flor (que, nuevamente, fue un punto fuerte de atracción y debate). Posiblemente High life sea un buen ejemplo de lo que representa el IFFR para cierto cine que trabaja en los márgenes, que propone búsquedas heterogéneas, diversas, que no se queda en la explotación de determinadas temáticas. La proteica Masterclass de la directora francesa, en la que expresó su admiración por el recientemente fallecido Jonas Mekas y se sacó chispas con el hasta hace poco director del IFFR, Simon Field, es un buen ejemplo de lo que el festival representa para ese cine: el recorrido de la directora, en sus propios términos, tiene que ver con el acompañamiento y, en alguna medida, la “formación” en la que colaboró este ente vivo, contradictorio (a mucha honra) y mutante que es el IFFR.
Bright Future sigue siendo la sección que muestra lo mejor del cine reciente
La sección más cargada de premieres mundiales es la “Tiger competition”, el apartado competitivo más reconocido. Más allá de esa competencia, el tono del festival se impone, y hay una amabilidad y un correrse de la histeria de las alfombras rojas y la dinámica deportiva que se agradecen.
Sin embargo, esta es la parte de la muestra en la que se pueden advertir las dificultades de su ubicación temporal en el calendario de festivales (tras el final de los grandes y tan pegado a la Berlinale) y una mirada que tiene que tomar en consideración lo que parece ser parte del gusto local. El hecho de que hasta hoy marche primera en el voto del público la abyecta Capharnaüm, de Nadine Labaki (golpe muy por debajo del cinturón de próximo estreno en la Argentina), explica que una película de explotación de lo más trillado de los lugares comunes sobre atentados terroristas y ultranacionalismos como Sons of Denmark, de Ulaa Salim, ocupe un lugar en aquella competencia, pretendidamente la más importante. Es por eso que la sección Bright Future (donde participaron las películas de Romina Paula, De nuevo otra vez y Gastón Solnicki, Introduzione all’oscuro) suele ser un apartado que merece más atención. Alva, coproducción entre Portugal, Francia y Argentina, dirigida por Ico Costa y la alemana Dreissig (Simona Kostova), son buenos ejemplos de los hallazgos que pueden producirse en esta sección. La inclusión de películas que ya pasaron por otros festivales como las únicas Sophia Antipolis (Virgil Vernier), Long Day’s journey into night (Bi gan) y la coproducción chilena/brasileña/argentina Tarde para morir joven (Dominga Sotomayor) pueden dar cuenta de la diversidad y saludable libertad que caracteriza esta parte de la muestra. Sin embargo, el territorio más feliz y desafiante, no siempre el más atendido pero sí el más vanguardista, festivo y memorable, es el de las retrospectivas y focos que, en el IFFR, suelen ser sorprendentes, inmejorables. Este año, por ejemplo, se ha realizado una retrospectiva completa de la obra del artista portugués Edar Pera. El “único maestro portugués desconocido del moderno cine de Portugal”, en los términos del programador Olaf Möller, es dueño de una libertad creativa y de un ánimo voraz que le permite procesar y jugar con los géneros, las formas y la música de un modo ciertamente llamativo; capaz de acercarse a algo parecido al documental (A cidade de Cassiano, O homem-pykante-Diálogos com Pimenta), construir una farsa política para el gran público (Virados do avesso, segunda película portuguesa más vista en su país en 2014), revisitar el mito de Drácula (The baron) o jugar políticamente con el video clip (Caminhos magnétykos) y permitirse disfrutar de la instalación o la performance (Lovecraftland-cine-koncerto 3D, con música y acción en vivo).
La recuperación y restauración de películas de todos los tiempos es otro foco particularmente interesante en el IFFR. Así, pudimos descubrir que la belleza absoluta y el vuelo lírico de Sergei Parajanov (The color of pomegranates, 1969) ya estaba germinando en los cortos Hakob Hovantanyan y Kiev frescoes y que la búsqueda no quedó allí ya que el acercamiento a la obra del pintor georgiano Niko Pirosmani (Arabesques on the Pirosmani theme, 1985) demuestran que el realizador armenio nunca dejó de correr riesgos temáticos y formales, sin atarse a una fórmula ya probada. La heterogeneidad es aquí también la norma, y allí está la película islandesa de 1990 The Juniper tree, con una casi adolescente Björk para demostrarlo. Otra característica del festival es generar focos temáticos que atraviesan los distintos géneros, formas y temas. Este año, el foco estuvo puesto en “el tema de los espías” (The spying theme) y allí pueden dialogar sin reparos obras tan diversas como la segunda parte de La flor, de Mariano Llinás o la muy reciente superproducción coreana The spy gone north (Yoon Jongbin, estrenada en Cannes) con clásicos inoxidables como La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954), Spione (Fritz Lang, 1928), British agent (Michael Curtiz, 1934) o Dishonored (Josef von Sternberg, 1931). La posibilidad de ver copias en 35 milímetros con la imagen de Marlene Dietrich (como en este último caso) o Greta Garbo (en Ninotchka, 1939) nos remonta a otra forma de ver, percibir, sentir el cine. A una experiencia única, muy distinta a la que nos va acostumbrando el digital. Esta, también, es una razón que hace del IFFR un festival único y entrañable.