Los premios de Rotterdam 2022: justicia para el mejor cine reciente
El premio mayor de la muestra holandesa para la coproducción paraguaya/argentina Eami muestra una enorme justicia, y refleja la importancia y la calidad de uno de los encuentros fílmicos más importantes del año.
En la excéntrica anormalidad que caracteriza a estos tiempos, el miércoles 2 se conocieron los premios de la 51° edición del Festival Internacional de Cine de Rotterdam (IFFR) aunque la muestra termina el 6 de febrero, y -al menos para la prensa y la industria- existen actividades pautadas y posibilidad de ver películas hasta el 14. Una prueba más de lo ya señalado a lo largo de esta cobertura: la incertidumbre y la necesidad de adaptarse para poder continuar hace que los festivales deban mutar y tomar decisiones en otros momentos impensables.
En ese contexto, debe destacarse la fuerza y creatividad del IFFR para sobrellevar una segunda edición casi totalmente on line sin renunciar a su esencia e identidad. Cómo desconocer que, aun en el marco de la pandemia, el número de películas inscritas se mantiene, el interés de la industria en participar de los encuentros y actividades ligadas a la producción y desarrollo de proyectos continúa. Muestra acabada de lo que constituye un polo de pensamiento y producción pero también de distribución y hasta exhibición de cine y creaciones audiovisuales. El año pasado, en su edición on line (también hubo una muestra presencial, con acento local, en junio) el IFFR superó los 250.000 espectadores y 2000 profesionales participaron del evento en todo el mundo. Este año se esperan números similares.
Si la edición de un festival puede resumirse en su Palmarés, entonces debería afirmarse que este 51° IFFR ha sido un éxito. Y es que el solo reconocimiento en la competencia principal para la impar Eami, de la directora paraguaya Paz Encina, pone en evidencia los valores y fines del festival. La competencia Tiger, creada en 1995, tiene como objeto reconocer, descubrir o elevar el perfil de cineastas emergentes y otorga un premio mayor de nada menos que 40.000 euros y dos menciones especiales (que también importan un apoyo económico, en este caso de 10.000 euros cada una). La directora de Hamaca paraguaya y Ejercicios de memoria obtuvo el máximo reconocimiento con esta coproducción entre Paraguay, Alemania, Argentina, Países Bajos, Francia y Estados Unidos.
En las reseñas del catálogo (virtual) se hace referencia al "realismo mágico" de Eami (término que significa "monte" y "mundo"), lo cual puede llevar a equívocos. Lo que la sensibilidad amorosa de Paz Encina permite es adentrarnos en otro mundo, u otra forma de percibirlo. Lo que para la mirada eurocéntrica puede parecer mágico no es sino "la realidad" para los indígenas Ayoreo-Totobiegosode. La mitología del Chaco paraguayo se imbrica en la cotidianeidad, permea la percepción de las cosas y de la historia y define la narrativa llevada por una voz en off que pasa de lo individual a lo colectivo, de lo documental a lo poético. La belleza de las imágenes dialoga de manera literal o misteriosa con las palabras que escuchamos y lo que es también la crónica de una invasión que continúa no deja de atravesarnos con la potencia que implica dar voz a quienes siempre han sido acallados. El jurado, compuesto por Zsuzsi Bankuti, Gust Van den Berghe, Tatiana Leite, Thekla Reuten y Farid Tabarki, señaló atinadamente en la justificación del galardón que "esta película nos dio la oportunidad de soñar pero también la chance de despertar".
Los Premios Especiales del Jurado, por su parte, fueron para la sueca Excess Will Save Us, de Morgane Dziurla-Petit y la china To Love Again, de Gao Linyang. En el primer caso, primer largometraje de la directora, se toma como punto de partida su corto previo (incluído ahora como comienzo o prólogo casi intacto) para jugar con una narración que cruza lo documental con la creación ficcional y hasta la confusión. Así en la película una directora vuelve a su hogar, en el norte de Francia, para investigar unos extraños eventos ligados a una amenaza o ataque terrorista. Actores y no actores, la familia de la realizadora y el pueblo todo se cruzan en lo que puede ser a un tiempo fábula y retrato, documental y comedia del absurdo.
Por su parte, To love again (debut como director del joven guionista Gao Linyyang, que también se llevó el premio FIPRESCI de la crítica internacional), parte de los "casamientos en masa", costumbre actual que en China permite celebraciones en otro tiempo imposibles, para hacer foco en una pareja mayor acechada por la muerte y las necesidades económicas. Drama íntimo y algo de crítica política en una película que no desentona en el marco de una premiación tan atinada como difícil para el jurado. Es que la diversidad de propuestas (tanto en lo formal como en lo temático) y el acento puesto en "lo nuevo" hace que el conjunto haya sido particularmente heterogéneo y (también hay que decirlo) desparejo. Obras mayores, propias de realizadores que, más allá de su juventud o de su relativamente escasa producción, son cineastas formados y consolidados (tal el caso de la galardonada Eami) se presentaron junto con ensayos, ejercicios o búsquedas cuyo aliento es ciertamente otro (como podrían ser la mexicana Malintzin 17 o la chilena Proyecto fantasma).
En la competencia Big Screen, el premio para la mejor película (que implica la exhibición en los Países Bajos y un premio de 30.000 euros, de los cuales la mitad va para el distribuidor que decida estrenar la película) fue para la francesa Kung Fu Zohra, de Mabrouk El Mechri, que encuentra en las convenciones del género de las artes marciales y en las armas que brinda el Kung fu una muy particular manera de hacer frente a la violencia doméstica.
En la competencia de cortometrajes (se consideran tales a las película de entre 1 y 63 minutos de duración) y que otorga tres premios de 5.000 euros, los reconocimientos fueron para la producción portuguesa Becoming Male in the Middle Ages, de Pedro Neves Marques, la coproducción iraní-británica Nazarbazi, de Maryam Tafakory y el estadounidense Nosferasta: First Bite, de Bayley Sweitzer y Adam Khalil.
Los premios demuestran la fuerza del IFFR que ha sabido sobrellevar el impacto de dos años sin presencialidad, elemento esencial de este tipo de encuentros culturales. Todavía quedan eventos y proyecciones que impiden un balance definitivo, pero lo que sin dudas queda en el aire es la pregunta en torno a cómo habrán de re-adecuarse los festivales de cine a esta nueva normalidad cuyos contornos siguen siendo tan elusivos como mutantes.